#128. Recorrido imprevisto
Algo sobre el Museo Histórico Nacional, Fernanda Laguna, el libro de Diego Geddes y etcétera.
Duermo muchas horas todos los días de la semana. Antes de la medianoche ya estoy en la cama. Me levanto alrededor de las ocho de la mañana. A veces a las nueve. Si tengo suerte, llego a acumular hasta diez horas de sueño continuadas. Sin embargo, me despierto y me siento cansado. O con la necesidad de dormir un poco más. No sé bien por qué, pero me pasa esto. Duermo y estoy casando. No duermo y estoy cansado. Lo que sobra es el cansancio y no el insomnio. Pero bueno, hay que seguir, salir de la cama y empezar el día. Trabajar, cumplir con las obligaciones, comer y volver a acostarse. Así, siempre. Que agotador.
Tuve un sábado maratónico -no hoy, el de la semana pasada-. En parte la maratón se generó por una serie de eventos aleatorios que interrumpieron la agenda que había planificado. En verdad no la interrumpieron, sólo la fueron cambiando. Cada tanto dejo que el azar gobierne los días, algo que a una persona controladora como yo le cuesta mucho. Es decir, me significa un esfuerzo relajarme y dejar que pasen cosas porque sí, entregarme a los planes y las situaciones no inesperadas.
El día empezó a la mañana temprano, cuando fui a una muestra sobre la que tenía que escribir para el diario. Eso derivó en un desayuno bien porteño: café con dos medialunas, en la esquina de Córdoba y Suipacha. De ahí fui a otra muestra –me había comprometido a ir aunque hubiese preferido verla en otro momento–. Seguía un almuerzo con una amiga y acá es donde aparece el mejor imprevisto de la jornada.
Resulta que mi amiga y yo teníamos como plan ir a ver una muestra de Fernanda Laguna, después de comer, pero al final fuimos al Museo Histórico Nacional porque quedaba a una cuadra del lugar donde almorzamos. Nunca había ido hasta entonces. Fue una experiencia lisérgica. El lugar es algo así como un programa de canal Encuentro convertido en museo: todo está lleno de plotters con explicaciones, cuadro sinópticos e ilustraciones hechas de vinilo autoadhesivo. En la entrada de una de las salas había un cartel gigante que decía: “Grandes Éxitos”. Adentro, unas vitrinas con vajilla del siglo XIX.
Lo que nos interesaba a nosotros eran los Cándido López. Hace algunos años mi amiga escribió sobre este pintor: en la historia que ella contó, la narradora quiere ir a ver estos cuadros, pero cuando llega se encuentra con que están en restauración. Por suerte, cuando llegamos a la sala ahí estaban. Horizontales. Detallistas. Coloridos. Bélicos. Históricos. Eran once en total.
Aproveché el paseo para hacer muchas fotos. Había llevado la cámara por llevarla, no con la idea de sacarle a algo específico. Últimamente me estoy esforzando por sacar malas fotos. Mejor dicho: me estoy esforzando por no sacar buenas fotos. Quitarme de encima esa presión. Ablandar la mirada. Tener la práctica de la observación como una capacidad que funcione todo el tiempo, sin pensar en el resultado que eso pueda generar. Intento que las miles de planillas de excel que tengo para gestionar mi vida –las que registran cuánto gano, cuánto gasto, qué fotos tienen adentro los rollos que uso y demás– no aparezcan en las imágenes. Me esfuerzo por perder el control.
Para mi cumpleaños me regalaron el vinilo de Clics Modernos, pero no tengo bandeja para escucharlo. Mis amigas me hicieron el chiste de que me lo regalaban para estimularme, para que decida comprar un tocadiscos. Mañana, cinco de noviembre, este disco va a cumplir cuarenta años –¡cuarenta!–, por eso elegí la versión que Mailén hizo de “Plateado sobre plateado”, el último tema del álbum, para arrancar el newsletter de hoy.
Salieron un montón de notas al respecto, pero la que más me gustó fue la de Martín Zariello que publicó Anfibia. A él lo leo desde que tenía el blogspot ilcorvino. Sobre “Plateado sobre plateado”, dice:
Ajena al desgaste, “Plateado sobre plateado (Huellas sobre el mar)” conserva el plus de aquellas canciones de García que quedaron al margen de la repercusión masiva y sus fans atesoran como las mejores. El compás del tema, acentuado desde el bajo en otro aporte de Aznar, recuerda a la entrada de Moro en la suite piazzolesca de “A los jóvenes de ayer”. Sólo tres años separan a un tema de otro pero ahora la vertiente “libertanguera” de Charly suena digitalizada y hasta con cierto aroma disco. La letra habla del exilio, una de sus obsesiones desde “Autos, jets, aviones, barcos” (1978), pero García es un especialista en esquivar los lugares comunes de las líricas “comprometidas”, aun cuando el estribillo (“¿Por qué tenemos que ir tan lejos para estar acá?”) no deja lugar a la polisemia.
