#81. Cosas con polvo
Ideas sueltas sobre cosas olvidadas, una compilación de música alternativa, un concierto de Babasónicos, fotos de Alejandro Kuropatwa y una canción de Spinetta.
El mejor sueño de la semana fue uno donde me enseñaban a manejar. Quisieron enseñarme hace unos cuantos años, pero yo no me enganché mucho. Lo que me pasaba –paradójicamente– es que a los cinco minutos de empezar a manejar me quedaba dormido. Un peligro. Ahora estoy con ganas de aprender, pero en Buenos Aires los amigos y las amigas con auto y paciencia escasean. Y no estoy para pagar una escuela de manejo. Me gusta malgastar mi dinero, pero tampoco tanto.
La semana pasada escribí, de una manera extraña, sobre la memoria. En el medio del texto puse una canción de Los músicos del centro, una banda cordobesa de los 80, no muy conocida. Por eso ahora quería escribir, otra vez de una manera extraña, sobre el olvido. A la canción de Los músicos del centro llegué por un compilado que hicieron dos djs con canciones que sonaban en la escena alternativa de la Argentina en en los 80s y 90s. Se llama Síntesis Moderna y es una bomba.
Los músicos del centro era la banda que tenían Juan Carlos y Mingui Ingaramo (padre y tío de Juan Ingaramo). A ellos se sumaron Oscar Feldman (saxo), Horacio Ruiz Guiñazú (batería) y César Franov (bajo). Traté de hacer una búsqueda en internet para conseguir más información de ellos, pero no hay nada. Lo único que aparece es que se hicieron más conocidos después de tocar con Litto Nebbia a principios de los 80. Y también que su hit fue “Esquirlas” –el tema que mandé la semana pasada–, una canción en la que canta Fito Páez y que también tiene a Pedro Aznar en la guitarra. En total grabaron 4 discos que salieron por Melopea: Noventa y nueve (1987), Ecuador (1989), Mapamundi (1991) y Luminosa (2001).
Me gusta descubrir cosas olvidadas. Cuando me pasa, siempre me pregunto por qué nos olvidamos de esta cosa o de esta otra. ¿Qué hace que, por ejemplo, un disco quede en el olvido o sea un éxito? Imagino que es algo incontrolable, que una vez que la obra se publica no se puede controlar qué va a pasar con eso que está ahí flotando.
Cuando era chico quería ser paleontólogo o arqueólogo. Como la mayoría de los niños, estaba obsesionado con los dinosaurios. Además, en Trelew está el museo paleontológico más grande del país (nuestro único éxito, además de la masacre, claro). Mi sueño era poder ir a dormir al museo, que de hecho era algo que se podía hacer, pero era demasiado caro y mi vieja no me lo podía pagar. El punto es que lo que más me entusiasmaba de ser paleontólogo era poder pasarme la vida entera buscando cosas olvidadas: huesos.
A pesar de que me dediqué a algo completamente diferente, a veces, siento que soy un poco paleontólogo. Como ahora, que escribo sobre un puñado de discos que nadie recuerda. Unos álbumes que tienen tierra encima, pero a los que les pasás un trapito y le sacás el brillo otra vez. Tanto brillo que puedan hacer bailar a las personas en la disco.

La semana pasada fui al recital de los Babasónicos. Hace unos años, cuando tenía un septum en vez de aros en las orejas, cada vez que me rapaba a cero me sentía muy fan de los Babasónicos. No lo puedo explicar bien, pero la sensación era que no tener pelo (decidir no tener pelo) y usar un aro relativamente grande en el cartílago de la nariz se sentía como algo muy sónico.
El show fue increíble y del disco que presentaban ya escribí. Fui solo. Me gusta ir solo a los recitales y a las fiestas. Adelante mío había dos chicas que, como yo, sabían todas las canciones, cantaban todas las canciones y bailaban todas las canciones. Una era como una especie de milipili y la otra era un chica sónica: tatuajes, aros, musculosa, short de jean y medias de red. En un momento –ya estaba medio borracho– les dije: “Chicas, no sé quiénes son, pero me encanta que las tres estemos bailando y cantando todas las canciones”. Una de ellas me contestó: “Somos madre e hija y estamos re copadas”. La hija era la milipili y la madre era la chica sónica.
