#50. Frontera
Unas ideas sueltas sobre las fronteras, el libro nuevo de Camila Sosa Villada, un episodio de Radio Ambulante y otras cositas más.
Hasta el momento la mejor cama de todas fue una king size de un hotel en Posadas. Era tan grande que en el espacio que quedaba entre mi amiga Natalia y yo podrían haber entrado al menos dos personas más. No quisimos hacer una orgía en la habitación del hotel, pero no hubiésemos tenido ninguna limitación espacial para hacerlo.
Pero más allá del tamaño y la sensación de confort que generan las camas así, sigue el problema de las sábanas: siempre son duras, frías y parecen hechas de cartón. Culpa de esto tuve una relación histérica con la cama king size: por un lado quería dormir ahí; por otro, me generaban cierto rechazo las sábanas heladas. Esta fue mi primera relación tóxica del año.
Una vez por año consulto a una astróloga. Todavía no decido si creo o no en la astrología. Hace unos días, haciendo una entrevista, alguien me dijo que era “agnóstico católico”, es decir, no cree en nada que no pueda comprobar con sus sentidos, pero que a pesar de eso elegía creer en Dios. El punto es que la astróloga me dijo que este año iba a ser “el año de los imprevistos”, que todo el tiempo iban a aparecer cosas inesperadas, pero que no siempre iban a ser cosas malas sino que también podían ser imprevistos positivos.
El primer suceso imprevisto que apareció en este viaje fue que nos cancelaron un hospedaje, sin embargo, terminamos consiguiendo uno mejor y más barato. El segundo fue ir a Paraguay. No era parte de la travesía cruzar a Encarnación -la ciudad que está frente a Posadas-, pero de repente estábamos cruzando la frontera arriba de un puente.
En ese puente conviven lo aspiracional de la Argentina con lo trash del Paraguay. Turistas que cruzan con dólares y personas que caminan con carritos al lado de los autos del puente vendiendo chipa o un jugo de dudosa procedencia. Grupos de motos que cruzan varias veces al día llevando mercadería entre un país y otro. La frontera es un no lugar, es como un aeropuerto, pero físico y mucho más heterogéneo que una sala de preembarque.
El proceso para pasar de un lado resultó ser bastante tedioso. Cada vez había que llenar más y más formularios. “Esto se pone cada vez más kafkiano”, dijo mi amiga Natalia. Era como estar en El día de la marmota, pero de los formularios.
Estuve leyendo Soy una tonta por quererte, el último libro de Camila Sosa Villada. Es un libro de cuentos -el primero que hace así- y es tan heterogéneo que no podría decir exactamente de qué va. Las cosas que no encajan son las que más me gustan. Mientras más deforme, mejor.
Hay dos cosas bien interesantes en el libro. La primera es que Camila se mueve por diferentes géneros literarios todo el tiempo: pasa por algunos relatos más autorreferenciales y otros son un completo delirio que hasta están escritos en español neutro (ya sabemos que ama hablar como mexicana). La segunda cosa interesante es la forma en la que encuentra brillo y luz en la marginalidad: reescribe la historia de las travestis y en esos espacios donde la literatura heterosexual, la crónica periodística o la narrativa progre encontraría pobreza y oscuridad, ella encuentra diversión, fantasía y libertad.
Además de escribir muy bien, Camila Sosa Villada tiene un punto de vista muy propio. Eso es lo que hace brillar esos huecos donde parecería haber solo miseria y decadencia. Su manera de ver lo que la rodea funciona como un barniz caro: lo pasás por arriba de un cajón de manzana y el pedazo de madera va a parecer roble lustrado. Ese es el poder de la ficción, deformar lo horrible y transformarlo en una fantasía preciosa.
En Posadas existe el Museo de la Triple Frontera (MUTRIF). Es un proyecto de Nicolás Rodríguez Sosa, un artista misionero (traficante tropical) que inventó este espacio itinerante -o nómade- de producción colaborativa acerca del territorio de la triple frontera. El MUTRIF participó de una feria que se hizo hace unos días y armó un mercado de venta callejera de arte. Se llamó Museo Mercado Modelx.
