Escribir tiene que ver con repetir, con decir una y mil veces la misma cosa pero con distintas palabras. Por ejemplo, desde que esto existe, dije en muchas oportunidades que estar cerca del mar me hacía dormir mejor. Ahora, que estoy –otra vez– en Mar del Plata, lo repito: estar cerca del mar me hace dormir mejor. No sé exactamente por qué, pero así funcionan mi cuerpo y mi cerebro. De todos modos, siendo que llegué al final, que este es el ocaso y que ya no van a haber vueltas en la cama tengo que ser honesto y decir, de una vez y para siempre, que no tengo problemas para dormir. Y nunca los tuve.
En las últimas semanas, cada vez que me preguntaron qué pensaba de La lógica del escorpión, el último disco de Charly García, respondí esto: “Me gusta que exista”. Hay cosas –no importa si son buenas o malas– que simplemente disfruto que existan. Este es un ejemplo. Como decía cinco oraciones más arriba, escribir tiene que ver con repetir, con las obsesiones. Y la música de Charly es, para mí, una obsesión. Me crie viendo la versión narcótica de ese tipo en televisión. Soy de la generación de Influencia. Hablando con un amigo periodista sobre La lógica del escorpión, él hizo un comentario que me pareció muy honesto y muy atinado: “Le banco la valentía en la debilidad”. Yo me suscribo a esa idea con mucho fervor, con mucho más compromiso que los canales de streaming. En este preciso instante, hay un tipo en Buenos Aires con un bigote bicolor que está tirado en su cama –sin ni siquiera poder caminar– pasado de psicofármacos, haciendo canciones o pensando en canciones. Que eso exista me parece sublime.
¿En qué estás pensando vos ahora? ¿Alguien en el mundo piensa en vos?
No se sabe bien el origen de la fábula del escorpión y la rana. Según Dios (Internet) la inventó Esopo en la antigua Grecia y aparece citado en algunos textos de Aristófanes y Platón, entre otros. La historia es más o menos así:
Un escorpión le pide a una rana que lo ayude a cruzar un río. Entonces, la rana le pregunta al escorpión por qué le haría la gauchada, si capaz él la termina picando. El artrópodo arácnido le responde que si hace eso los dos se ahogarían. El argumento era realmente muy bueno, infalible, así que la rana aceptó. En la mitad del trayecto, el escorpión picó a la rana y cuando la rana le preguntó por qué lo hizo, siendo que los iban a morir, el escorpión respondió: “Es mi naturaleza”.
La interpretación que se hizo sobre esa fábula, durante siglos, fue más o menos la misma y más o menos moralista: hay gente que te dice que todo bien y en verdad todo mal. A mí, en cambio, me gusta pensar que tiene que ver con los impulsos, con las cosas que uno hace sin poder evitarlo, más allá de si son buenas o malas, si te llevan al fondo del río o a las puertas del Olimpo. Supongo que Charly, en su condición, hace un disco porque no sabe, no puede o no quiere hacer otra cosa. Es un impulso. Al mismo tiempo, salvando las distancia, también supongo que durante casi cuatro años escribí esto porque no lo pude evitar. Porque no pude o no supe hacer una cosa diferente.
Escribir tiene que ver con las obsesiones, sí. Pero también tiene que ver con el impulso, con lo inevitable. Hace algunos años, cuando le pregunté a varias escritoras y escritores por qué escribían, siempre encontré esa respuesta: era algo que no podían evitar. Por diversos motivos, pero en el fondo se trataba de lo mismo, no concebían el paso de los días sin la escritura. Como me dijo mi amiga Mercedes en ese entonces:
Escribo para intensificar la vida. Sin escritura todo es más plano.
Escribir –o practicar la escritura– tiene que ver con una manera de estar en el mundo. Así como hay personas que se relacionan con lo que lo rodean haciendo canciones, otras ponen palabras en un archivito de Word. Yo estoy en ese segundo grupo. Escribir es una manera de organizar los días, de pensar. Durante algunos años, la VPN que enganchó el mundo real con mi mundo propio fue escribir esto semanalmente, cada sábado. Pero ahora, ya no más. No sé exactamente por qué, pero pasó así. Es un poco triste y al mismo tiempo es un poco normal. El entusiasmo merma, los intereses se diluyen. Las prioridades cambian.
Cuando esto empezó ese ímpetu inevitable por escribir se tradujo en mails que salían cada siete días. Ahora, no sé bien dónde está la escritura, pero sé que no está acá. A principios de 2021, cuando nació Vueltas en la cama, quería un escenario en el que pudiera hacer un unipersonal sin presiones, ni reglas. Sin embargo, el brillo de esas tablas se fue apagando. El frenesí de la vida cotidiana –o sea, de la supervivencia–, la inflación tal vez, o quizás el desánimo hicieron que el telón fuera cayendo de a poco. Así llegamos al día de hoy, a un posible punto final.
