#61. Estoy tratando de escribir
Unas ideas sueltas sobre escribir. Participación estelar de: Osvaldo Baigorria, Mercedes Halfon, Mariano Blatt, Mariana Komiseroff, Leila Guerriero, Mariana Enriquez y Tamara Tenenbaum.
La semana pasada soñé con Diego Geddes. Yo estaba parado en una esquina, creo que en Santa Fe y Pueyrredon, y me llegaba un mensaje de texto de él que decía: “Querés tomar un café? Ya dejé a mi hijo en la escuela vos dejaste al tuyo?”. Después de leer el mensaje miraba para los costados, como buscando a mi hijo, pero no había ningún niño. Así que sí, ya había dejado a mi hijo en la escuela.
Cuando era chico escribía cuentos policiales. Siempre me gustaron los policiales. Mis lectores eran mis parientes, mis compañeros de la escuela y las maestras. A todo el mundo le gustaban mis cuentos. Imagino que pasaba eso porque a cualquiera “le gusta” un cuento que escribe un nene: sabe que si le demuestra lo contrario le rompería el corazón. Sin embargo, les impresionaba que un chico de 10 u 11 años quisiera escribir sobre asesinatos, robos y cosas por el estilo. Obviamente mi protagonista era un detective inglés que fumaba en pipa (Sherlock Holmes vibes).
Guardo esos cuentos en una carpeta. Los tengo en mi casa. Me los traje desde Trelew hace poco.
En ese momento, lo que trataba de conseguir cuando escribía era lo mismo que conseguía cuando leía: suspenderlo todo, hacer desaparecer el tiempo y el espacio, abstraerme. Mi relación con la escritura aparece gracias a la lectura, a querer escribir para sentir lo mismo que al leer. Por suerte lo logré y cuando me pongo a escribir, ya sea una nota o cualquier otra cosa, todo lo que sucede alrededor desaparece.
Generalmente, trato de no escribir sobre escribir porque siento que es un tema que solo me interesa a mi y a las pocas personas que se dedican a hacer eso. Sin embargo, en las últimas semanas me fui encontrando con varios textos que justamente hablaban sobre el oficio de escribir y me pareció bien que, por primera vez, haga algo sobre este tema. Recopilé algunos fragmentos de estas cosas que fui leyendo y también le pedí a algunas amigas y amigos que me digan por qué escriben.
Cuando le pregunté a Osvaldo Baigorria por qué escribía me dijo:
No tengo la menor idea.
La semana pasada leí La pasión y la condena, un ensayo de Juan Villoro que salió por Vinilo Editora y que, justamente, habla sobre el oficio de escribir. Lo que él hace es recopilar historias de artistas, escritores y anécdotas propias para tratar de entender qué es lo que lleva a una persona a querer sentarse a escribir y cuál es el objetivo de hacerlo.
Sin embargo, el ensayo no tiene respuestas claras ni tampoco es muy conclusivo. Villoro trata de explicar que, al final, es bastante misterioso todo lo que pasa alrededor de la escritura: no hay un único motivo, ni tampoco un único fin. Por eso él dice que “no hay certezas durante el proceso creativo ni las hay al terminar” y que ese es el momento más importante de la escritura porque “el artista sabe y no sabe lo que está haciendo”.
Pero una de las partes que más me gustó tiene que ver con esto de pensar a la escritura como algo que sirve para suspender todo, para estar en otro lugar:
Durante la escritura la mente se traslada a otra parte, más genuina que el entorno tangible. (...) Narrar es una manera de vivir que puede deparar emociones más plenas e intensas que la provocada por los hechos y la espuma de los días.
Cuando le pregunté a Mercedes Halfon por qué escribía me dijo:
Mmm… Supongo que para intensificar la vida. Sin escritura todo es más plano. También escribo para pensar. Me cuesta pensar si no tengo un texto delante.
