#20. Un lugar en donde escribir
Ideas sueltas sobre los cuadernos de notas, un bot de Silvia Prieto y una pobre antena.
Dormí en el sillón toda la semana. Mi calidad de sueño fue regular: no dormí ni bien, ni mal. Simplemente dormí. Algunos días sí estuve más incómodo, pero fueron los menos. El principal problema fueron las frazadas, que si bien son grandes yo las sentí chiquitas, como que no me tapaban lo suficiente.
Hasta hace un año y medio siempre dormí en camas de una plaza. Estas camas hicieron que desarrolle una habilidad para no moverme mientras duermo y durante muchos años me levanté exactamente en la misma posición en la que me acosté. Una amiga me decía, cada vez que dormía en su casa, que yo era “tipo muertito”, que me quedaba donde me acomodaba.
Desde el verano del año pasado tengo cama de dos plazas. Ahora duermo en diagonal y me muevo mucho. No hubo vuelta atrás. No pude hacer “tipo muertito” en toda la semana que volví a dormir en el sillón que tiene el tamaño de una cama de una plaza. Otra batalla más que pierdo contra el mobiliario.
I. Un lugar en donde escribir
Empecé un cuaderno nuevo. El que terminé me duró desde mayo del año pasado hasta ahora. Era uno que me había traído un amigo desde San Pablo. Lo compró en la Pinacoteca. Tenía tapa dura, color blanco, con unos dibujitos geométricos negros muy lindos. El nuevo cuaderno es de esos cancheros, medio yankis, los compostition book. Creí que era rayado, pero tiene puntitos. Es para dibujar, pero yo lo uso para escribir y anotar cosas que no me tengo que olvidar.
Cada vez que cambio de cuaderno cambia mi letra. El de la Pinacoteca no tenía renglones, ni puntitos. Eso hacía que la letra me salga gigante y desprolija. En el nuevo hago una letra chiquitita, para que entre en el renglón imaginario que invento con dos filas de puntitos. Cuando era chico mi abuela me compraba cuadernos de caligrafía para que pueda escribir mejor. También me compró una pluma Parker (la misma que uso ahora, 18 años después), pero mi letra sigue siendo horrible.
Los cuadernos de notas son como un género literario, funcionan como una autobiografía bien doméstica: hay listas de tareas pendientes, cosas que hay que comprar en el supermercado, ideas sueltas que no te querés olvidar, apuntes de clases a las que asistís. Como casi todo el mundo tiene un cuaderno de notas, casi todo el mundo escribe su autobiografía sin darse cuenta.
Hace algunos años la editorial Ivan Rosado editó Ikebana política, un libro que recopila los cuadernos que la artista Claudia del Río escribió desde 2005 y hasta 2015. En esas páginas hay de todo, desde pequeños ensayos sobre arte hasta los ejercicios que ella les hizo hacer a sus alumnos en las clínicas que da. Hay dos anotaciones que me gustan mucho y que son bien hiteras:
El amor me estira como una hamaca paraguaya.
La idea de salvación está en el arte y en la biblia.
Revisé obras de Sergio De Loof la semana pasada. Buena parte de sus obras estaban hechas en hojas de cualquier cuaderno berreta. En su última muestra, ¿Sentiste hablar de mi?, en el museo Moderno, se exhibieron varios de sus cuadernos. A veces las obras eran frases sueltas, pensamientos aleatorios, conversaciones con personas que nunca se enteraron que les estaban hablando.
Descubro que en su página web varias de esas anotaciones las transformó en obras. Son como unas impresiones gigantes con frases o textos cortos delirantes como este:
Basta con el tema de mis faltas de ortografia no me voy a poner a estudiar ahora y ademas no retengo lo que aprendo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
No quiero disfrazarme de nadie así soy yo, es es unos de tantos defectos que debo tener. No tengo tiempo aceptenme así, no voy a ir a la nocturna.
Escribo foneticamente!
