#34. El templo del pop
Unas cosas sueltas sobre el pop, la novela Casas Vacías y el flagelo de trabajar.
Esta semana dormí siesta. Me dejé ganar por el sueño a las cuatro de la tarde y mientras leía en el sillón me quedé dormido con el libro en la cara. Fueron solo 40 minutos, pero hasta soñé.
Ese día me había levantado temprano, como a las siete. Aunque me levante temprano nunca duermo siesta. Siempre le esquivé. Siempre le tuve idea.
A veces pienso que no puedo dormir de día, pero se ve que estoy equivocado porque el otro día pude. En realidad no es que no pueda dormir de día, sino que me molesta acostarme de día. Por ejemplo, odio volver de una fiesta y que ya haya salido el sol. Para poder dormir necesito que sea de noche. Mi cerebro se apaga de noche y se prende de día. Por eso siempre hay que irse de la fiesta antes de que termine.
I. El templo del pop
Una amiga cuenta que tuvo una cita con un chico medio histérico, medio depresivo y medio agresivo. El plan fue “salir a dar vueltas en el auto”. Y resulta que cuando iban en el auto se pusieron a escuchar Los Helicópteros, una banda de principios de los 80.
Hacía años que no escuchaba que alguien mencionaba a Los Helicópteros y muchos más años desde la última vez que había escuchado un tema de ellos. Al principio como que se ler armó al toque, pero al rato quedaron medio olvidados. Sacaron tres discos a comienzos de la década del 80 y después, en 2006, se volvieron a juntar y sacaron un disco más, pero que ni ahí era tan bueno como los primeros.
Los Helicópteros fueron con Virus dos bandas que metieron al pop en el rock. Mucho más divertido ser popero que rockero. No. Mejor ser un rockero popero, ni una cosa ni la otra: todo junto y todo mezclado.
Ese popcito ochentoso que hacían Los Helicópteros y Virus ahora está re de moda. En realidad es como una música que nunca pasa de moda porque el chiste es que sea siempre más o menos parecida. La repetición es la joda, entonces, si te gusta un tema te gustan todos. Por eso nos gusta tanto Miranda! porque todos los temas son medio iguales (excepto los de Es mentira, su primer disco).
Este mes Miranda! hizo un ciclo de conciertos en Niceto. Varios de mis amigos y amigas fueron. Yo me lo perdí. Pero fui tantas veces a verlos que aunque no haya ido ya sé qué pasó ahí. El concierto que sí lamento haberme perdido fue el de Javiera Mena porque nunca la vi en vivo. No se puede todo. No siempre se puede estar de joda un jueves.
Justo menciono a Virus la misma semana que mandé a hacer una réplica de las remeras que hicieron Roberto Jacoby (letrista de Virus) y Kiwi Sainz con la leyenda “Yo tengo SIDA”. Un amigo me contó que una vez Jacoby le dijo que ser gay significa no querer envejecer, por eso a las maricas les gusta tanto el pop porque vivir en el pop es resistir el paso del tiempo. Es la fórmula para la juventud eterna.
II. Eso que se te viene encima
Hay algunos libros que se te meten en el cuerpo. Vas leyendo y te van pasando cosas adentro. Desde llorar hasta sentir miedo o tener palpitaciones. Esas son historias radicales, de las que no se olvidan. Es un tipo de escritura que avanza, que se te viene encima.
Hace unos días una amiga escribió sobre la adaptación al cine de Distancia de rescate, la novela de Samanta Schweblin, y decía que es un libro en donde importa más la experiencia de leerlo que la trama en sí. Esa es una historia que se te viene encima, que te recorre cada centímetro de la piel mientras la estás leyendo.
Algo parecido me pasó con Casas vacías, de Brenda Navarro. Hacía tiempo que no sentía esa intensidad, ese no poder parar de leer y querer terminar la historia lo más rápido posible, como si no hubiese nada más alrededor, como si todo quedara suspendido en ese mundo de ficción.
En Casas vacías el deseo de ser madre lleva a sus protagonistas a enloquecer: el amor por un hijo se vuelve una condena que transforma a las dos mujeres narradoras en muertas vivas, presas de la obsesión por un niño que solo provoca dolor e insatisfacción. Una mujer le roba el hijo a otra y a partir de ese momento sus historias se entrelazan. Después de eso se sumergen en una vida llena de oscuridad, demencia y desprecio hacia ellas mismas y también hacia todo lo que tienen alrededor: pequeñas delicias de la vida maternal.
III. Volver
Tardo en llegar y tardo en volver. Tengo un proceso de adaptación lento, por eso no me gusta irme de vacaciones: para cuando me acostumbro al lugar y consigo relajarme ya me tengo que volver. Pero, cuando vuelvo, otra vez estoy varios días dando vueltas en falso, sin entender qué hacer, ni qué pensar.
Trabajar es un chiste de mal gusto. Si Dios existe, nos odia. Mi estado de naturaleza es mi estado de vacaciones. Trabajar es un flagelo. Lo peor es que a mi me gusta mi trabajo, la paso bien, incluso a veces llego a pensar que no estoy lo suficientemente cansado como para merecer irme de vacaciones.
(Después me arrepiento de pensar eso).
Una vez hice un chiste en Twitter que decía que me parecía algo sin sentido descansar dos días y trabajar cinco. Al rato me empezaron a cancelar por pensar que todas las personas del país podían descansar dos días, que nadie en verdad tenía ese beneficio, que yo era un clasista.
En fin.
Lo ideal, ideal, sería no laburar nunca y tener todo el tiempo del mundo para acostumbrarse a estar al pedo. No tener que pasar entre “ocupado” y “descansado”. Que sea todo lo mismo. Que todo el tiempo sea tiempo perdido, improductivo.