#153. Memoria emotiva
Una serie nueva de Star Wars, un show de Guacho Bleu y una anécdota de mi abuelo.
Consigo dormir plácidamente, varias horas de corrido, toda la semana. Eso es una bendición y un problema: si duermo bien no tengo ideas. Mi cabeza se desenrosca, se afloja. Las ideas no se fijan y no tengo sobre qué escribir. Sin embargo, no creo que valga la pena pasar noches enteras sin pegar un ojo para tener un par de oraciones en el bolsillo. También podría quedarme callado. No escribir nada. Pero el silencio nunca es una opción para mí.
Me encuentro a almorzar con mi amiga Kyra. Desde que dejamos de ser vecinos, nos vemos menos –sobre su mudanza desgarradora escribí acá–. La extraño. Tenerla a unas pocas cuadras siempre me generó tranquilidad, una sensación de calma. Nos conocemos hace casi 20 años. Íbamos juntos a inglés. Ella era muy buena y yo soy muy malo. Kyra sacaba 100 y yo 20. El único momento en el que tuve malas notas fue ese, cuando iba a inglés. Lo dije la semana pasada: mi tolerancia a la frustración es baja, por eso abandoné el instituto cuando empecé a acumular muchos desaprobados. Podría haber estudiado más, pero no pude: el fracaso me paralizó. Sin embargo, los éxitos de Kyra en esa otra lengua siguieron: rindió el First y aunque no sé qué calificación consiguió estoy seguro de que debe haber sido alta.
En el almuerzo pasamos revista, nos ponemos al día. Repasamos una diversidad de temas que van desde la situación país, hasta la relación con nuestras madres y en qué estamos trabajando. Ella me cuenta que estuvo preparando unos informes sobre qué dicen las personas acerca de The acolyte, una serie nueva de Star Wars que salió por Disney+. Kyra me cuenta qué es lo que se comenta en internet antes del estreno. Hubo muchos comentarios sobre la aparición de Carrie-Anne Moss, es decir, Trinity de Matrix. Había visto algo en el trailer y, obviamente, me pareció increíble. Me pregunto cómo se sentirá Carrie-Anne con el hecho de que nadie la conoce como Carrie-Anne, sino como Trinity. El personaje se le quedó pegado como esas musculosas de látex que usaba en la peli de las hermanas Wachowski.
Cuando la serie finalmente se estrena, unos días después, miro los dos primeros capítulos al hilo mientras ceno. Literalmente a los tres minutos de arrancar ¡matan a Trinity! Quedo completamente impactado. Para qué la llamaron si la iban a matar en seguida. Estamos todos adelante de la tele por ella. Y sin embargo, de una manera muy descarada, nos la arrebatan. La tiranía de las compañías internacionales. La pusieron para activar nuestra memoria emotiva, para que digamos “¿viste que está la de Matrix en la serie de Star Wars?”, para que caigamos en la trampa y demos play, pero no la pusieron para darnos una alegría, un motivo para festejar las hazañas de Trinity en una galaxia muy muy lejana.
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Paso por una panadería que queda a la vuelta de mi departamento y me encuentro con un arco de globos negros y dorados decorando la puerta. Lo primero que pienso es que debe ser el aniversario del lugar, pero no. Al lado de los globos hay unas hojas pegadas sobre la vidriera que dicen: NUEVO DUEÑO! –así en mayúsculas–. No me queda claro qué quiere decir el mensaje. Entiendo a lo que se refiere, que antes la panadería tenía un dueño y ahora otro, pero no sé en qué cambia eso para nosotros, los clientes. Es uno de esos locales de cadena, no importa quién sea el dueño, todo tiene el mismo sabor siempre, sin importar quién sea el propietario del lugar. Esa es la gracia de las franquicias. No puedo explicar por qué, pero me indigno un poco con esa decoración ridícula y con esos cartelitos. Siento que es una estafa decir NUEVO DUEÑO! así en mayúsculas si nada va a ser diferente.
A la media cuadra la indignación se disipa y me olvido por completo del confuso mensaje.
Descubro que mi cuenta de Instagram se transformó en un catálogo de retratos. Varias fotos de distintas personas apiladas una debajo de la otra. Lo que pasa es que me gusta mucho la gente, la que conozco y más aún la que no conozco.
Ordenando el disco donde guardo todas las fotos que saqué hasta ahora encontré una de Beto en Mar del Plata. Se la saqué en el verano, cuando pasamos juntos una tarde de playa. Lo extraño a Beto, me gustaría verlo más seguido. De hecho, nos vemos realmente poco. Es muy lindo pasar el tiempo con él. Además, es muy buen dj.