Un par de días después de eso puse música en un bar, a modo de festejo de cumpleaños con delay. Una amiga me trajo de regalo Cuatro tesis sobre la música en tiempos de streaming, un librito que salió por Firpo y que recopila diferentes fragmentos de entrevistas a Dárgelos donde habló de este tema. En un tramo del libro él dice algo que describe muy bien lo pensé y sentí mientras estaba en el recital:
La música te cambia el estado de ánimo. Es una cápsula que contiene emoción, que viaja en la sutil materia el aire y no necesita más soporte físico que ese. Es aire modulado que te modifica, como si fuese una droga. Es algo mágico. Al principio no lo sabes, lo vas descubriendo.
Investigando un poco sobre Alejandro Kuropatwa me encontré con una serie suya bastante rara y bastante olvidada: Objetos presidenciales. En total la serie tiene cuatro fotos que muestran objetos de Rivadavia, Ortiz, Figueroa Alcorta y Avellaneda. Las hizo para una muestra para el Museo de la Casa de Gobierno (ahora le decimos Museo del Bicentenario). El texto de la muestra fue de Sara Facio, que escribió muchas veces sobre él, y en una parte dice:
La sola idea de mirar fotos de objetos presidenciables puede sonar aburrido. Sin embargo, cuando esas fotos están tomadas por alguien que aporta sensibilidad, los motivos se transforman en fotos con interés propio. La fotografía se convierte en este caso en la llave que nos introduce a un mundo desconocido –objetos que miramos, palpamos casi como lo hicieron sus propietarios– y por el cual, Avellaneda, Ortiz o Figueroa Alcorta se humanizan, se acercan a los actuales ciudadanos por vías reconocibles y naturales.
A Kuropatwa le quedó picando el rollo de la patria después de esas fotos. Entonces, hizo un videoclip bastante queer y delirante del Himno Nacional. En la grabación aparecen Divina Gloria y Peter Pirello. Con esas fotos y con este video, Alejandro convirtió en algo pop y brillante algo que puede ser tan aburrido y solemne como cantar “Aurora” en una escuela, todos los días, a las siete de la mañana mientras alguien iza una bandera.
El sonido de Noventa y nueve, el disco de Los músicos del centro, me hizo acordar mucho a Privé, el álbum de Luis Alberto Spinetta que salió justo un año antes y que es el resultado de proyecto frustrado de grabar con Charly. En Privé incluso hay un tema que hace referencia a ese intento de pareja, “Pobre amor, llámenlo”, y que dice: “Hoy Carlos partió sin esperas desde un no lugar". El sonido latoso y ultra industrial de este disco –y el de Los músicos del centro– me parece hermoso, la combinación perfecta de rock y pista de baile.
La amiga que me pasó el compilado Síntesis Moderna fue Macarena Fatne, que no sólo es una gran diseñadora gráfica, sino que también es una excelente dj y pintora. Ya hace varios años que nos conocemos y me doy cuenta que gran parte de nuestra relación está sostenida por un montón de links perdidos. Dicho de otra manera: lo que todo el tiempo hacemos es mandarnos algo y esperar que el otro conteste “gracias por mandarme esto, no lo conocía”.
Desconozco si ella quiso, al igual que yo, ser arqueóloga o paleontóloga de chica, pero creo que le habría ido muy bien. La mayoría de las veces es ella la que me manda algo que no conozco. Yo estoy bien con eso. Entiendo que las relaciones, la mayoría de las veces, son desiguales.
Hace unos días alguien me dijo que no podía creer que escribiera esto cada semana, con este nivel de constancia. Le respondí con la verdad: tardo aproximadamente una hora y media en escribir cada entrega, no es mucho. Sinceramente, me lleva más tiempo pescar, a lo largo de la semana, sobre qué escribir que sentarme a redactar. Además, escribir es algo que disfruto bastante, a pesar de que el rédito económico de esto es casi nulo –hasta ahora–.
Escribir siempre es, para mi, como masticar un poco más algo que no sé bien qué es, cómo es, cuánto me duele o cuánto me gusta. Se trata de deglutir una cosa para poder desarmarla, para poder entenderla. Y a mí me gusta mucho entender. Por eso escribo todas las semanas.
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