#21. Una casa cerca del mar
Unas ideas sobre Mar del Plata y el pop, cómo encontrar un bar y una canción de Serú Girán.
No da lo mismo dormir en cualquier lugar. No todo el mundo tiene esa habilidad de cerrar los ojos y descansar sin que importe demasiado en dónde apoya la cabeza. A veces envidio eso. Es un superpoder que tienen unas pocas personas. Van en el colectivo y se duermen. Se acuestan en un sillón y duermen. Se suben a un avión y duermen.
Duermen, duermen, duermen.
Esta semana dormí en una habitación con vista al mar y todos los días me desperté a eso de las siete de la mañana. Sin despertador ni nada. Todas las noches que me acosté me dormí enseguida y a las siete de la mañana ya estaba arriba, sin que importara acostarse temprano o tarde.
Tengo la teoría de que los lugares condicionan, más de lo que pensamos, la manera en la que dormimos. Y con “luguares” no me refiero a las camas, ni las almohadas, sino al espacio geográfico. No sé si la combinación de mar, sal, arena, viento, hizo que me despertara tan temprano, pero así funcionó mi sueño todos estos días. La semana pasada perdí una batalla contra el mobiliario y ahora contra la costa argentina.
I. Una casa cerca del mar
Las casas de playa tienen una decoración particular. No pueden tener la de una casa de la ciudad o el campo. Es otra cosa. Tiene otras imágenes, otros materiales y otra paleta de colores. Un curador doméstico tiene que saber que no puede poner cualquier cosa en una casa cerca del mar.
En las casas de la playa tiene que haber: una colección de caracoles, adornos con forma de barquitos, cuadros con motivos marinos, algunas piedras traídas de la costa, esculturitas de pescados o cualquier otro animal acuático. El chiste de la decoración de una casa de playa es que sea literal. Mientras más literal, mejor.
El verdadero fin de la metáfora es la decoración de las casas de la playa.
Las familias llevan a estos lugares todo eso que sobra en la casa principal o todo lo que tenga algún motivo marino. Los espacios se van llenando de objetos diferentes entre sí, pero que se camuflan gracias a la estética literal del mar.
En la casa que mi abuela tiene en la playa hay un estante todo lleno de caracoles. También hay una pared decorada con un salvavidas gigante, dos remos de madera y una red que, imagino, alguna vez sirvió para pescar, pero que ahora está semi podrida por el paso del tiempo. Arriba del fogón hay clavado un timón de madera.
Caminando por Mar del Plata discuto con un amigo sobre una muestra de fotos que hubo hasta hace poco en el museo MAR con imágenes de la ciudad. Tenía obras de Annemarie Heinrich, Ataúlfo Pérez Aznar y Alberto Goldenstein. Él dice que la muestra fue mala porque “no podés hacer una muestra sobre Mar del Plata con fotos tan literales” sobre Mar del Plata: los lobos marinos, la rambla, las carpitas esas para alquilar en la costa, gente tomando sol.
A mi me pasa todo lo contrario: me parece increíble que todo sea tan literal porque en esa literalidad las imágenes se vuelven pop. No hay nada más pop que Mar del Plata y a mí me encanta el pop. Me fascinan esos adornos de plástico con formas de delfines, lobos marinos, vírgenes o caballitos de mar que “te dicen” si va a llover o no.
Entre las fotos que había en la muestra estaban las dos que Alberto Goldestein sacó de las estatuas de los lobos marinos. Las fotos son del 2001. Pasaron exactamente 20 años, pero en esas imágenes y en ese lugar de la ciudad el tiempo quedó suspendido. Uno puede ir hasta ahí y ver exactamente lo mismo una y mil veces: un par de lobos marinos hechos de concreto, con sus cabezas mirando para arriba.
El pop es tan poderoso -y repetitivo- que si venís a Mar del Plata y sólo recorrés los lugares mainstream (lo mejor de estar en Mar del Plata) no podés percatarte del paso de los años. Vivir en el pop es resistir el paso del tiempo. Es la fórmula para la juventud eterna.

