Toda la semana estuvo llena de “sueños vívidos”. Me gusta el sinsentido de esa expresión: si estás soñando, no estás viviendo. De alguna manera sí, pero no literalmente ¿No sería mejor decir “imaginación vívida”? Estuve imaginando vívidamente, o algo así. La cosa es que tuve varias noches seguidas de imaginación vivida, acá en Playa Unión. En una de esas, imaginé que la policía reprimía gente en el Museo Nacional de Bellas Artes. En otra, estaba un recital de El Mató a un Policía Motorizado en Niceto. Imágenes muy intensas, las dos veces. Tanto que realmente sentí cómo era estar ahí siendo golpeado por los palos de la policía y apretado por el pogo del concierto. Pero nada de eso fue verdad. O fue verdad un ratito, un par de horas, adentro de mi cabeza, mientras dormía, con la sal, la tierra y el viento de fondo, metiéndose por la ventana de mi habitación en Playa Unión.
Hubo varias alternativas. Diferentes opciones. Lo que pasa es que es muy difícil escribir cuando estas de vacaciones, rodeado de tu familia y con tus amigos de visita. Entonces, como creí que no iba a llegar a escribir algo para mandar, apareció una idea que me entusiasmó bastante: que cada una de mis amigas -con las que estoy en la playa- escribiera un párrafo para hacer un newsletter colectivo. Realmente me pareció una buena idea, pero sabía que la paja que tengo yo ahora la iba a tener el resto cuando le tocara sentarse a escribir.
Trato de sacar la mayor cantidad de fotos que puedo. Saco más con la cámara digital que con la otra, la de rollo. Creo que ya lo dije, pero estoy entusiasmado con las fotos digitales. Sin embargo, a mis alumnos del terciario les doy para leer textos que están en contra de las imágenes hechas de ceros y unos, que defienden a las que se imprimen en papel y se vuelven amarillas con el tiempo.
Llevo a mis amigos a Trelew. Conocen mi casa, en la que crecí, y revisan fotos mías de cuando era chico. Se ríen y dicen que estoy igual a cuando terminé el colegio. En ese momento ya tenía el bigote y el pelo muy parecido a como lo tengo ahora. Sólo fui distinto cuando estuve rapado. El resto de los años, más o menos igual.
Mi casa está llega de fotos. En un placard mi vieja guarda dos cajas gigantes llenas de álbumes familiares. Durante muchos años mis papás tuvieron el impulso de fotografiar todo: los domingos en lo de mis abuelos, las vacaciones, los actos del colegio, los cumpleaños, la vida doméstica en general. Sobre todo mi papá hacía fotos. Él casi no aparece.
Yo soy como él: me gusta mirar, pero no que me miren. Ayer, mientras nos tirábamos en la playa y esperábamos que subiera la marea –queríamos ver cómo tapaba unas rocas que había en la mitad del agua, como unos restos de acantilado–, le saqué muchas fotos a mis amigos. Uno de ellos me dijo: “¿Y vos no vas a aparecer en ninguna?”. Le contesté que no, que no quería aparecer.
Me gusta estar mirando lo que tengo alrededor, incluso cuando las fotos que salen no me gustan. O cuando la distancia entre lo que imagino y lo que resulta es muy ancha. Me gusta estar registrando algo para mí, ser el que observa, pero no al que miran. Robarle algo a los otros para mí. Digamos que soy un poco egoísta. O un fetichista de las acciones ajenas. Me los quiero guardar a todos para mí. Tener un álbum de la vida cotidiana, de mis amigos, de las formas de perder el tiempo.
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Anoto cosas perdidas. Pienso ideas que descarto. Salgo a correr casi todos los días por Playa Unión, pero no logro buenos tiempos, ni tampoco hago grandes distancias. Estoy un poco cansado y, además, es difícil correr con el viento tan tan tan fuerte. Ayer salí y el aire venía al palo, desde el mar, o sea, era muy frío. Mientras corría pensaba en escribir. En realidad pensaba sobre qué escribir. No apareció nada. Mis amigas me dijeron que si corría iba a ser más fácil escribir, que la actividad física me iba a ayudar. Sin embargo, no lo hizo. Pura dispersión. Efecto “estar de vacaciones al mango”. Por mi mente pasaron un montón de ideas estúpidas. Me dije a mí mismo: “No podés usar esto en el newsletter”. Por ejemplo: en un momento del trayecto se me ocurrió escribir “el viento te vuela las ideas”. Sí. Así de básica soy. Un lugar común disfrazado de buena idea. Pero bueno, al menos me di cuenta que no valía la pena escribir “el viento te vuela las ideas”.
Aviso parroquial:
Al igual que el año pasado, me voy a tomar unas semanas para descansar. Los sábados de enero no va a salir Vueltas en la cama. La programación habitual vuelve el 3 de febrero. Pero vamos a estar trabajando para usted. Como siempre.
En una hora me voy a Pirámides con mis amigas. Me entusiasma llevarlos a conocer un lugar nuevo. El rol de guía de turismo es mi favorito. Hace unos días, con mi vieja, los llevamos a conocer Gaiman, el pueblo que fundaron los galeses en el valle, ahí pegado al río Chubut. Se entusiasmaron mucho con el paseo y con el paisaje. Se sorprenden del color verde: pensaron que todo iba a ser gris o que iba a estar seco.
Entramos a la chacra de unos amigos de mi vieja y caminamos por la huerta que tiene. Junto cerezas de un árbol y también frutillas. Le doy a mis amigos. Soy bueno agarrando frutas, aunque en Buenos Aires no tenga ni una sola plata en mi departamento. Digamos que es una habilidad adquirida después de haber crecido acá. Como decía la semana pasada, volver genera una sensación de familiaridad y de extrañamiento. Me reconozco como parte del paisaje, pero a la vez siento que ya no soy de acá.
Escribe Diego Geddes en su Diario de la procrastinación:
Qué difícil es escribir sobre la pavada semanal cuando la atención esta tan tomada por la coyuntura. Envidio a los que tienen la virtud de poner el foco en otro lado y pueden separar los tantos, cada tanto un flashecito a las noticias mientras deambulan por el resto. Yo trato de hacerlo aunque me resulta complicado. Creo que lo disimulo bien. Todo este párrafo para llegar al principio: qué difícil es escribir sobre la pavada semanal cuando la atención está tan tomada.
Los días que pasó en el sur casi no miro noticias. Me esfuerzo para no entrar a redes social. Intento fugarme del mundo real. Pero no lo logro. Me lleva por delante. Me gana la ansiedad. Hasta sueño con el presidente. No puedo escaparme aunque acá todo suene más bajo, es como si la distancia geográfica con ese centro de bardo y neurosis ayudara a que las cosas pegaran menos. Pero igual pegan.
Veo un desfile de posteo y textos puteando todo. Yo me sumo a las puteadas. Soy otro de los indignados. Estoy en la masa que sube una storie a Instagram diciendo por qué no está bueno que se cierre el Fondo Nacional de las Artes y después, en el siguiente slide, una foto aesthetic de sus vacaciones: una de cal y otra de merca. No se puede andar sin contradecirse.
Soy una bola de desánimo. Termino el año así: pinchado. Como la novela que escribió una amiga, pero distinta: año pinchado. Y al mismo tiempo trato de no dejarme desanimar, intento ganarle al tsunami de mierda. Hago el esfuerzo por escribir, sacar fotos, hacer cosas con amigos, pasarla bien, quejarme lo menos posible. Hago el esfuerzo por cambiar de tema. Por dormir mejor.
😘