Después, sobre el final del texto, Zariello escribe:
Su deseo de perfección y los infortunios logísticos del rock argentino entrarían en conflicto cuando su personalidad revelara un carácter inestable, atenuado por su exquisito sentido del humor. Su preferencia por Alfonsín era bastante explícita pero no llegó a tiempo para votar. Las elecciones fueron el 30 de octubre y el disco salió seis días después.
—Estamos en democracia, ¿qué más quieren? —le preguntaría a su público en la presentación del disco, el 19 de diciembre en el Luna Park, desafiante, cuando 1983 ni siquiera había terminado.
Se valora de Charly García la capacidad para sincronizar su obra con la historia sin apelar a la demagogia y el cliché. Clics modernos es la cima de esta apuesta artística.
Bueno, cuarenta años después, seguimos en democracia ¿qué más quieren?
Estuve mirando algunas fotos de Araki, un fotógrafo japonés bastante conocido por sus fotos ¿eróticas? Honestamente nunca me interesó demasiado su trabajo, sin embargo, después de ver Arakimentari –un documental sobre su obra– cambié un poco de opinión. La serie que hizo sobre su esposa, que falleció en el 90, es increíble. Después de que se casaron, él publicó el libro Sentimental journey, en el que recopiló imágenes que tomó durante su luna de miel. Años después, hizo fotos de sus últimos días de vida, mientras estaba internada en el hospital, y las compiló en Winter Journey. En este videito se pueden ver los dos libros juntos. El punto es que me entusiasmé con el blanco y negro, cosa que nunca. Así que ahora, que estoy en Mar del Plata por el festival de cine, me traje unos rollos de esos, de los banco y negro. Espero que me salga bien la escala de grises.
Le escribo al técnico del aire acondicionado que arregla todos los equipos de mi edificio. Es la primera vez que lo contacto. Le digo que mi aire es viejo, que hace rato no lo reviso, que no enfría tanto, que debe tener algo. El loco me contesta: “Fijate los filtros”. Le respondo que ni sé dónde están. Me manda un audio explicándome dónde están, cómo limpiarlos y termina diciendo: “Capaz es eso y no es necesario que vaya, así te ahorrás unos mangos”. No le contesto. Diría que me siento sutilmente ofendido. Lo que hay acá es un claro conflicto de intereses: el tipo quiere que me ahorre unos mangos –o le da paja venir– y yo quiero perder un poco de plata, a cambio de no hacer absolutamente nada por el aparato. No quiero ser yo el que encuentre y solucione el problema, quiero pagar para que lo haga otro. Me sorprende la falta de interés capitalista por parte del técnico, su soltura, su liviandad. Cuando sea grande quiero ser como él.
Finalmente, el sábado pasado, mi amiga y yo llegamos a la muestra de Fernanda Laguna. En una de las salas se escuchaba una grabación en la que ella iba dando definiciones de diferentes palabras. Antes de irnos de la galería, pedimos que nos mandaran la desgrabación de ese glosario por mail. Estas fueron mis dos definiciones favoritas:
No:
“No" era la palabra que no podía pronunciar. Me costaba un montón, me acuerdo una vez que mi psicólogo me agarró y me dijo: decí “no". Me hizo entrenar y no podía decírselo ni a él. Yo pensaba que tenía que ser ilimitada para los demás, como que había aprendido eso desde niña.Lo real:
Lo real es una ficción muy sólida, muy consensuada. El arte no da por sentado a lo real como una forma de percibir el mundo. Lo real es una creación diaria. Construyo la escalera cada día bajo mis pies, y cuando me olvido de hacerlo y no me caigo, digo: eso fue real.
Me llega el libro de Diego Geddes, amigo de la casa, inspiración y referencia para Vueltas en la cama. Se titula Esto lo puedo estar inventado y recopila algunos textos que publicó en su newsletter, El diario de la procrastinación. Lo abro al azar y lo que aparece se relaciona con el tema de cada semana, el insomnio:
La oscuridad y el silencio me distraen. Pierdo el sentido, me aturdo, no sé si recuerdo bien. Entonces lo que me ayuda es hace run viaje mental con la cama, me subo a un dos plazas que va desde San Telmo, por la 9 de Julio, después por avenida Santa Fe, hasta Güemes y Armenia. Juego y pienso: mes desvelo. ¿Qué viene primero? ¿Desvelarse o pensar?