Resulta que en 1962 se fundó el Mercado Modelo La Placita, un espacio para que los comerciantes ambulantes que iban y venían por la frontera con Paraguay pudieran vender sus cositas en un lugar específico. Tomando eso como referencia armaron su propia versión para vender obras a un precio popular y también objetos de los más diversos: desde pinturas, hasta fanzines, chucherías de plástico y comidas típicas misioneras. Al igual que en el Mercado Modelo La Placita no había distinción entre comida regional, arte, baratija y cotillón.
Con ese stand de venta informal que montó el MUTRIF, varias personas -tal vez sin darse cuenta- se llevaron obras de arte a su casa. Quizás compraron arte contemporáneo por primera vez en sus vidas. Defendiendo la venta informal pusieron en circulación obras de artistas locales e hicieron funcionar, al menos por unas horas, la economía del arte.
Tentados por la belleza de esos objetos, Natalia y yo terminamos con dos obritas para nuestras casas: una lámpara de PVC con forma de Gauchito Gil y un abanico de plástico precioso.
En Paraguay fuimos a Mega Shop. Es como un “shopping” a la paraguaya: un supermercado gigante mega random. En una góndola vendían variedades de yerbas y en la de al lado vajilla de porcelana made in China con motivos grecorromanos. También había cosas para irse de campamento, para hacer ejercicio y toda una góndola llena de ropa ultra barata y de fantasía, por ejemplo: había una remera de hilo que simulaba ser un vestido y a la altura de los hombros le salían dos fake breteles como para acentuar aún más el engaño.
Aprovechamos las súper ofertas de Mega Shop y compramos un montón de vajilla (platos, vasos de whisky, cuencos y etcétera) por solo tres mil pesos. Después comimos en una estación de servicio que se llamaba Rapidito. Quise robarle un beso a un chico diciéndole querés que nos demos un beso rapidito en el Rapidito, pero no tuve éxito.
Siguiendo el camino de los imprevistos, un día fuimos hasta los saltos de Moconá, un lugar que queda en la frontera con Brasil. Eran dos horas de ida por un camino sinuoso. El día que originalmente habíamos planeado para ir, el parque estaba cerrado: había llovido y cuando llueve no se puede entrar. Por eso quisimos ir al día siguiente. Chequeamos antes de salir si el parque estaba abierto y efectivamente lo estaba. Pero, cuando llegamos, nos encontramos con que una crecida del arroyo Yaboti había tapado el puente para cruzar y entrar al predio. Resumidamente: hicimos 160 kilómetro de ida y 160 kilómetros de vuelta al pedo.
Sin embargo, aprovechamos el tiempo de ruta para hacernos amigos de dos chicos que habíamos conocido unos días antes -y que nos acompañaron en la travesía fallida-. En el camino escuchamos un episodio de Radio Ambulante, producido por Emilia Erbetta (amiga de la casa). Es la historia de una mujer venezolana que pasó décadas encerrada en un departamento.
Morella se fue a vivir con su novio Enrique, que durante años la mantuvo en un cautiverio delirante moviéndola de departamento en departamento, sin dejarla salir. El tipo iba y venía, a veces no aparecía por días, pero ella seguía ahí quieta esperándolo. Pero lo más freak de la historia no es eso, sino que el tipo le dejaba las llaves del departamento a disposición, pero era tal la violencia psicológica que había ejercido sobre ella que no se animaba agarrarlas.
En la historia esas llaves eran como una oficina de migraciones. Eran una frontera: un no lugar, el espacio entre la libertad y la cárcel.
Lo peor de viajar es volver. Atravesar el umbral que separa unos pocos de días de ocio con semanas enteras de obligaciones y alienación. Uno de los motivos por los cuales no me gusta viajar es porque tardo en acostumbrarme al cambio y cuando finalmente me acostumbro a no hacer nada tengo que volver a enchufarme a dos veinte. El flagelo de no poder vivir al pedo.
¿En qué momento dejé de darme cuenta de lo cara que es Buenos Aires?
Gracias por leer hasta el final. Esta semana llegué a tiempo con el newsletter porque tuve mejor internet que la semana pasada. Esta es la edición número 50: son mis bodas de oro con mi propio ejercicio semanal de escritura. Si querés podés comprarme un cafecito (ya sé que no tiene sentido pagar por algo que es gratis, pero capaz te copás). Si querés decirme algo podés contestar este correo o escribirme por Instagram o Twitter: mi usuario es @malasenial.