II. Buscar un bar
Cada ciudad tiene los bares que se merece. El problema es que muchas veces las ciudades no tienen el bar que nosotros nos merecemos. Con una amiga siempre decimos que desde que nos conocemos, hace ya unos cuantos años, estamos buscando EL bar, nuestro bar. Sin embargo, todavía no lo encontramos.
Buscar un bar en una ciudad que no es la propia es todavía más difícil porque uno como turista siempre está en desventaja. Es difícil saber a dónde ir, cómo elegir bien, cómo no caer en el lugar equivocado en una ciudad desconocida. Hasta es difícil saber por dónde empezar. Digamos que encontrar un buen bar es como un deporte: hay que entrenarse y practicar durante mucho tiempo hasta conseguir la habilidad para encontrar un buen lugar adonde ir.
Un bar es un ecosistema. Cada bar tiene su propia fauna. No es lo mismo ir al que está de moda que a uno notable, no tienen los mismos animales (a veces sí son los mismos cuando las personas cool se ponen vintage).
El bar favorito que teníamos con mis amigos era uno que se llamaba Flux. Ya no existe más culpa de la pandemia. Era un bar gay bastante cutre, pero hermoso a la vez. Los precios eran razonables. La música era razonable y en su decadencia estaba su encanto. La sensación que teníamos cuando íbamos a Flux era que estábamos en el living de nuestra casa. Eso es lo que tiene que generarte tu bar, una fantasía doméstica.
El bar es el espacio público más privado de todos, el que más posibilidades tiene de ser apropiado por alguien. Este es mi bar. Voy a mi bar. Disfruto mucho cuando, después de ir muchas veces, las personas que trabajan en el lugar me conocen y me saludan por mi nombre. Hola Imanol cómo estás. Todo bien y vos.
La única vez que me pasó algo así no fue con un bar específicamente, sino con una fiesta que se llamaba Whip. Se hacía en Amerika y durante por lo menos dos o tres años un amigo y yo fuimos cada viernes. Llegó un momento donde nos conocían hasta las drags queen. Lo mejor de la fiesta era que siempre iban las mismas personas y pasaban los mismos temas a la misma hora. Todo muy programático.
Ahí está la clave: vas a descubrir que encontraste tu bar -o tu fiesta- cuando te empiece a gustar que siempre pase lo mismo, que todo sea igual. Encontrar tu bar es sentir placer por la repetición.
III. Una partida de ajedrez
De toda la lista de lugares comunes que rodean a la playa también está la playlist con canciones de playa. No debe haber una sola banda, ni artista, que no le haya hecho canciones a la costa, el mar, los caracoles, la arena. Desde Luis Miguel, hasta Las Ligas Menores. Del mainstream al under, todo el mundo habló sobre la playa y el mar.
Hace un par de noches, mis amigas y yo volvimos de cenar en el puerto y escuchamos “Cinema verité”, la canción de Serú Girán incluida en el disco Peperina y publicada en 1981. La pusimos y la bailamos como un lento.
Lo lindo de la canción de Serú Girán es que pone el foco en todos los posibles visitantes de una playa, te cuenta un cuento para mostrarte la forma en la que la playa unifica (¡dignifica!) a todos. Ahí están el tipo del Mercedes Benz, una chica tonta bajo el sol, uno que camina como Tarzán y otro con la máquina de mirar.
Si Mar del Plata fuese un tablero de ajedrez, como la playa de “Cinema verité”, el Hotel Provincial podría ser la reina y el casino el rey. El edificio altísimo con el cartel de Havanna, un alfil. El otro alfil sería más bajito, pero podría ser el lugar ese sobre la playa que tiene el cartel de Quilmes encima. Las estatuas de los lobos marinos funcionarían como los caballos. Los faros serían las torres y los peones somos nosotros, mis amigas Emilia, Natalia y yo, que por ahora no podemos costear otro tipo de viaje a otro tipo de playa. Somos la versión progre clasemediera de esos primeros obreros que conocieron el mar gracias a Perón.
La luna baja los telones. Es de noche otra vez.