Mi amiga Fernanda me manda un poema de Frank O’Hara por Instagram. No lo conozco. Lo leo y me gusta mucho:
Poema
Luz claridad una ensalada matutina de palta
después de todas mis atrocidades me parece increíble
ser perdonado y amado, y ni siquiera perdonado,
porque lo hecho hecho está y el perdón no es amor
y el amor es amor entonces nada puede salir mal
aunque las cosas pueden resultar molestas aburridas y prescindibles
(en la imaginación) pero no para el amor
y aunque a una cuadra de distancia te sientas distante su sola
presencia lo altera todo como un químico vertido sobre el papel
todos los pensamientos se desvanecen con una excitación
tan rara como serena
de todo esto estoy seguro, y mi respiración agitada es la prueba
Joaquín me invita a un recital de Guacho Bleu y yo acepto. Vamos con dos amigos suyos, Manuel y Giula. Él hace unos stickers con forma de espiral que me parecen hermosos. Desde que vi las obras de mi amigo Santi, hechas con espirales Fuyí, me obsesioné –de hecho este newsletter está lleno de espirales–. Le pido uno y me dan ganas de pedirle uno más, para Santi, pero me contengo: apenas lo conozco, no quiero abusar de su hospitalidad. A veces, casi nunca, se cuándo parar.
El show es en el sótano de un club de boxeo –hermoso–. La sensación que había quedado en mi mente después de escuchar el disco de Guacho Bleu, unas semanas antes, era la siguiente: un chico que hace un trap soft. Honestamente, no sé por qué me quedó esa impresión. Un poco por sesgo y otro poco por vago: no le presté demasiada atención a sus canciones cuando las escuché por primera vez. Sin embargo, lo que me encuentro en este sótano es una versión de Los Socios del Desierto, pero con acceso a Internet. Lo escucho y todo el tiempo pienso ¡volvió el rock! Las referencias son tan claras que hasta hacen un cover de Intoxicados.
Fue todo realmente muy hermoso. Más que nada esa sensación que dan los sótanos, la ilusión de que estás mirando algo que, capaz, después se transforma en una cosa más grande, de que estás presenciando algo irrepetible. Un poco como lo que dijo Rosario Bléfari en ese post de Facebook tan famoso, de que cada momento que vivimos es histórico y que por eso es importante ir a recitales de artistas emergentes, leer autores y autoras vivas, ir al teatro y al cine a ver estrenos, llevar adelante algún proyecto aunque esté destinado a fracasar. Estar conectado con la época, sin nostalgia. Mantener la antena prendida para recolectar anécdotas y así poder decirle algo a los que preguntan qué tenés para contar.
Retomo un segundo el tema de Star Wars –me tiene muy angustiado–. Ya sé que estoy un poco grande para amargarme por estas cosas, pero no se trata de que Trinity no tenga más minutos en la pantalla, sino de lo frustrante que es no poder revivir ese afecto que te genera un personaje de ficción, muchos años después de haberlo conocido. Es la misma angustia que te agarra cuando te das cuenta que no vas a volver a comer, nunca más, la comida que hacía tu abuela. Aunque repitas la receta al pie de la letra, no te va a salir igual. No hay chances de que eso pase. Y lo peor de todo es que después pasan los años y te vas olvidando de eso, de cómo sabían algunas cosas, cómo olían e incluso te olvidás hasta de las voces de las personas. Por ejemplo, tengo un recuerdo muy vago de cómo hablaba mi abuelo. Se murió hace 10 años. Hace unos días hice el esfuerzo por acordarme, pero no pude encontrar en mi memoria el tono justo, solo una sensación. “Creo que hablaba así”, me dije, pero la verdad es que no estaba seguro. También me empecé a olvidar de las historias que contaba. Había vivido grandes aventuras, según él, mientras vivía como pupilo en un colegio de curas, acá en Buenos Aires. Una noche, por ejemplo, él y sus amigos se afanaron las llaves del lugar y se escaparon de la escuela para ver una carrera de autos. Primero se fugaron, después tomaron un tren hacia el oeste y volvieron antes de que saliera el sol. En su relato, para poder volver desde la pista de carrera tuvieron que afanarse un caballo en una parte del trayecto. Honestamente, no sé si fue verdad o no, me parece poco verosímil andar a caballo por el Conurbano porque, asumo, ya en esa época nadie andaba a caballo por la calle. Pero lo importante nunca era la verdad, sino la manera en la que mi abuelo transformaba una pequeña anécdota en una epopeya. Relatar la anécdota le daba intensidad a los hechos y a todos nos gustaba escuchar y sentir esa intensidad, incluso a mi vieja y mi abuela que habían escuchado la misma historia miles de veces. Algo parecido sucede con la escritura, cuando escribimos, eso que estamos diciendo se vuelve más intenso. “Escribo para intensificar la vida porque sin escritura todo es más plano”, me dijo una vez mi amiga Mercedes. Las cosas están ahí pasando, todo el tiempo, pero cuando las escribo se vuelven otra cosa, algo más grande y con más volumen. En la situación más trivial, si le pongo unas palabras encima, puedo encontrar una gran hazaña. De la nada, gracias a la escritura, saco todo.