No suelo quejarme de la vida en general porque sinceramente me considero una persona con mucha suerte. Parte de esa suerte tiene que ver con que me pagan por decir cosas. Recibir dinero por escribir sobre un libro o sobre arte me parece un poco obsceno. Casi que una estafa. Tengo síndrome del impostor incluso cuando no lo soy. Cómo me voy a quejar si me pagan por escribir en un país donde la mitad de la población es pobre. Sin embargo, esto de la llegada del dinero es algo nuevo para mi.
Mientras trataba de conseguir que me dieran plata a cambio de palabras trabajaba como asistente de artistas. Uno de ellos era vecino de María Gainza y como tenían buena onda íbamos a visitarla seguido. En una de esas visitas ella dijo que el problema de las personas que escribimos es que solo hacemos cosas para contarlas. Doy fe de que eso es así. Como decimos con mis amigas: vivimos para contar una anécdota.
Cuando le pregunté a Leila Guerriero por qué escribía me dijo:
La respuesta corta es “no sé”. Pero también es un poco mentirosa. Me gusta lo que dijo Fogwill: “Escribir me parece más fácil que evitar la sensación de sinsentido de no hacerlo”.
Nunca me queda del todo claro por qué las personas que escriben buscan consejos, técnicas y sugerencias sobre cómo hacerlo en otras personas que escriben. En definitiva cada uno tiene su propio método.
Hay un texto de Loorie Moore bastante famoso que se llama Cómo convertirse en escritora en el que da algunas pistas sobre cómo hacerlo. Para ella todo empieza con el fracaso:
Primero intenta ser algo, cualquier otra cosa. Estrella de cine / astronauta. Estrella de cine / misionera. Estrella de cine / maestra jardinera. Presidente del Mundo. Fracasa horriblemente. Es mejor si fracasas a una edad temprana, por ejemplo, a los catorce. Una desilusión temprana, crítica, para que a los quince puedas escribir largas oraciones en forma de haiku sobre los deseos frustrados. Cuenta las sílabas. Muéstraselo a tu mamá. Ella es dura y práctica. Ella cree que hay que usar ropa marrón porque disimula las manchas. Ella mirará brevemente tu texto y luego otra vez a tí con la cara vacía como una galletita. Ella dirá: “¿Por qué no vacías el lavavaplatos?”. Desvía la vista. Mete los tenedores en el cajón de los tenedores. Accidentalmente rompe uno de los vasos que te dieron gratis en la estación de servicio. Este es el dolor y el sufrimiento necesarios. Esto es solo el comienzo.
Cuando le pregunté a Mariana Komiseroff por qué escribía me dijo:
Uy qué pregunta. Es medio cursi pero escribo porque no soporto la vida así como es. Como si el filtro de la ficción me aliviara.
No creo en ese estereotipo del escritor sufrido. Si fuera realmente un padecimiento nadie lo haría. No tengo recuerdos de padecer escribir algo, ni de tener una relación neurótica con lo que escribo. Siempre pienso que entrego el mejor texto posible que podría entregar en ese momento específico. También que hago cosas buenas y cosas malas y que después de una mala van a venir otras mejores. Una nota es una nota. Nada es definitivo. A las palabras escritas también se las lleva el viento.
Cuando le pregunté a Mariano Blatt por qué escribía me dijo:
Porque cada tanto me encuentro un poema que me obliga a que lo escriba.
Confieso que me puse a leer mucho sobre escribir porque estoy buscando pistas para poder terminar un libro que tendría que haber entregado hace casi un año, pero que no terminé y cuyo adelanto ya cobré y gasté. La plata se gasta y se termina más rápido que los libros.
