Me gusta tener pesadillas, las disfruto bastante. Son tan nítidas y tan intensas que es fácil recordarlas. Me gusta tener experiencias intensas en general. De toda la intensidad que puede haber en la cama la que más me interesa es la de las pesadillas. Hay algunas que tuve de chico y que todavía recuerdo, incluso una en la que me mataban. Me acuerdo que en un momento de la pesadilla un tipo medio Frankenstein me clavaba una estaca en la mitad de la cabeza y yo me moría.
Dicen que si comés mucho a la noche y tu sistema digestivo queda funcionando cuando te vas a dormir hay más chances de que sueñes. No sé si esto es real o no -me dio pereza chequearlo-, pero en estos días de comida y bebida en exceso soñé mucho. Entre todos los sueños hubo una pesadilla: básicamente las personas que tenían VIH se convertían en vampiros (colmillos, piel blanca, sangre alrededor de la boca). En el sueño yo participaba en una manifestación por los derechos de los vampiros positivos. Era en la vereda del MALBA, el museo acompañaba la protesta. Sin embargo, cuando terminaba todo, veía cómo se llevaban a algunos vampiros positivos al patio del museo, donde había como unas cámaras frigoríficas gigantes. Me llamaban la atención, entonces me arrimaba a una y la abría y adentro me encontraba a un vampiro positivo derritiéndose: el museo les tiraba como un ácido desde el techo de ese falso freezer gigante.
Generalmente, cuando quiero negar el mundo o escaparle a la ansiedad o la angustia pongo música bailable. No me siento muy interpelado por el mundo del trap, ni tampoco me entusiasma tanto, pero sirve para combatir la ansiedad.
La semana pasada, después del sueño de los vampiros, me desperté y puse el disco de Dillom, este niño trapero que ahora viene super hypeado y que me engancha bastante. Otros niños no me entusiasman mucho, como Wos.
De Dillom no conocía nada, ni siquiera que existía. Lo encontré por un post de Instagram de Malena Pichot hace un par de semanas. En paralelo recibí la última edición de El evangelio del coyote, el newsletter de Amadeo Gandolfo, que justamente iba sobre el disco de Dillom. En un tramo dice:
Siento que POST MORTEM de Dillom es un poco el X100PRE argentino. Es un disco de una variedad bastante impresionante, que puede tener canciones más cercanas al trap, como “Opa”, uno de los temas del año que sin embargo está construida sobre referencias a Poe y Lovecraft, o “Rili Rili” o “Pelotuda”; pero también puede tener una canción pop con toques de salsa como “La Primera”; una subida a la motoneta del RKT junto con L-Gante (“Hegemónica”); una joya synth pop como “Bicicleta”; un tema hyperpop a full como “Rocketpowers”; una canción de amor y alienación preciosa como “220” (“Cuando tomo alcohol siento que lo que hago no está tan mal”, con toda su vulnerabilidad y desnudez, es una de las frases más conmovedoras del año); y una balada con piano rarísima como “Toda La Gente”. Es un disco que se pasea por todos los estilos, que parece hecho por un músico con un nivel de confianza y madurez mucho más grande que los 21 años que marca el DNI de Dillom.

Lo único que vivo X100PRE argentino es el rock. El rock es lo argentino. Una vez, hablando con un amigo amante chileno me dijo: “Ustedes siguen con eso de la guitarrita”. Del otro lado de la cordillera están con eso del popcito (Alex Anwandter, Javiera Mena, Fakuta, etcétera). Y la verdad es que les sale increíble.
Hace poco leí en la cama una entrevista a Fito Páez en El DiarioAr. En la nota él habla sobre “la decadencia de la industria musical” y opina:
“Se termina la era del cantautor, que te hablaba al oído. Aparece la libertad, la democratización tecnológica. Y bueno la libertad es eso, quiero mi teléfono y quiero mover el culo, señores, nada más eso me interesa: ver mi teléfono y vender el culo. ¿Vos me vas a decir que eso no es la libertad?” .
Acto seguido, aclara que hay muchas cosas de lo que se produce hoy que le gustan, pero no se puede engañar a sí mismo y en un acto de honestidad brutal dice:
“Estamos en una época de mucho ‘yo yo’, y de mucho teléfono. Entonces veo a los músicos más en el teléfono que en el piano. A eso voy”.
La mayoría de las veces me pierdo de muchas tendencias. No lo hago de snob, simplemente de distraído. Rara vez siento FOMO (temor a perderse de algo). Durante muchos meses pensé que “Tusa” era una persona y hasta hace dos días no sabía quién era Anya Taylor Joy, como no sabía quién era Dillom hasta que vi el post de Malena Pichot.
Hay un poema de Mariano Blatt que dice:
¿Por qué hay que escuchar música de ahora?Hay que escuchar música de ahora porque la música está hecha para resolver problemas. Así, la música de ahora resuelve los problemas de ahora. De modo que quien no escuche música ahora, quedará con muchos problemas sin resolver.
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Siempre me llamó la atención la onda pandillero que tienen las y los traperos. Acá no hay pandilleros, pero es como si los hubiese. Capaz esa es la fantasía de los traperos: ser de alguna pandilla centroamericana. Como a mi me gusta la fantasía, me gustan los falsos pandilleros. Pero eso tampoco hace que me enchufe al trap. Cuando tengo fantasía de ser otra cosa siempre quiero ser un mago, un maestro jedi o un maestro control como los de Avatar: La leyenda de Aang.
Existe una cosa que se llama “sinestesia” y es un fenómeno que genera que a una persona se le mezclen los sentidos. Por ejemplo: un tipo de sinestesia hace que una persona ante un estimulo sonoro vea colores o sienta gustos a partir de las palabras.
En Radio Ambulante hicieron un podcast que cuenta la historia de una chica que justamente tiene este problema. Ella siente gustos a partir de los nombres de la gente y tuvo que cambiarse su propio nombre porque le generaba un gusto muy feo. La historia es hermosa.
La sinestesia de Fito Páez es ver músicos en el teléfono y no música en el piano.
Dos discos que me gustan mucho de los de ahora son el de Paco Amoroso, SAETA, y el de Ca7riel, EL DISKO. Justo son dos discos que no son full trapero, pero casi.
Una vez estaba hablando con un metalero sobre el trap. Él no era muy amable con el género. No quedaba claro si le gustaba o no, pero sí que no le enganchaba y que le parecía un poco problemático la manera en la que niños y niñas de repente eran multimillonarios.
(Bad Bunny y yo tenemos la misma edad, pero no la misma caja de ahorros).
Mi contraargumento para defender a los traperos -o para pelear al metalero- era que el negocio había cambiado, que no se trataba de si era mejor o peor música que otra, sino que funcionaba en una industria diferente. Sin embargo, hubo un punto medio en el que nos encontramos y fue que lo raro del trap era que ser joven era una virtud o algo que estaba bien destacar.
Después de esa tregua nos preguntamos de qué van a vivir los traperos cuando sean viejos y si sus fortunas serán suficientes para financiarles el resto de la vida.
No siento que ser “joven” sea una virtud en sí o una cualidad a destacar: es algo 100% azaroso. Tengo la edad que tengo porque mis padres quisieron coger en enero de 1994. Ser chico no es sinónimo de nada. Ser adulto tampoco. Sin embargo, si hay algo a lo que le tengo miedo es al paso del tiempo, a crecer. Tal vez sea más trapero de lo que pensé. Solo falta que encuentre la manera de hacer una fortuna antes de los 30.