#52. Resentida
Unas ideas sueltas sobre el resentimiento, la serie The gilded age, el disco nuevo de Rosalía y alguna pavada más.
Mi vieja está durmiendo una siesta. Duerme profundamente y desde el escritorio escucho como ronca. Si duermo siesta después me levanto estúpido. Además, a la noche no puedo dormir: las horas de sueño de la tarde me cagan las de la noche. A ella no le pasa eso. La envidio profundamente.
Mi vieja está durmiendo una siesta a la misma hora que siempre durmió la siesta. Cuando vivía con ella en Trelew me pasaba a buscar por el colegio a la una y diez, llegábamos a mi casa, comíamos y a eso de las dos y pico me decía “despertame tres y media”. Yo la despertaba y ella en quince minutos agarraba el auto y se iba a su segundo trabajo, el que empezaba a las cuatro de la tarde y terminaba a las ocho de la noche. Cuando volvía cenábamos y se iba a dormir a eso de las diez. Se dormía enseguida, incluso habiendo dormido una siesta. La envidio profundamente.
Hace un rato largo que vengo pensando en el resentimiento. Si está bien, si está mal. Si uno es mejor o peor persona si es resentida. Si soy o no un resentido en relación a los tipos. Si las mujeres de mi familia —las que me criaron— son unas resentidas o no. Y así hasta el infinito.
Decidí buscar la palabra en el diccionario de la Real Academia Española para ver si la definición tradicional podía funcionar como un especie de oráculo que me aclare un poco el panorama. Lo que encontré decía:
Resentido
Adjetivo. Dicho de una persona: Que muestra o tiene algún resentimiento.
Adjetivo. Dicho de una persona: Que se siente maltratada por la sociedad o por la vida en general.
La verdad es que la respuesta mucho no me aclaró. No estoy muy de acuerdo con la definición. Para mi una persona resentida puede ser alguien que siente muy fuerte, es decir, que re siente. Digo todo esto para engañarme a mi mismo después de darme cuenta que, quizás, tal vez, soy un toque resentido. Pero esto no importa.
Resulta que a través del newsletter de Cecilia Absatz (dicho sea de paso: me encanta, ya sé que lo recomendé antes, pero vale la pena recordarlo) llegué a The gilded age, una serie de HBO que transcurre en Nueva York en el siglo XIX. Tiene todo lo que me gusta: dramones, trolos encubiertos, lookazos, lujo y vulgaridad, envidia, chismes y mujeres de carácter fuerte. Pero lo que quería decir no era esto, sino que todas las decisiones de los personajes que van construyendo la trama son motivadas, en parte, por el resentimiento.
Sin embargo, son resentidos en los términos que yo lo entiendo, es decir, que re sienten lo que les pasa: todo es pasional y cada decisión que toman surge de un lugar muy desesperado. Capaz que ser alguien que re siente o alguien resentido tiene que ver un poco con eso, con la desesperación.
A de anacrónico, antológico, animal.
B de bicicleta.
C de carísima.
D de dicción.
E de envidia, endiosada, electromagnética, estrellada.
F de fino.
G de gato.
H de hilo conductor.
I de Imanol Subiela Salvo.
Disfruto mucho cuando escribo sobre algo y al mismo tiempo alguien escribe sobre eso mismo, sin que hayamos intercambiado una palabra al respecto. Me gusta cuando yo escribo sobre alguna muestra y mi amigo Cajita escribe sobre la misma muestra.
Una de estas coincidencias pasó la semana pasada cuando leí la última entrega de Atención flotante, el newsletter de Alexandra Kohan, y de El hilo conductor, el newsletter de Malena Rey (que también ya recomendé varias veces, es que Male me gusta mucho aunque no pueda tener una cita conmigo). La coincidencia —que siempre es casualidad— fue que en los dos textos se hablaba del silencio.
En un tramo del texto Kohan usa la excusa del silencio para hablar de las obsesiones y dice esto:
Advierto que el asunto de los ruidos molestos me importa especialmente por muchos motivos personales. Escribí hace poco un Elogio al silencio -y me acabo de acordar de que antes había escrito también acerca de los ruidos- y pensé que de esa manera ya no iba a volver al asunto. Pero hay cosas que insisten en uno: eso insiste -algunas personas gustan de patologizar y llaman a esas insistencias “obsesión”, aplacando los matices y aplastándolo todo-. Y esa insistencia tiene que ver con las marcas de nuestras historias, esas que se van leyendo en el silencio acogedor que habilita un análisis. Es un silencio que se puede ir haciendo incluso, o sobre todo, cuando hay mucho ruido de fondo. Porque hay un momento en el que uno puede abstraerse de los ruidos y empezar a escuchar los sonidos y los silencios, las escansiones y las pausas, los balbuceos y los laleos de una historia que nunca se cuenta de la misma manera. Pequeñas, sutiles y delicadas variaciones sobre lo mismo.