Hace unos días, una amiga me contaba una desventura amorosa que tuvo. El chico en cuestión le dijo que no estaba para seguir en el mood romántico, pero que tampoco quería dar por terminada la relación que tenían. Con mucha altura, mi amiga lo cortó en menos diez a lo que el amante respondió: “¿No podemos dejarlo como un final abierto?”. Entonces, ella lo dijo: “Sí, pero un final es un final”. Algo parecido tengo ahora en mi cabeza. No me puedo comprometer a no revivir estos mails, pero tampoco a seguirlos. Al igual que mi amiga, para mí los finales son finales. Son un punto de quiebre, una inflexión. Me gusta el capricho del final, cortar algo y listo. Definir en qué momento una historia se termina y no sigue más en ningún lado. Ni en la mente, ni en la vida real. Pero los finales que más disfruto son los que saben igual que el whisky caro, esos que tomás y te generan un retrogusto en la boca después de que pasan por la garganta.
Hace algunos años, le escuché decir a Mariana Enriquez que muchos de sus lectores le criticaban los finales de sus novelas y su cuentos. Como respuesta a sus detractores ella dijo:
Nuestra época es incertidumbre. Mis historias terminan ahí donde las dejo y no tiene que ver con que soy perezosa o no tengo la habilidad de pensar un final atadito. La vida es misteriosa. También es misteriosa la literatura. Hay un misterio fundamental en el cotidiano que no puede ser explicado. En eso la realidad se parece al género fantástico y esa imposibilidad de explicar lo que sucede debe ser reconocida. No es tarea del escritor proveer de comodidad o confort o tranquilidad con un final. No creo que tengamos ninguna tarea, pero si hay una tarea que nos compete -aunque sea menor- es la de provocar preguntas.
Releyendo unos poemas de Frank O’Hara, la vedette de esta última temporada, volví a uno que está en Meditaciones en una emergencia y que dice esto:
Ahora espero tranquilamente
que la catástrofe de mi personalidad
finja ser hermosa otra vez,
e interesante, y moderna.El campo es gris y
marrón y blanco en los árboles,
nieves y cielos de risa
siempre apagándose, menos graciosa
no simplemente oscura, no simplemente grisEste puede ser el día más frío
del año ¿qué piensa él de
eso? Quiero decir, ¿qué pienso yo? Y si lo pienso,
quizás vuelva a ser yo.
Escribir también tiene que ver con organizarse a uno mismo. Con darle orden a una sucesión de ideas y pensamientos erráticos e invasivos que se meten en la cabeza. En este tiempo, me ordené escribiendo. Pero ahora el orden de mí mismo está en otro lado. No. Me equivoco. El orden de mí mismo sigue estando acá, pero ya no puedo dedicarle tanto tiempo. Tengo que encontrar otra manera de solucionar el drama de yo. El agua empieza a subir –y aunque sé nadar–, ya no puedo dedicarle el tiempo que quisiera a dar vueltas en la cama. Las prioridades cambiaron, la crisis avanzó y la plata alcanza menos. No quiero ser la orquesta de mi propio Titanic. El día a día se hizo muy cuesta arriba, mal que me pese. No puedo seguir acostado y con insomnio.
Llegó el momento de que la catástrofe de mi personalidad se acomode en otro lugar o al menos con una obligación menos. Digo todo esto con mucho pesar y con la nostalgia del futuro, pensando en el momento en el que no tenga que escribir nada para fingir ser hermoso otra vez, e interesante, y moderno. Pero también lo digo con el corazón en la mano, con la seguridad de que nos vamos a encontrar en la calle o en recitales, escuchando discos de acá o yendo a bailar a alguna discoteca. Lo digo con la certeza de que voy a ganar tiempo para no escribir, así después puedo poder volver a escribir. Así son los finales. Dramáticos. Exagerados. Grandilocuentes. Y estúpidos.
Gracias a Juan Elman por ayudarme a inventar este newsletter. A Lino Divas, Martín Ayerbe y Juan Cruz por los diseños de cada temporada. A Emmanuel Franco por los dibujos de las primeras ediciones y por todo lo demás también. Gracias a las amigas que me ayudaron a pensar este último texto y todos los anteriores: Mercedes Halfon, Mariana Enriquez, Paloma Navarro Nicoletti, Emilia Erbetta, Natalia Laube, Javiera Pérez Salerno, Fernanda Nicolini, Malena Rey, Tamara Tenenbaum, Kyra García Araya, Melina Ayude, Mailen Pankonin, Valeria Lois, Santiago Villanueva y Agustín Nava. Y por último, pero no por eso menos importante, a Juan Musante, por la inspiración y el amor para el último round.
hay vueltas en la cama y vueltas de la vida. c-u-soon
Bravo crack