No escribí en dos semanas, pero tampoco descansé demasiado. Es decir, no destiné el tiempo que usualmente le dedico a esto para descansar. Mi mundo siguió con la intensidad de siempre, pero sin escritura. Perdón por la demora. Llego tarde, pero llego. Es muy difícil cumplir con todo cuando se maneja tanta adrenalina y tanto calor. Porque hablemos de eso también: ya hace mucho el calor. Saqué del placard mi ventilador Liliana: la mejor compañía que puedo tener para ir a dormir. Disfruto mucho del efecto somnífero que me produce el ruidito del ventilador. Ese fuu fuu constante. El aire fresco y artificial que generan las paletas de plástico. La llegada del verano.
Escribir es una actividad bastante irregular. A veces, sale rápido, fácil y brillante. Pero hay otras veces donde no sale. O sale torcido. O sale mal. Yo estoy bien con eso, con la posibilidad de que no todo sea excelente. Soy un aristócrata de la virtud, pero con otras cosas. Con la escritura me pongo menos exigente: entiendo que van a haber días en los que los textos queden impecables y geniales, pero también sé de que eso no va a pasar siempre.
En las últimas semanas, no escribí absolutamente nada. El mundo real me limó el cerebro. Envidié a las personas que no se sintieron tomadas por todo lo que pasó. No pienso hablar mucho sobre el tema porque ya han salido tantas cosas tan buenas y tan atinadas que no tiene sentido seguir con el problema. Hace unos días leí un diario que escribió Mariana Enríquez, mientras estaba en una residencia en España, justo durante la época de las elecciones. Sobre el final, dijo:
Antes de irme: olvidé escribir en este diario sobre las elecciones en Argentina, pero sí se habló mucho, casi a diario, sobre todo de los perros clonados de Milei y su médium. Acá somos cuatro argentinos. Tres ingleses, tres catalanas, un colombiano, cuatro argentinos. Campeones del mundo y del exilio. La noche de las elecciones no dormí.
Le dije a Paul si gana Milei no salgas de casa. Paul me dijo: no te preocupes, baby. Vamos a sobrevivir.
Siento que todos a mi alrededor -todos: tres o cuatro personas- están escribiendo mejor que yo. No leo demasiado, pero lo que leo me parece buenísimo. Mucho mejor que lo pude dar últimamente. No me molesta. Esta jodita es un vaivén. Es como tomar éxtasis: sube y baja a lo largo de la noche, el viaje nunca es constante. Además, como decía más arriba, no me molesta que sea algo inestable, que algunas cosas salgan buenísimas y otras malísimas. Supongo que por eso no tengo una relación neurótica con la escritura. Como si me pasa con los tipos. Bueno, con algunos. Con todos no. A veces soy normal. Generalmente. Lo que me molesta no es que escribir salga mal, sino no escribir, no llegar a terminar lo que quiero mandar. Me irrita que los días pasen y eso que quería decir ya no tenga sentido, simplemente porque pasó el tiempo, porque me distraje, porque me dio paja escribir, porque hubo que votar entre un ministro de Economía medio medio y un demente.
Fui a ver a Barbi Recanati a Niceto. Hacía mucho no iba a un recital de rock. Como estoy vieja, lo vi desde arriba: estoy muy cansado como para hacer pogo. Nunca fui muy del pogo, siempre me costó un poco. Soy una chica cómoda la verdad. Me gusta tener un poco de espacio para moverme y bailar si llega a hacer falta, sin que nadie me moleste y sin tener que hacer múltiples contorsiones para poder ver el escenario.
La cosa es que el show estuvo buenísimo. Cuando armamos con mis amigas la lista imaginaria de discos del fin del mundo, pusimos adentro el último de Barbi. Ahora, siento que vale más la pena que esté ahí. En un momento del show dijo que, tal vez, si hacemos algo todo los días que nos guste o nos haga un poquito feliz todo va a ser más fácil de llevar. Me gustó la idea. Me hizo acordar a algo que yo hacía hace unos años, siguiendo un método que inventé y que se llamaba: pequeños movimientos para ser feliz.
Básicamente, era hacer una estupidez muy chiquita todos los días para que la vida cotidiana sea menos deprimente. Por ejemplo: a la mañana escuchaba a la Negra Vernaci en vez de a Ernesto Tenenbaum; cuando salía de la redacción donde trabajaba, compraba una lata de cerveza y la tomaba mientras volvía a mi casa; salía a bailar algún día del fin de semana. Y sin que te des cuenta, como por arte de magia, te distraés y te olvidás de la angustia y todo vuelve a ser relativamente normal y ya no hay que hacer pequeños movimientos para ser feliz. Un día, ya no hay que hacer nada.
Me interesó muy poco la lluvia de rankings de Spotify que hubo en los últimos días ¿Por qué parece tan importante mostrarle a todo el mundo la música que escuchás? A mí me resulta muy íntimo. Me siento muy expuesto si te digo cuáles fueron las canciones que más sonaron en mi Spotify, los discos que más reproduje, los artistas que más escuché. Es como estar en bolas. Tampoco entiendo esa competencia relativamente sutil por ver quién era la persona más cool -o la más gay, dependiendo el target-.
No leídos.
Todo lo demás.
Freno rápido con la bici porque una trafic de Casa Córdoda Servicios Funerarios dobla sin poner el guiño y casi me lleva puesto. Que ironía, ser atropellado y capaz morirse culpa de una trafic de una empresa que organiza velorios y entierros. En realidad, ahora que lo pienso, me parece lo más lógico del planeta.
Al igual que la última vez que escribí, me encuentro en la calle con Diego Geddes, pero en Buenos Aires, no en Mar del Plata. En realidad no, no nos encontramos, sino que yo lo vi desde la vereda en frente. Le levanté el brazo, pero él no me vio: era de noche y yo estaba entre unos árboles en medio de la penumbra. Le iba a pegar el grito ¡Diego! pero me dio mucha paja tener que cruzar la calle, presentarme con la gente que él estaba y que yo no conocía. Hola. Hola. Imanol. Mengano. Fulana. Qué tal. Qué tal. Bien. Vos. Bien. Qué hacés por acá. Voy a un recital en Niceto. De quién. De Barbi Recanati. A esta altura del año, hasta hablar me da paja.
Un par de días antes de no encontrarme con Diego, sí me encontré con Luca Bocci en el subte. Le hice una entrevista hace unos años, cuando sacó su segundo disco, y pegamos buena onda. Antes de bajar charlamos un rato y me dijo “venite”. Yo le pregunté a dónde y me contestó a la presentación de mi último disco. Y cuándo sale. Ya salió. Ahí me puse incómodo, sobre todo porque me jacto de ser muy fan de su música, entonces cómo pudo ser que yo no tuviera el álbum escuchado para ese moemnto..
Me bajé del subte y arreglé mi demora. Puse play y –como siempre– me encantó.
Tomo un café con una amiga. Igual que con este newsletter: no nos vemos desde Mar del Plata. Me dice que no sabe si hacer la fiesta que organiza. En realidad ella sí la quiere hacer, pero su socia nocturna tiene dudas. Su argumento para no hacerla es el contexto, como que “no da” hacer una fiesta ahora. Le digo que pienso todo lo contrario, que ahora, más que nunca, hay que hacer fiestas sin parar, que estos no tienen que ser los días del desánimo porque eso va en contra del humor, que es lo mejor de todo. Este fin del mundo caluroso, lánguido y aletargado es el mejor escenario posible para hacer fiestas, escribir, pintar, sacar fotos. Cualquier cosa que estimule la imaginación. Además, lo primero es lo primero. Y lo primero es bailar.