Y siguiendo con esto de los ruidos molestos y el silencio, Malena escribió:
¿Notaron que cada vez le cuesta más a la gente no estar escuchando algo permanentemente? Ya sé que es imposible no hacerlo, porque las orejas no se cierran nunca, pero me refiero a algo promovido por ellos: una notificación o ringtone no acallado, un audio de WhatsApp a todo volumen en la calle o el transporte, la música en parlantitos latosos en cualquier parque o espacio recreativo. Estas costumbres ajenas me afectan mucho. Me ponen de pésimo humor, porque siento que invaden mi propio espacio de esparcimiento, que quiebran mi propia búsqueda de silencio. Se está perdiendo mucho el registro del otro en lo que hace a las necesidades de tranquilidad. Y a la vez qué preocupante que para todo tengamos que aturdirnos sin poder disfrutar, por ejemplo, del sonido del viento o de los pájaros en una plaza y que prefiramos poner una música que nada que ver.
El Hilo conductor que cito fue ilustrado con obras de Mark Rothko, así que para seguir tirando del mismo hilo comparto una imagen del que hay en el Museo Nacional de Bellas Artes:
J de jauría.
M de motomami. Motomami, motomami, motomami, motomami.
N de no sos vos soy yo.
O de olvido.
P de perra.
Q de ¡que flaquito!
R de rancio. Rancio, resentido, rancio, resentido.
Hay un punto en el que mi madre y yo nos encontramos: re sentimos las separaciones. A mi me llevó unos sietes años volver a hablar con un chico con el que salí apenas unos meses y a mi ex inmediato, con el que salí algunos años, ni le hablo. Mi madre creo que re siente un poco más que yo porque lleva veinte años sin hablar con su ex, o sea mi padre.
Leí una nota del New York Times sobre el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. Más allá del sesgo editorial, el texto dice algo interesante y es que se pregunta cómo una institución cultural -mejor dicho, la gestión de una institución cultural- puede servir para pensar la coyuntura de un país.
En el inconsciente colectivo los museos son grandes depósitos de obras de arte hechas por personas que, generalmente, están muertas. Sin embargo, esos lugares silenciosos guardan bastantes secretos que se entrelazan con la política del lugar donde están. Me gusta pensar —o imaginar— que los problemas que hay alrededor no son políticos, ni económicos, sino culturales. Es decir, quizás si tuviésemos mejores políticas culturales tendríamos menos problemas.
S de Satanás.
T de trolo.
U de ungüento.
V de vicio.
W de Willy Wonka, de walkman también.
X de “No me gusta mucho coger con un X de Grindr”.
Y de yunque, de yerba.
y Z de zafar, o de zamba, o de zombi también.
En el newsletter de la semana pasada hice un chistecito sobre Motomami, el último disco de Rosalía, para hacerme el canchero. Me quedé varios días pensando en esa jodita: por qué la había hecho, si daba gracia, si tenía sentido. Después de darle varias vueltas al asunto me di cuenta que, en el fondo, lo hice un poco de resentido (en el sentido estricto de la palabra). Capaz que me daba un poquito de bronca no estar disfrutando del disco hitero del año por mantener una postura medio snob, medio hater. Listo, lo admito.
Como soy una persona que disfruta mucho de cambiar de opinión se me ocurrió escuchar el disco entero: es buenísimo. Lo que más me llamó la atención fue que la mayoría de las canciones no son reguetoneras (como había pensado) y que tienen letras de resentida. Rosalía es como una Karina la prince, pero con plata para producir: hits con letras desalmadas, casi que para llorar mientras bailás desenfrenadamente.
La semana pasada volvía en la bici muy borracho escuchando al mango Motomami. Estaba lloviendo bastante, pero no me importó porque me gusta pedalear con lluvia y porque iba con un impermeable divino. En uno de estos temas melancólicos del disco me puse a llorar mientras tenía pensamientos de resentida. Pedo melanco, el peor pedo.
De la nada el manubrio de mi bici se partió a la mitad (literal) y me caí en el asfalto. Justo fue en una esquina, así que fui a parar a uno de esos mega charcos que se hacen cuando se acumula el agua. Y ahí quedé un rato largo. Tirada. Borracha. Mojada. Y resentida.
Gracias, como siempre, por leer hasta el final. Cada vez me cuesta más terminar algo. Si compartís este newsletter me vas a poner contento. También podés comparme un cafecito. Como dice Ignacio Molina: “Tu cafecito no va a modificar mis condiciones materiales pero lo voy a recibir como un cariño virtual o una palmada en el hombro”. Si me querés decir algo podés contestar este correo o escribirme por Twitter o Instagram: mi usuario es @malasenial.