Me gusta tener pesadillas porque me gustan las sensaciones fuertes. Una vez una amiga me dijo que estaba cansada de escuchar ese lugar común que dice que la vida tiene que ser “tratar de estar bien”. Para ella “la vida también puede ser querer estar triste, pasarla mal o querer atravesar experiencias intensas”, como tener pesadillas.
Resulta que en el sueño me peleaba con una gran amiga que no es la que dijo lo que acabo de escribir que le escuché decir a una amiga una vez. Es otra. El punto es que me quedaba muy angustiado por toda la discusión y no entendía el por qué de su enojo. Toda la pelea sucedía en Tía Camila, un bodegón de mala muerte que hay en Trelew, al lado de la cancha de Racing –la versión trelewense de Racing tiene los colores de River–. De la pesadilla me levanté todo sudado. Al día siguiente le escribí a mi amiga para ir al teatro, pero no pudimos concretar el plan.
En el verano tuve Covid, pero sin síntomas. Ahora, tuve una gripe común y corriente que me dejó de cama. Pensé que era Covid, pero no: el test dio negativo. Estuve unas 72 horas en posición horizontal. Fiebre y todo. La pasé peor con esta gripe que cuando tuve viruela de mono (literal). Así de misterioso es el cuerpo y las enfermedades. Estuve a punto de no escribirte hoy porque recién el jueves pude revivir y tenía varias cosas pendientes. Pero soy una persona católica –lamentablemente– y la culpa opera muy fuerte en mi cerebro, así que descarté la posibilidad de no hacer el envío de esta semana.
Generalmente, prendo una antena invisible cada semana y de domingos a jueves voy pescando cosas. El viernes bajo todo lo que agarré con mi antena imaginaria y me siento a escribir otra edición de Vueltas en la cama. El desafío es encontrarle un sentido a todo eso que fui sintonizando en la semana. Como la gripe no me dejó prender la antena no pude buscarle un sentido a esto que estoy escribiendo, un hilo invisible que solo yo entiendo, pero que –en teoría– une todo. Por eso vuelvo a hacer una edición random. La anterior fue en mayo y no me acuerdo por qué la hice.
Mi consuelo es lo que dice Charly: random no es cualquier cosa.

Estuve viendo Los anillos de poder, la serie de Amazon que es un spin-off de El señor de los anillos. El programa vendría a ser la historia que se cuenta en una parte de El silmarillion, el libro de Tolkien que funciona como precuela de la trilogía principal. Es el tipo de fantasía que necesitaba: dorada, con elfos y brujos.
Lo mejor de la serie es que tiene el mismo timing que las películas. A contramano de la mayoría de las producciones que están circulando, Los anillos de poder es bastante lenta y con escenas largas donde no pasa mucho. Parece una serie inspirada en las películas extended edition de El señor de los anillos.
Vi que hubo una polémica medio ridícula sobre la elección del elenco. Básicamente unos nazis salieron a decir que Tolkien jamás hubiese puesto a una mujer como protagonista, ni tampoco a personas afrodescendientes y mucho menos a hombres poco valientes. Dos minutos después hubo toda una campaña pro serie: los actores de las películas salieron con remeras que decían “Aquí son todos bienvenidos”.
Medio en joda, medio en serio, con un amigo nos preguntamos si la elección de ese elenco tenía que ver con algo intrínseco de la trama o sólo era un intento por esquivar la cancelación. La línea que divide una cosa de la otra es cada vez más difusa.
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Entre los grandes misterios de la vida está el siguiente: el local que vende pantallas para lámparas abajo de mi edificio. Cada día que paso por la puerta me pregunto: ¿Cómo hace para subsistir este comercio? ¿Cómo no se funde? ¿Quién compra pantallas para lámparas?
Aproveché mis días en posición horizontal para ponerme al día con algunas lecturas pendientes. Hace unas semanas un amigo me trajo de su ex librería dos libros de Cecilia Pavón: Querido libro y La libertad de los bares. En este último leí este poema:
Escribir como un animal
Mañana tras mañana,
en la clase de gimnasia
observo la animalidad
de mis compañeras
que envejecen
como yo.
Mi dolor de espalda
es un animal también,
pero no importa.
La clase está hecha
de una idea militar
que alguna vez alguien planeó expandir
a la población civil, supongo.
Vamos vamos vamos:
dice la maestra
y toca un silbato.
Pasamos de las sentadillas
a las flexiones,
de las flexiones
a las pesas.