De Loof 2018
La Editorial Mansalva recopiló la mayoría de los posteos de Facebook que hizo de De Loof durante sus últimos años. Su cuenta en esa red social era como su cuaderno de notas públicas. Tan random como el cuaderno donde ponemos la listita del súper. Lo que más le envidio a De Loof es que siempre escribía igual, sin que importara el cuaderno que usara, ni si quiera si era un virtual. No fue como yo que, culpa del cuaderno con puntitos, ahora escribo todo chiquito, como si estuviera hablando bajito todos los días.
II. Silvia bot
Resulta que alguien agarró el guión de Silvia Prieto, la película de Martín Rejtman donde actúan Rosario Bléfari y Valeria Bertuccelli, para convertirlo en un bot. Es de las cosas más graciosas que vi en el último mes (imagínense cómo serán las otras). Cada vez que descubro un bot en Twitter le escribo a una amiga y le pregunto si fue ella la que lo hizo. Casi siempre me dice que no (como ahora), pero me gusta creerme la fantasía de que es ella la que hace todos los bots que me gustan.
Quise ir a buscar algunos tuits graciosos para compartirlos acá, pero Twitter decidió suspender la cuenta. Que decepción. ¡Que aburrida está la internet! ¡Y que gorra!
Silvia Prieto es mi película favorita y tuve una tía que se llamó Silvia Prieto. Se murió hace poco y todo lo que pasó después fue muy bizarro, una situación que tranquilamente podría haber sido guionada por Rejtman: certificados de defunción mal hechos, velorios sin gente, potenciales amantes desconocidos que quieren una herencia y otros etcéteras.
La forma que tienen de hablar los personajes de Rejtman son como bots: mensajes cortos, con una misma cadencia y, a veces, con respuestas completamente ridículas como las que te dan esos bots que no entienden lo que estás diciendo y te piden que vuelvas a escribir.
Culpa de la censura de Twitter no voy a poder seguir escribiendo. La gracia era compartir las frases más graciosas del bot, pero no puedo. Además tengo que sacar del horno el pollo trozado en doce partes iguales que cociné hace un rato.
III. Una pobre antena
La semana pasada leí en el comienzo del newsletter Diario de la Procrastinación (creo que ya recomendé este newsletter antes) una frase sobre el cansancio de que estemos todos hablando todo el tiempo de lo mismo: “Hablamos de Okupas y después de otra serie y de otro tema del momento, esta semana sería Messi. Somos una especie de cadena nacional de lo que se está hablando en un modo más o menos descontracturado, cada uno con su estilo, repitiendo una fórmula”.
Me quedé varios días pensando en eso.
Antes renegaba bastante de la forma en la que se construía una agenda de consumos colectivos sin que me diera cuenta. Es decir, me irritaba que se vieran las mismas cosas, que se escriba de la misma manera y que se lean los mismos libros. En el fondo, tengo que reconocerlo, lo que me molestaba era que nunca me sentía “en la onda” porque nunca llegaba a leer y mirar todo lo que estaba circulando. A veces no lo hacía porque no me interesaba. Como dije hace un par de semanas: no tengo muchas obsesiones y mi mundo se resume a las series de superhéroes, el rock nacional, la literatura latinoamericana y no mucho más.
Sin embargo, hace unos días le escuché a un profesor de mi maestría hablar de un “estado de la imaginación” para referirse a ideas que se piensan en al mismo tiempo, pero en distintos lugares inconexos. Me entusiasmó la idea y la posibilidad de creer que tenemos una antena invisible que va captando el “estado de la imaginación” de nuestra época. Está buenísimo imaginar y engancharse en la imaginación ajena. Es como si viviéramos en una ficción donde todos estamos enchufados a una fantasía más grande.
Me gusta hablar de algo y ver que después un amigo o una amiga o una persona que no conozco habla de lo mismo. A veces algunas ideas pegan más que otras. Todos podemos hablar de lo mismo, pero no todos podemos traducir bien esas ideas que están flotando. Pero, lo que más disfruto es sentir que a veces tengo una conversación con gente que no conozco. Es como tener conversaciones sin hablar y la verdad es que me gusta tener conversaciones sin hablar.