No sé si es el cambio de estación o esos analgésicos super potentes que me recetaron hace unos días, pero consigo dormir bien toda la semana. Unos segundos después de apoyar la cabeza en la almohada, entro al reino de los sueños, pero no sueño nunca nada. Horas de silencio mental y descanso. Después, cuando abro los ojos, el sol de la primavera entra por la ventana. La imagen es cursi, ya sé, pero me gusta despertarme con esa intensidad, aunque a veces pueda ser molesta. Prefiero ese brillo antes que abrir los ojos y sentirme adentro de un sarcófaco.
Como si viviera en el siglo XX, me entero por el diario (edición papel) que Amazon Prime estrenó una nueva serie animada de Batman. Es bastante parecida a la del 92, pero ajustada a los estándares de la época: protagonistas negros, amantes lesbianas y hasta algunos cambios de género; por ejemplo, el Pinguino es mujer. Leyendo en algunos foros de internet –sótano del mundo real y caldo de cultivo de las opiniones más rancias–, me encuentro con un montón de críticas a estos cambios del guión original. El fanático de los comics es una persona muy peculiar, parece un creyente, un evangelizador que se enchincha con cada reinterpretación que hacen de sus sagradas escrituras. Honestamente, entiendo el por qué de esos cambios pero al mismo tiempo los desestimo: una serie no es mejor ni peor por estar a tono con una época.
Unas semana antes de ver esta nueva edición de Batman, les di para leer a mis alumnos de la universidad un textito de Mark Fisher que analiza la última película que hizo Christopher Nolan sobre este superhéroe. Lo que dijo Fisher fue que el caballero de la noche se hizo de derecha. Su argumento se basa en que, en aquella película, Batman se ocupa de arruinar los planes de Bane, el villano principal, cuando evita la destrucción de la Bolsa de Comercio de Ciudad Gótica. Mientras que Bane quiere redistribuir la plata que tienen eso depredadores financieros, Batman –que de día es Bruce Waye, un millonario mujeriego– garantiza que esos dólares se los queden unos pocos y justamente por eso es de derecha (inserte aquí la foto de Milei en la Bola de Nueva York).
Más allá de si Batman votaría por La Libertad Avanza o el ya inexistente Frente de Todos, lo extraño de estas series de superhéroes es que, a pesar de la fantasía y los guiones flojos, siempre tratan los “grandes temas de la vida”. Qué es el bien y el mal, el amor y el odio, la vida y la muerte. Lo mejor de todo esto es que nunca se responde ninguna de las preguntas y todos los personajes son las dos cosas: buenos y malos, amorosos y odiosos, protegen la vida y también la arruinan.
Lo mejor de esta nueva serie de Batman es que casi todos los capítulos y las escenas transcurren de noche. En versiones anteriores el balance entre el día y la noche –o sea, entre la vida de Bruce Wayne y la de Batman– era un poco más equilibrado. Imagino que los guionistas finalmente se sinceraron y asumieron que a ese huérfano solitario le importa poco y nada estar levantado cuando el sol está allá arriba.
A mi me pasa algo parecido a lo que le pasa a Bruce Wayne –aunque no soy un superhéroe, ni un multimillonario–, soy un militante de la noche. Reconozco que cada vez salgo menos a bailar, un poco porque estoy cansado, otro poco porque me cuesta más divertirme. Sin embargo, defiendo mucho ese momento del día porque la noche me dio algo que no había tenido hasta que empecé a ir a fiestas: identidad, pertenencia, una sensación de libertad y la ilusión de que cualquier cosa podía pasar. Ni mi casa, ni el colegio, ni la universidad, ni los lugares donde trabajé me hicieron sentir parte de algo. En cambio las fiestas y la noche sí. Me reconozco en ese grupo de personas que bailan y cantan a los gritos, en la tentación por los excesos y en el juego de seducción que hay en la pista de baile, cuando los cuerpos de los extraños se rozan con el mío. La libertad debe ser algo parecido a besar a un desconocido en una fiesta y nunca saber su nombre.
Un breve anuncio parroquial:
Después de casi cuatro años, Vueltas en la cama llega a su fin. La próxima edición, que saldrá el sábado 12 de octubre, va a ser la última. Todo concluye al fin, nada puede escapar. Todo tiene un final, todo termina. Por ahora.