Vamos vamos vamos…
Pero en la banda de sonido
que la profesora trajo en su teléfono
se ha colado un antiguo rock and roll
y las más grandes del grupo,
las de sesenta o más
se ponen a bailar en pareja
esa forma de bailar el rock
de los años cincuenta
dándose las manos y abriendo
los brazos.
Cuando las miro,
por un momento
se suspende el carácter
animal de la vida:
cuando mis compañeras de gimnasia bailan
no tienen edad.
Bailar es vivir eternamente.
La semana pasada fui a bailar solo a una fiesta, una de mis actividades favoritas. En el lugar me encontré con otro Imanol y nos hicimos amigos. Es la primera vez que soy amigo de un Imanol.
Imanol y yo salimos a fumar un cigarrillo a la calle. Mientras charlábamos apareció una chica que se llamaba Marina. Era muy simpática -estaba muy drogada- y me dijo que podía adivinar la graduación de mis lentes. Me sacó los anteojos, se los puso, se tapó un ojo con una mano y después el otro. Esperó unos segundos. Repitió el procedimiento y me dijo: “Acá en este tenés 1,25 y en este otro tenés 1,75. Se nota que en este que tiene más aumento, además de la miopía, tenés un poquito de astigmatismo”. Todo lo que dijo era cierto. Imanol y yo quedamos muy sorpresa. Le pregunté si era oculista, pero me dijo que no, que sólo era buena adivinando graduaciones.
Marina perdió a su papá cuando tenía 8 años. Ella y todos sus hermanos tienen la palabra “mar” al comienzo de sus nombres porque su papá era marino, de hecho murió en medio de una regata. Esa noche que me encontré con ella, Marina tenía una gorrita de capitán de su papá. Quiso ser abogada, pero el 2001 le hizo dar cuenta que no iba a encontrar mucha justicia en el mundo. Se pasó a comunicación social. Terminó la carrera, pero ahora se dedica a vender seguros. Además colecciona diccionarios y me recomendó que, si quería ser un buen escritor, me compre el Diccionario de ideas afines de Fernando Corripio.
Después de que adivinara el aumento de mis lentes, nos contara su vida y me recomendara el diccionario, Imanol y yo le dijimos a Mariana que nos llamábamos Imanol, los dos. Pero eso que para nosotros era increíble a ella no le importó mucho. La coincidencia no le pareció para nada especial.
Anoche fui a escuchar al Príncipe Idiota a Niceto. No puedo creer que todavía te dejen fumar adentro. Es la última resaca de los 90. El único refugio que nos queda a los que entendemos el placer de la autodestrucción.
A veces me pregunto qué dicen de mí mis objetos, qué pasaría si me muero y alguien entrara a mi casa ¿qué imagen tendría de mi versión viva? ¿Cuánta información hay en las cosas que tengo? El otro día vi una muestra de Diego Figueroa, en la galería Hache, en donde había un montón de obras que eran objetos con caras pintadas encima, como si esas cosas guardaran una parte de las personas retratadas en ellas.
No tengo muchas cosas. No me gusta acumular: en mi casa hay pocos muebles, en los placares hay poca ropa y todo el tiempo estoy regalando libros porque ya perdí el fetiche del papel.
De todos modos, quería hablar de otro tema, que tiene que ver con esto mismo y a la vez no. Resulta que entrevistamos a Toy Selectah, el músico y productor mexicano, para Peligroso Pop y el tipo arrancó la charla contándonos de que está haciendo un archivo personal. Lo que él quiere es ordenar todo lo que hizo en su vida porque sabe que, de alguna manera, todo eso habla de una época y no sólo de él. Toy está tratando de ordenar 30 años de música mexicana y latina en un archivo porque sabe que un día él se va a morir y que alguien va a ir a abrir cajas a su casa y va a decir ¿qué onda con todo esto?
Septiembre es el mes bisagra. Antes de este mes, todo. Después de este mes, nada. Es el punto del año donde la energía empieza a decaer hasta que, cuando llega diciembre, solo podés arrastrarte para intentar terminar el año.
Cada vez que empieza la primavera trato de buscar estímulos que duren hasta el verano: trampas para que no me gane el pesimismo. Este es el momento del año en el que pongo en práctica mis “Pequeños movimientos para ser feliz”, ese sistema que inventé para mejorar el humor con pelotudeces: empezar a escuchar a la negra Vernaci en vez de a Tenenbaum, tomar una lata de cerveza cada vez que termino de trabajar, escuchar más música house y menos rock. Al igual que mi amiga yo también pienso que la vida no es solo “estar bien”, que puede ser una búsqueda de la intensidad y la tristeza, pero no me gusta irme de mambo. Un poco contento quiero estar. Un ratito.