Esta búsqueda coincidió con la reedición que hizo la editorial Periférica de Historia de una novela, el libro que cuenta cómo Thomas Wolfe pensó y armó su segunda obra, Del tiempo y el río. Me generó mucha empatía ese joven Wolfe porque reconoce que apenas está aprendiendo y porque aclara que no hay ningún método transferible para escribir o hacer un libro:
No puedo decirle a nadie cómo escribir libros; no puedo ofrecer ninguna fórmula para que un libro se publique ni que un ni que un libro se publique ni que un texto sea aceptado por una de esas revistas que pagan altos honorarios. No soy un escritor profesional. Ni siquiera soy un escritor experto. Tan solo soy un escritor que está en camino de aprender su profesión y descubrir la línea, la estructura y la articulación del lenguaje, lo que me llevara a descubrir si estoy haciendo el trabajo que quiero.
Cuando le pregunté a Mariana Enríquez por qué escribía me dijo:
Creo que la respuesta es súper infantil. Tengo un montón de personas viviendo en mi cabeza. En vez de tener dibujitos o cartas o muñequitos o unas buenas barbies, tengo un montón de personajes adentro y me los imagino y los hago jugar. A eso le sumo la técnica literaria, pero el impulso misterioso es el impulso de estar conviviendo con estas presencias mentales.
Las mejores ideas para escribir se me ocurren en la calle. Hay dos actividades que sacan lo mejor de mi cerebro: caminar y andar en bici. Voy imaginando en mi mente el texto, pienso qué es lo que voy a decir, los chistes inteligentes que voy a poner y cómo resolver ese tramo del texto que hace rato tengo trabado. Sin embargo, casi nunca anoto nada de lo que se me ocurre en esos instantes de lucidez, entonces, cuando me siente adelante la computadora, no tengo nada para escribir.
También me ayuda hablar con mis amigos. De esas conversaciones saco buenas ideas. Ya lo dije antes: casi todo lo que escribo cada semana surge de conversaciones que tengo con mis amigos y mis amigas. Lo bueno que tiene esto es que cuando me siento a escribir, sin acordarme qué era lo que quería decir, puedo preguntarle a alguien: che, me recordás qué fue lo que dijimos sobre equis tema. Es que como dice Baigorria, no existe un “yo” que escribe, sino muchos yoes “porque ‘yo’ es un agenciamiento de voces precedentes y sucesivas que se encontraron en un punto, en una coma, en un párrafo”.
Cuando le pregunté a Tamara Tenenbaum por qué escribía me dijo:
Escribo porque es mi manera de pensar y de imaginar, me cuesta bastante manejarme en el mundo en general (entender cómo funcionan las cosas) y escribir de alguna manera me ayuda a conducirme.
Al texto de Lorrie Moore que mencioné antes llegué hace 10 años, gracias a un texto de Leila Guerriero que me leyeron en mi primera clase de TEA y que arranca con una cita al de Moore. Fue una columna que escribió en la revista El Malpensante y que se tituló “Arbitraria”. Tiene consejos para quienes recién empiezan a escribir y, valga la redundancia, son bastante arbitrarios.
La verdad es que todos son muy útiles y muy buenos, pero no la quiero hacer tan larga, así que para cerrar elegí mis consejos favoritos:
No permitan que la miseria del mundo les llene el corazón de ñoñería y de piedad.
Tengan paciencia porque todo está ahí: sólo necesitan la complicidad del tiempo. Aprendan a no estar cansados, a no perder la fe, a soportar el agobio de los largos días en los que no sucede nada.
Maten alguna cosa viva: sean responsables de la muerte.
Pierdan algo que les importe. Ejercítense en el arte de perder.
Equivóquense. Sean tozudos. Créanse geniales. Después aprendan.
Tengan una enfermedad. Repónganse. Sobrevivan.
Quédense hasta el final en los velorios. Tomen una foto del muerto. Tengan memoria, conserven los objetos.
Resístanse al deseo de olvidar.
Escriban sobre lo que les interesa, escriban sobre lo que ignoran, escriban sobre lo que jamás escribirían. No se quejen.
Vivan en una ciudad enorme.
No se lastimen.
Tengan algo para decir.
Tengan algo para decir.
Tengan algo para decir.