Soñé con Cristina, pero ella no aparecía personalmente en el sueño; me mandaba mensajes de WhatsApp. Entonces, no sé si soñé con la expresidenta o con un chat con ella. No estoy seguro de que sea lo mismo escribirse con alguien que estar con alguien. De lo que tampoco estoy muy convencido es de qué estábamos hablando. Sí se que los mensajes me llegaron mientras yo estaba en una YPF, a punto de pagar un café con dos medialunas.
Mis esfuerzos para mejorar mi nivel de inglés me llevaron a releer Harry Potter y la piedra filosofal en su idioma original. Mi profesora me sugirió hace un tiempo leer cualquier libro que ya conozca, para poder avanzar tranquilo sin sentir que me estoy perdiendo alguna parte de la trama. Entonces, Joaquín me regaló una copia del libro. Lo que más me gusta de la edición es que la tapa tiene el mismo diseño que tuvo la primera vez que se editó, en junio de 1997. La ilustración es bastante más infantil que la de la versión al español –en Argentina salió por el sello Salamandra–, por eso cuando agarro el libro me siento un niñito.
Harry Potter llegó a mi casa por mi hermana mayor, ella fue quien empezó a leer estos libros a principios de los dos mil. Yo sabía de qué iba la trama y me parecía fascinante, pero no los leía porque creía que eran “para grandes”. Esta idea se sostenía con el argumento de que no debían ser para chicos porque no tenían ilustraciones. Después, siguió mi hermano y recién cuando yo tuve doce o trece años empecé a leerlos. Cuando se editó el último, mi abuela me lo compró en una preventa que hicieron y el día que salía a la venta hicieron un evento en la librería de los papás de mi amiga Caro.
Una cosa llevó a la otra e hice un rewatch de las películas, pero sin subtítulos –me costó un poco, tengo que que admitirlo–. Me di cuenta que las primeras son mucho menos malas y mucho menos comerciales de lo que recordaba en mi mente. Tiene unos planos rarísimos y las actuaciones de los pequeños Daniel Radcliffe, Rupert Grint y Emma Watson no están nada mal. Supongo que la memoria afectiva hace que mi opinión esté un poco sesgada. Cuando era chico, veía estas películas mil veces. La primera, la grabé desde la tele con un VHS, pero me quedé dormido en la mitad y no puse stop así que después de la película seguían unas dos horas de promociones de Sprayette, esas que pasaban por Telefe en el horario de trasnoche.
Hasta bien entrada la adolescencia tuve un problema recurrente: no podía distinguir entre realidad y ficción, me costaba mucho. Entonces, leía la saga de Harry Potter con la idea de que tal vez algo de todo ese mundo pudiera existir. Pensaba que realmente había un universo paralelo al que yo vivía, que en algún lugar de la Argentina –y en cada país del mundo– había una escuela de magia a la cual no me habían invitado. Muchos años después, psicoanálisis de por medio, entendí que imaginaba eso porque me gustaba la fuga que me ofrecía la ficción del mundo real. Un pasaporte a un universo mucho más amigable y encantador que en el que yo vivía. Un escape a un mundo de fantasía.
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Se me ocurrió hacer una anti reseña sobre Brat, el último disco de Charli XCX: hacer una nota sin haberlo escuchado. Mi idea original era hacer una reseña del disco con cómo me imaginaba las canciones o a partir de todo el contenido que circuló en Internet desde que salió. Sin embargo, el viernes fui a la Discos –la fiesta que organiza mi amiga Maca y que consiste, básicamente, en pasar álbumes completos– y sonó esta novedad del hiperpop. Se sintió bien escucharlo por primera vez a todo volumen y en la pista. Lo que sonó era muy parecido a lo que creí que iba a sonar, es decir, podría haber hecho mi anti reseña. Buscando fotos para el envío de esta semana encontré una de un colectivo brat atravesando una calle en Ciudad de México.
It's the same but there's a bondi so it's not.
