#79. Nada mejor que algo inútil
Unas cosas sueltas sobre la inutilidad, un ensayo de Osvaldo Baigorria, otro de Mariano Tenconi Blanco, los Babsónicos, el litoral, la pintura y mi cumpleaños.
Nunca fui muy militante de esas apps que te ponen sonidos de lluvia -o de lo que sea- para dormir. A mi me gusta el silencio. En Buenos Aires conseguir eso es imposible: vivo en la esquina de dos avenidas grandes y enfrente de un hospital. Sin embargo, ahora estoy en la mitad de la nada y a la noche el silencio y la oscuridad avanzan. Cuando el sol cae no se ve absolutamente nada, todo es una pared negra. Imagino que la nada debe ser algo parecido a esto: nada, oscuridad total. El silencio también avanza, pero no tanto porque hay un salto a unos metros de donde duermo. Entonces, como si fuese una app con sonido de lluvia, el ruido del agua cae se repite y se repite y se repite durante toda la noche. Es como un mantra que, para mi sorpresa, me hace dormir enseguida y de corrido, como si todo estuviese finalmente en silencio.
La verdad es que no me gusta trabajar. No creo en esa idea que dice que “el trabajo dignifica”. Lo que dignifica es otra cosa que no sé qué es, pero el trabajo seguro que no. ¿Por qué sería dignificante renunciar a horas de placer y bienestar para aguantar a algún jefe mala onda o un empleador precarizador? Por eso me gusta mucho estar de vacaciones, como ahora, que estoy en Misiones con mis amigas, en la mitad del monte, con la humedad de la selva encima. Lo que me entusiasma de las vacaciones es la posibilidad de hacer sólo cosas inútiles, poder dejar de lado la necesidad de “producir algo “útil”.
Esta semana estuve leyendo El libro de las diatribas, una antología de ensayos que salió por Vinilo Editora. Entre los textos hay uno de Osvaldo Baigorria contra el trabajo que dice:
Que me pidan una diatriba contra el trabajo es parecido a que me inciten a militar contra la militancia o a activar por la inacción, puño en alto, exclamando “¡Viva el ocio!”: un despropósito. (…) El trabajo triunfará en toda línea si hay que ponerse a trabajar para criticarlo.
El que más me gustó fue el de Mariano Tenconi Blanco contra “la tiranía del tema” en las obras. A modo de resumen: lo que él dice es que hoy en día leemos las ficciones desde “el tema” que abordan, dejando de lado todo lo otro que puede tener la ficción —cosas vinculadas a la forma, por ejemplo—. En varios tramos del texto habla de lo inútil que puede resultar la ficción y por qué eso es bueno:
La ficción puede ser, quizás, el último lugar que nos queda para que exista lo excesivo, lo superfluo, lo innecesario.
Leer las ficciones desde el tema es leerlas desde la utilidad. Quienes se relacionan con las obras desde el tema, para decirlo de una vez, detestan el arte. Lo consideran muy poco valioso como para existir por sí mismo. Creen que solo puede ser un medio, un “instrumento” para objetivos más importantes.
Oscar Wilde escribió que “en cuanto una cosa es útil o necesaria, está fuera de la esfera del arte”. En este contexto lo único que se opone a lo “útil” es el arte, el verdadero arte, no la mercancía disfrazada de obra, el Arte con mayúsculas.
Lo que me gusta de las obras de arte es justamente es que no sirven para nada. Una obra sólo sirve para ser una obra. En es se parecen a la plata: la plata, esos papelitos diminutos, sólo sirve para ser plata. De todos modos, las obras son mucho mejores que los billetes. Las obras de verdad.
Los Babasónicos sacaron una versión extendida de Trinchera, su último disco. Me llamó la atención que incluyeran un tema que se llame igual que el disco. Es la primera vez que pasa esto. ¿El principio del fin?
De los temas nuevos, este que es sutilmente bolichero fue el que más me gustó:
Pasé varias horas de la semana pintando cosas sin sentido. Imágenes inútiles. Ejercicios. O juegos. No sé. Estas ganas de pintar aparecieron gracias a mis amigas Santiago y Florencia, las que están de vacaciones conmigo. Ellos son artistas, de mis favoritos. Y no digo esto porque sean mis amigas, lo digo porque realmente lo creo. Trato de no mentir mucho, no me gusta. Cada tanto alguna mentirita se me escapa, como ahora, que estoy diciendo que miento cuando en verdad no miento. Mentira. A veces sí miento.
Mis pinturitas son bastante precarias, pero me consuelo con algo que me dijo Flor: “Lo que hacés tiene mucho caudal”. Puedo entender a lo que se refiere, pero no puedo explicarlo con palabras. Me doy cuenta que la pintura se sostiene desde la intuición y no desde la lógica. Con la lógica no hay milagro.
