#56. Accidente
Unas ideas sueltas sobre los accidentes, una canción de Bad Bunny con Buscabulla, Six Feet Under y la novela Miles de ojos.
Me desperté y no me podía mover: tenía todo el cuello rígido. El dolor empezaba como a la altura de mi omóplato y llegaba hasta la mitad de mi cerebro. Al problema del insomnio se sumó el problema de las posiciones, es decir, el de dormir de una manera rara y tener que despertarme con una contractura fatal.
Literalmente no podía girar la cabeza. Si quería ver hacia un costado tenía que girar todo mi cuerpo. Tengo amigas que padecen dolores de cuello, pero esta fue mi primera vez. Perdí mi virgidad otra vez, pero en otro área. El objetivo de dormir bien, tranquilo, calentito y relajado se vuelve cada vez más imposible de conseguir. Una batalla más que pierdo contra el Dios del sueño.
No suele estresarme la calle hecha un quilombo. No me agarra ansiedad cuando el tráfico no avanza, ni cuando se cagan a bocinazos los tacheros. Sin embargo, la semana pasada tuve algo así como un mini panic attack en Plaza Italia.
Resulta que salí de un taller en la Feria del Libro a eso de las dos de la tarde y, apenas puse un pie en la calle, me encontré con todo un despliegue de ambulancias, autos de la policía, agentes de tránsito cortando la calle y las bocas de subte cerradas. Sobre la avenida Santa fe un taxi hecho mierda y varios otros autos chocados. Unas chicas y un tachero tirados en el piso, médicos que iban y venían y un ejército de morbosos que miraban a los moribundos. Por algún motivo que no puedo explicar, ese accidente de tránsito me puso muy nervioso y empecé a caminar rápido para alejarme de ahí. Mientras lo hacía me preguntaba por qué la gente se amontaba para quedarse ahí fija mirando la desgracia ajena.
Pocos días después, una amiga me contó que el accidente que vi había salido en el diario y que una de las chicas tiradas se murió. Eran tres turistas francesas. La que falleció tenía 25 años. Que terrible irte de viaje y que te pase esto, me dijo la misma amiga que me pasó la nota del diario.
(A veces pienso que uno de los motivos por los cuales no me gusta viajar es que si me pasa algo sería más difícil de resolver. Sí, soy medio cagón aunque me haga el canchero).
Un accidente es algo completamente azaroso, no hay forma de prevenirlo. Lo que viene después, tampoco. Una de mis series favoritas, Six feet under, se sostiene a partir de un accidente: si al personaje de Richard Jenkins no se lo lleva puesto un colectivo nada de lo que ocurre en la serie ocurriría.
Lo que pasa es que un accidente es como una piña en la cara. Sea algo positivo o negativo siempre genera un cambio. Hay un antes y un después. Todo lo que pasó antes no existe más y lo que viene después es pura novedad.
En un esfuerzo por tratar de ser más trendy y por estar más conectado con la música de ahora me puse a escuchar el disco nuevo de Bad Bunny, Un verano sin ti. Está bastante bueno. Hay tres cosas que me llaman la atención de él:
Que tenga mi edad, pero una caja de ahorro mucho más abultada que la mía. Es decir, que sea multimillonario teniendo apenas 28 años.
Que tenga panza y no una cuerpa ultra hegemónica, toda musculosa.
Que toque con bandas indies como Buscabulla (el tema que hace con ellos, “Andrea” fue el que más me gustó del disco).
A los Buscabulla los conocí por accidente hace como siete años. En una fiesta de Año Nuevo una amiga quiso buscar en YouTube la canción de “Métele caliente” de Alexis & Fido, pero solo escribió la primera palabra, “Métele”, suponiendo que el algoritmo le iba a traer como primer resultado el tema que quería. Pero no. Lo que trajo YouTube fue una canción de Buscabulla que se llama justamente así, “Métele”. Al día de hoy sigo pensando que el videoclip de ese tema es de los más lindos que vi en mi vida y que la música que hacen es finísima.
Los últimos meses estuve recibiendo respuestas a las ediciones de Vueltas en la cama. Sobre todo por mail. Hasta entonces, nunca había pasado. Lectores y lectoras que quieren decirme algo y entonces contestan este correo. Me gusta recibir esas respuestas porque la mayoría de las veces siento que estoy hablando con una pared (o que lo que hago no le interesa a nadie). Con que me responda una sola persona por semana estoy hecho.
La semana pasada, por ejemplo, Valentín Muro —una de las pocas personas que sabe cómo funcionan las cosas— me contestó y me explicó por qué Charly, en un punto, tenía razón cuando dijo “random no es cualquier cosa”. Esto me escribió Valentín:
“Desde nuestra perspectiva podemos asumir que cuando Spotify nos tira una canción ‘al azar’ es un proceso aleatorio pero realmente no lo es. De hecho, la única forma de obtener números de verdad aleatorios es a través de medir algo en la naturaleza. Esto es, la aleatoriedad es un fenómeno intrínsecamente físico. Una forma de obtener un número genuinamente aleatorio, aunque con una probabilidad atada a cada posibilidad bastante acotada, es tirando un dado.
En la jerga técnica se le llama números "pseudo-aleatorios" a todo aquel que pueda generar una computadora. Para que una computadora opere con números genuinamente aleatorios se los debemos dar desde afuera (por ejemplo, midiendo alguna cuestión en el decaimiento atómico de algún isótopo).
Te comento esto porque en cierto modo lo que Charly decía era acertado pero solo respecto de números pseudo-aleatorios o ‘aleatorios de mentirita’ como los que pueda usar Spotify para ‘desordenar’ nuestras canciones.”
Mi timeline de Twitter se llenó de chistes sobre los ciclistas y sobre Franco Rinaldi porque el tipo atropelló a una repartidora de Rappi. Me sorprende cómo todo es excusa para hacer jodas. Los memes sostienen y destruyen el mundo al mismo tiempo.
Siempre me sorprende la doble vara que tenemos para los accidentes. Si alguien se cae, aunque se haga mierda, nos reímos sin parar. Hay algo del patetismo de caerse que realmente da risa. Sin embargo, si el accidente implica algo más complejo, o un problema de salud, ponemos carita de afligidos y decimos “pobre”.
Escribiendo sobre esto de los accidentes y la velocidad me doy cuenta que Miles de ojos, la novela de Maximiliano Barrientos que salió por Caja Negra, y Motomami, el disco de Rosalia, son exactamente lo mismo: culto a la velocidad y la religión.
Me aterra eso que no puedo controlar. Por eso no disfruto del azar y detestos los imprevistos y los accidentes. Sin embargo, me encantan los golpes de suerte, a pesar de que no los puedo controlar.