Consigo que un amigo me traiga desde Chile la edición bilingüe de Lunch Poems, un libro de Frank O’Hara que sacó la editorial de la Universidad Diego Portales. Al mismo tiempo, Joaquín me regala The collected poems of Frank O’Hara, un libro de casi 600 páginas que tiene toda la poesía reunida de este escritor. Hay material para rato.
Acá abajo un texto de Lunch Poems que me gustó mucho:
Canción
Está sucia
se ve sucia
eso es lo que piensas en la ciudadsolo parece sucia
eso es lo que piensas en la ciudad
uno no se niega a respirar noalguien viene de muy mal humor
parece atractivo. lo es. sí. muy
es tan atractivo como pésimo es su humor. lo es. síeso es lo que piensas en la ciudad
pasándole el dedo a tu mente sin musgo
eso no es un pensamiento es hollíny quitándole un montón de polvo a alguien
su ánimo está mejor. no. mejora constantemente
uno no se niega a respirar, no
A principios de año, cuando presenté mi libro en el Museo Nacional de Bellas Artes, había una muestra de tres escultoras argentinas en la sala contigua a la que usamos para el evento. En ese momento –y todas las veces que volvía al museo después– recorrí ese espacio sin prestarle demasiada atención; prefiero la pintura y la fotografía antes que las esculturas o las instalaciones. Me acordé de esa exhibición olvidable leyendo Un puñado de flechas, el libro de María Gainza.
Uno de los últimos relatos es sobre María Simón, una escultora tucumana que integraba esa muestra que miré sin mirar. La historia de esta artista es fascinante y la manera en la que lo cuenta Gainza también. En pocas palabras: era una mujer rica, un poco depresiva, que soñaba con ser artista y que, finalmente, lo consiguió –al parecer, también era una amante muy fogosa–. Muchas de sus esculturas están hechas de cartón bañando en bronce y otros metales, como el aluminio. En un texto de un catálogo que se hizo para una muestra suya se incluyó esta cita de Simón: “Salía de noche a caminar y veía las cajas de cartón que la gente tiraba a la vereda. Tantas veces las miraba, que un día agarré una, empecé a desarmarla, la llevé al taller y empecé a clavarlas y a formar lo que yo llamo mi arte. Después las pasaba a bronce, que les daba una fuerza enorme”. ¿Acaso fue María Simón la primera artista cartonera? ¿La primera ciruja del arte argentino?
Miles de veces vi esculturas suyas en muestras y museos, pero nunca me había percatado de que eso que estaba mirando era literalmente una caja que alguien tiró a la basura, a pesar de que en muchas de sus obras se ve el relieve del cartón corrugado. Ahora que descubrí esto mi percepción cambió y mi respeto hacia la señora Simón va en aumento, como la inflación. Esa mujer rica cartoneando sembró una práctica que sigue hasta el día de hoy en el mundo del arte: trabajar con lo que se tiene al lado y si se puede no pagar por esos materiales, mejor. María Simón, fundadora del cartón pintado, precursora de la noble tradición de darle brillo a lo que nos rodea y dejar relucir la fragilidad de todo.
El tema de Batman me llevó a una regresión infantil muy intensa. Arrastré a Joaquín conmigo –si me hundo en el pesado no espero hacerlo solo– y juntos hicimos un rewatch de Piratas del Caribe y después de El Señor de los Anillos (edición extendida). Unos días después de terminar de ver las películas basadas en los libros de Tolkien leímos que, para escribir las tres novelas, tardó más de diez años. Tiene sentido, imaginar todo eso y hasta inventar un idioma lleva tiempo. Supongo que esos libros se escriben cada vez menos justamente porque lo que falta es tiempo. Los días tienen la misma cantidad de horas, pero los minutos disponibles para la imaginación parecen ser cada vez menos. Vivir es muy caro, hay que trabajar mucho para pagar las cuentas y trabajar mucho para pagar las cuentas atenta contra la imaginación.
esta mañana me preparé un té y, por primera vez, leí dos dias tarde esta entrega. Y me quedé helada. Como cuando terminas un libro que te voló la cabeza y crees que nunca vas a leer algo igual. Asi me sentí en cada mail que llegaba de Vueltas en la cama: enganchada desde la primera frase hasta la última. No tengo ni idea por qué, ¿será la compañía virtual? Quién sabe. Llevo un año recibiéndote en mi casilla cada sábado, y desearía haberlo descubierto antes. "La nostalgia siempre llega por adelantado" dijiste en alguno de esos mails. Un poco lo siento asi mientras espero la próxima y última correspondencia. En fin, es un placer leerte. Abrazo.