#25. A mitad de camino
Unas ideas sueltas sobre ser un tibio, una serie animada de Star Wars y el newsletter de Amy Fusselman.
Una amiga me dice que anoche soñó conmigo. El sueño era bastante delirante: la tenían secuestrada y todos los amigos que aparecíamos no la ayudábamos a escaparse. Sin embargo, según me dijo, ella no se resistía mucho al secuestro y cada vez que aparecía algún conocido se ponía a charlar, pero no pedía ayuda.
En su sueño yo vivía en Nueva York. Nunca soñé con ninguna ciudad que no sea Trelew o Buenos Aires. Ni siquiera mi inconsciente me imagina en otro lugar que no sea alguna de esas dos opciones. Que decepción. Que sueños más aburridos.
Me encantaría que existiera una forma de elegir qué soñar. Comprar algún servicio o algún dispositivo con Wi FI que te permita diseñar tu propio sueño. Hoy quiero soñar con la selva. Hoy quiero soñar con Keanu Reeves desnudo. Hoy quiero soñar con una fiesta de música electrónica. Hoy quiero soñar que beso a un desconocido en la calle. Y así, hasta el final de los días.
I. A mitad de camino
Como la mayoría de las cosas, el inicio de la primavera fue una decepción: lluvia, días oscuros y frío. La gente puede poco y las estaciones del año también. La primavera y el otoño son mis estaciones favoritas: en una no hace mucho calor y en la otra no hace mucho frío. Se quedan ahí, a mitad de camino. No son ni una cosa ni la otra. Se pierden en la ancha avenida del medio.
Disfruto de las cosas que se quedan en el medio, que son heterogéneas, difíciles de encasillar. Es como el disco sinfónico de Metallica: no es cien por ciento sinfónico, ni tampoco cien por ciento metal. O A todas partes, de Fernando Samalea, que no termina de ser un disco de jazz, pero tampoco uno de tango.
En las series de superhéroes, esas malísimas que me fascinan, todo el tiempo aparecen personajes que no son ni buenos ni malos. Por ejemplo, en Arrow, el personaje de Nyssa es un poco así: es la hija de un asesino malvado, ella también es una asesina despiadada, pero a la vez es una chica enamorada que solo piensa en el bienestar de su novia. La amamos y la odiamos en cada capítulo que aparece. Todas estas películas que aparecieron ahora sobre villanos, desde Cruella hasta The Joker, van un poco en ese sentido porque intentan que tengamos amor y empatía por personas espantosas que, en teoría, deberíamos odiar.
La literatura del yo le sacó provecho a la ancha avenida del medio. Los mejores libros adentro de ese género son los que pueden ficcionalizar bien una biografía, los que generan que no sepamos si eso que el autor o la autora está contando es realmente cierto, si pasó o no, si es algo de su vida o es algo que se inventó porque le hubiese encantado vivirlo. Las historias del yo más aburridas son esas que se parecen más al periodismo que a la ficción.
Una vez tuve una conversación con María Gainza en la que ella me contaba que estaba cansada de que le pregunten por cosas que incluyó en El nervio óptico, una novela que queda entre la crítica de arte y la ficción. Lo que la irritaba es que muchos lectores y lectoras habían tomado al pie de la letra cada cosa que se contaba, como si esa historia fuese un registro verídico de su vida. “La mayoría de las cosas las inventé”, me dijo.
A veces abruma un poco esa suerte de mandato invisible -que no para de crecer en redes sociales- que pide que tengamos una postura firme sobre todo. Siempre tratando de defender a rajatabla algo, una idea, una persona, una obra. Cada vez tengo menos certezas, vivo dudando de la mayoría de las cosas que me rodean. Imagino que crecer es un poco esto: tener cada vez menos convicciones firmes, no ser del team calor, ni del team frío.
Sin embargo, un poco envidio a esas personas que están tan convencidas de algo. Envidio su falta de necesidad de preguntas, que puedan ir por la vida sin dudar de nada, convencidas de que su verdad es total, sin matices. Envidio esa tranquilidad de que todo lo propio es bueno y todo lo ajeno es malo. No caminar por la avenida del medio -y sí por alguna de las avenidas de los extremos- es como creer en Dios, es seguir adelante convencido de que todo es parte del plan del Señor. Por suerte hace años que soy ateo.

II. No soy leyenda
Resulta que ahora que Disney compró Star Wars la máquina de hacer billetes galácticos no para de andar. Primero con una trilogía nueva, después con The Mandalorian y ahora con una serie en dibujitos estilo animé que se va a llamar Star Wars: Vision. Hace unos días me pasaron el trailer y se ve increíble.