Descubrí que pintar cosas que no sirven para nada, que no tengan tema, me gusta más de lo que creía, a pesar de que la sensación que me genera es la opuesta a la de escribir (que es algo que también me gusta bastante). Cuando escribo tengo el control de todo, pero cuando pinto no puedo controlar nada. Cada vez que empiezo a juntar palabras —como ahora— soy muy consciente de qué viene primero, qué viene después, cuándo hacer un chiste, cuando hacer un silencio. En cambio cuando pinto —como hice estos días— no puedo pensar, ni calcular nada. Simplemente avanzo hasta cubrir toda la hoja con muchos colores.
Me gusta ver a mis amigas pintar y dibujar. Me gusta ver cómo se pierden en eso que están haciendo. Es como si las imágenes los tomaran hasta quedar atrapados -y a gusto- en esas líneas y esos colores que aparecen en las hojas que están usando. Les envidio la capacidad para perder el control, que admitan la posibilidad del error o que en la mitad de lo que sea que estén haciendo cambien de rumbo.
Es que yo no puedo pensar en imágenes. Sólo puedo pensar en palabras. Y a veces, a las palabras, no sé cómo pintarlas. Ni rayarlas.
Me llegó por WhatsApp este tuit con este video donde aparece Charly, re pasado, tocando un fragmento de “Cantata de puentes amarillos”, el tema de Spinetta que está en Artaud. La versión es increíble y como soy una mujer generosa te la comparto a vos también. Ojo al piojo.
Hace unos días subimos, desde la posada donde estamos, hasta una chacra. Hay que caminar para arriba unos cuarenta y cinco minutos, más o menos. El sendero es increíble. Bastante estrecho por momentos, pero hermoso. Descubrí que este paisaje de monte selvático me fascina. Me gusta sentir que el verde es agresivo, que avanza y se te viene encima. Los bosques del sur -los de la cordillera, los que visitaba con mi vieja y mis hermanos- no son así: ni tan verdes, ni tan… tan, tan.
En la chacra había tres cabañas, pero una se quemó. Quedan las otras dos, que no se usan, y una casita mini que supo ser un taller para pintar. Resulta que en una de esas cabañas había una pintura que hizo un artista amigo de Flor el día de su cumpleaños, al mediodía. En la pintura se ve la vista desde una de las cabañas de esa chacra.
Como apareció la posibilidad de que los ratones se la coman, bajamos la obra. Decidimos traerla hasta la posada para llevarla después a Buenos Aires. Apenas la bajamos de la pared le pedí a mis amigas que la extendieran y pasó algo bastante hermoso: el color verde de la obra se mezclo con el del paisaje. Hice un videito -escribí todo esto sólo para compartir el videito- y después se lo mostré a Flor. Me dijo que esta podía ser mi primera obra:
Me gusta la forma en la que la humedad del lugar dobla las hojas de los libros que traje. Como si la selva pudiera cambiar las palabras escritas y publicadas, es decir, como si se pudiera cambiar algo que creo que es para siempre.
En la mitad de la semana fue mi cumpleaños. Recibí buenos regalos: un discurso de Perón editado por sí mismo, un poemario de Roberto Jacoby y una obrita que hizo una de mis amigas durante las vacaciones. El día de mi cumpleaños bajé a leer al salto que hay a unos metros de nuestras cabañas. Y mientras yo leía, Flor pintaba: quiso que en la imagen apareciera la mayor cantidad de cosas posibles, todo lo que sus ojos estaban viendo y más también. En la pintura aparecí yo y me sentí muy halagado. De a ratos puedo ser muy narcisista. Perdón. No puedo ser perfecto.
Pienso bastante seguido en lo inútil que es esto —esto: el newsletter—. No me da plata, ni reconocimiento, ni nada importante. Lo que pasa es que me gusta hacer cosas que no sirvan para nada. De hecho pienso que todo lo que escribo no sirve para nada: ni las notas en el diario, ni en otras revistas, ni esto. Sólo sirve para que pueda tener una conversación conmigo mismo —no es poca cosa—.
Escribir por escribir no está mal. Esto no puede ser útil porque para mí es solamente un ejercicio, un juego. Y como todo juego, no sirve para nada. No puede servir para algo. Si sirviera para algo sería como un tutorial de YouTube que, al mismo tiempo, sirve para hacer otra cosa. El tutorial de YouTube es la utilidad al cuadrado.
Me gusta mucho el ocio. Me gusta estar sin hacer nada. Me gusta pasar las horas rayando una hoja con marcadores, leyendo libros sobre los que no voy a escribir ninguna nota o escribiendo un newsletter que nadie espera, ni nadie pide. Me gusta escribir algo que parece real, pero que es un invento de mi cabeza que no sirve para nada. Me gusta la inutilidad. Me gusta ser un inútil.