Hace unas semanas tuve una discusión fugaz con un fiel lector de este newsletter sobre si lo que se publica acá es verdad o no. El lector en cuestión es uno de los pocos que pagan por este contenido, así que pelearse no era una opción –recuerden que pueden suscribirse por unos pocos pesitos haciendo clic acá–. Siempre que aparece esa pregunta sobre “la verdad”, me acuerdo de aquella entrevista que le hizo Malena Rey (amiga de la casa y autora de El hilo conductor) a Marina Yuszczuk, en la que la poeta y escritora dice:
Un narrador, sí o sí, forzosamente, es alguien que miente, que inventa. Esto pasa tanto al escribir ficción como al escribir autoficción. En mi experiencia, entiendo que el efecto de realidad al escribir autoficción es fuerte –sobre todo cuando el narrador se corresponde en su biografía con el autor–, pero realmente cuando estás escribiendo la sensación es de que simplemente estás escribiendo; nunca es de que le estás contando tu vida a alguien.
Retomando el tema de la semana, descubrí que en Harry Potter y la Cámara de los Secretos aparece este mismo debate. En ese libro hay un personaje, Gilderoy Lockhart, que es mago y escritor al mismo tiempo. El tipo vende unos bestseller alucinantes donde habla de grandes hechizos y hazañas heroicas. Todo el mundo piensa que lo que él dice es verdad y que cada cosa que narra son episodios de su propia vida, pero no, más bien todo lo contrario. Sobre el final del libro él reconoce que le roba historias a otros, que exagera sobre sí mismo y que omite unas cuantas cosas. Es decir, se hace cargo de que un narrador es una persona que miente. Como yo, que me jacto de ser un tipo honesto, pero que al final del día me doy cuenta de que soy un mentiroso.
Voy al banco varias veces en la semana a hacer diferentes trámites. Cuando saco turno siempre toca una combinación de letras y números distinta: Y5, V4, C6. Nunca entiendo cuál es el criterio, si en la pantalla siempre toco los mismos botones. No hay nada más opaco que el sistema de turnos de un banco. Pero lo que más me irrita no es esa arbitrariedad alfanumérica, sino no saber cuándo me van a atender. La última vez que fui, en la sala de espera sólo estábamos una señora y yo. “Enseguida me toca”, pensé. Pero no. Después de mi llegaron unas cuantas personas más que fueron atendidas antes. Tuve la sensación de que era una joda, que el sistema financiero y su sistema de turnos me estaban tomando el pelo. Cuál es el sentido de dar turnos si da igual cuándo llegues. Para qué llegar primero si te van a atender último. Habría que hacer una gran manifestación popular para terminar con la tiranía del sistema de turnos del banco. Esa es la lucha que se viene. La verdadera revolución contra el sistema financiero.
Mi tía era profesora de inglés. Cuando era chico le mandaba por mail, a su casilla de Yahoo, letras de canciones para que me las tradujera. Los correos, a veces, se convertían en largos intercambios epistolares sobre posibles traducciones de esas letras. Mi tía, que era muy inteligente y muy estudiosa, me explicaba cada una de las acepciones que podían tener algunas palabras y expresiones de las letras que le mandaba. Pienso mucho en ella desde hace ya varios meses y más ahora que empecé a estudiar inglés y a leer muchos ensayos sobre el oficio de traducir. Cuando Joaquín y yo discutimos sobre posibles traducciones de algunos poemas de Frank O’Hara me pregunto: “Qué pensaría mi tía, cómo traduciría ella estos versos”.
En el cajón de mi mesita de luz guardo una tarjetita personal de ella. En ese pedacito de cartón está Mary Poppins flotando en el cielo, pero con la cara de mi tía y abajo la leyenda: “Normi Subiela. Profesora de Inglés” y después sus datos personales. Guardo esa tarjeta como si fuera una estampita sagrada o una alhaja de alguna abuela fallecida, esa que atesorás para siempre como si fuera un diamante exótico.
Hace muy poco me hicieron la misma pregunta sobre si mis textos eran verdad o mentira. Me ha encantado la cita de Marina :)