Cuando la emoción por el estreno se evaporó lamenté no tener Disney+ para poder verla apenas salga. Me dio pereza la idea de tener que esperar a que algún alma caritativa la suba a algún torrent, con buenos subtítulos y en una buena calidad de imagen y sonido. Hasta llegué a tentarme con pagar una suscripción solo para poder ver Star Wars: Vision. Pero no, no quiero más suscripciones a nada. Tengo Netflix y HBO Max. Suficiente. El otro día vi un tuit muy gracioso sobre esto de las miles de plataformas que mejor leerlo antes que explicarlo:

Surfeando por Mercado Libre me encuentro con que ahora podes ser Nivel Leyenda de manera paga. Es como el máximo nivel dentro de Mercado Libre. Por algún motivo que no puedo explicar bien, siempre quise ser Nivel Leyenda pero nunca consumí lo suficiente como para estar ahí. Yo soy Nivel 4 y el Leyenda es el 6.
Uno de los beneficios de ser Nivel Leyenda es que tenés una suscripción gratis a Disney+ y Star+. Pagar por el Nivel Leyenda cuesta como 500 o 600, no es mucho, pero siento que si pago por estar ahí, en el top, en el VIP de Mercado Libre, estoy haciendo trampa. Es ridículo, pero quiero que mi propia sed y necesidad de consumo me lleve hasta la cima, hasta la posibilidad de tener un usuario en dos plataformas de streaming de manera gratuita.
Si pago por ser Nivel Leyenda no voy a poder disfrutar de la recompensa que me va a dar el capitalismo por todo lo que consumí y por toda la plata que gasté en cosas que realmente no necesito. Me da culpa pasar del Nivel 4 al Nivel 6 sin esfuerzo. Espero que algún día pueda ser Nivel Leyenda gracias a mi mismo y no gracias al atajo que Mercado Libre me ofrece. Soy una chica honesta.
III. No es caridad lo que hacemos
Este newsletter tiene unas reglas internas que solo yo entiendo. Escribo para vos, sí, pero sobre todo escribo para mi. Entre esas reglas está evitar escribir sobre escribir newsletters. Me cansé de la cultura del backstage, del detrás de escenas, del te cuento cómo lo hice. Sin embargo, cada vez tengo convicciones menos fuertes y reglas menos rígidas. Así que hoy te voy a escribir sobre escribir.
La semana pasada recibí la última entrega del newsletter de Amy Fusselman, la autora norteamericana de Ocho e Idiófono, y justamente era sobre escribir newsletter. En el texto ella cuenta por qué lo hace y por qué le gustan. Esta es mi parte favorita:
Me gustan mucho los newsletters en este momento. Creo que los newsletters son el nuevo Twitter. Twitter largo y lento. Salí corriendo de Twitter bastante rápido. Pude ver que no era mi medio. No soy un chismosa. No digo opiniones en caliente. Si tengo una opinión para decir en caliente trato de dejarla reposar un rato hasta que esté tibia. ¡Soy una tibia! Eso soy yo.
Los newsletters son perfectos para mí. Los newsletters suelen ser gratuitos. ¡Gratis! ¡Como si ni siquiera nos importara ganarnos la vida! ¡Como si el mundo ni siquiera estuviera en llamas! Los newsletters hacen que parezca que los escritores solo quieren participar en una economía de regalos porque somos muy amables y generosos. ¡Amo esta mentira! ¡Y ni siquiera es una mentira, tal vez! Porque encuentro que el espíritu de muchos newsletters es verdaderamente generoso. La gente realmente está aportando esa vibra de regalo a la escritura. Es humillante.
Todas las semanas, cuando pienso sobre qué escribir, siempre me pregunto si tiene sentido lo que hago. Si va a servir para algo. Si en algún momento me va a dar dinero. Los cafecitos no ayudan mucho, pero un poco contribuyen a mi economía: desde que hago este newsletter no gasto más plata en cigarrillos, me los pagás vos. Capaz Fusselman tiene razón y todo esto sirve solo para que sea gratis y para fingir que no me importa la manera en la que me gano la vida mientras el mundo está en llamas.
La única respuesta que encuentro es que hago esto por capricho. Y eso está bien. No hay nada mejor que ser un caprichoso. Tomar decisiones porque sí sin tener que buscarles una justificación. Decidir por decidir. Escribir por escribir. Desear por desear.
Este es un espacio que me invento en tu casilla de mails para escaparme de esas palabras que tengo que escribir por plata aunque no me interese decirlas. Una manera de sacarme obsesiones de mi cabeza que, en el mejor de los casos, a vos también te pueden interesar. Un esfuerzo por practicar la escritura y, sobre todo, por tratar de dormir mejor.
Esto me recuerda a Tranquilo, un artista Argentino que actualmente está muy pegado con la frase “el mundo arde en llamas y yo queriendo ser artista” (o algo así)