#88. Una teoría sobre la Navidad
Ideas sueltas sobre la Navidad, un texto de Jonas Mekas, otro de Alexandra Kohan y la final del mundial.
Estoy atravesando una sequía de sueños. Cuando finalmente me quedo dormido, en mi cabeza parecería ser que no pasa nada. No sé cuándo van a volver los sueños. Por ahora me abandonaron.
La teoría de la semana es sobre la Navidad. Tuve que buscar en Google si se escribe o no con mayúsculas. Nunca me queda del todo claro. Según la RAE se escribe con mayúsculas porque es el nombre propio de una festividad. Lo mismo pasa con el Año Nuevo. Sé que muchas personas tienen esta misma duda cada vez que tienen que referirse al 25 o 31 de diciembre. Mi hipótesis es que nadie tiene clara esta regla porque las fiestas son a fin de año, en el final del mes del pensamiento mágico o también del mes de la alteración: todos estamos cansados y confundidos como para recordar una regla ortográfica.
Desde hace algunos años dejé de pasar las fiestas con mi familia. Siempre paso con amigas. Las dos. No hay ningún motivo en especial, simplemente prefiero quedarme en Buenos Aires y solté la culpa de no compartir una cena familiar hace tiempo. No encuentro nada especial en la Navidad, ni tampoco en el Año Nuevo. No me molestan, no me generan rechazo y de hecho me gusta “el espíritu navideño” y las “ganas de festejar” que tiene el fin de año, pero en el fondo me dan un poco igual.
Imagino que mi resignación con estas fiestas tiene que ver con que nunca resultan como yo espero que resulten. No tengo recuerdo de ninguna Navidad, ni ningún Año Nuevo donde haya pasado lo que yo esperaba que pase. Excepto un 31, de hace varios años –el primero que no pasé en mi casa– donde bailé mucho y volví de una fiesta sólo, de día, drogado, caminando por Avenida de Mayo hasta mi casa, que en ese entonces era en Congreso. Ese sí fue un buen 31.
Mi mayor decepción siempre fueron las navidades. Como buen niño de los 90, hijo de padres separados, gran parte de mi educación hay que atribuírsela a la televisión. Los niños ahora miran TikTok, antes mirábamos Magic Kids. Resulta que cada año hacía mi carta a Papá Noel pidiendo alguno de todos los juguetes que veía en la televisión, pero ninguno se conseguía en Trelew o eran demasiado caros para que alguno de mis padres lo compre. Entonces, cuando se cumplían las 12, yo salía corriendo a abrir los regalos y lo que me encontraba adentro del paquete nunca era lo que yo había pedido. Nunca recibí el regalo que quise en ninguna Navidad. Hasta que empecé a pedir plata.

Hoy, que es Noche Buena, habría cumplido 100 años Jonas Mekas. Hace unos días me invitaron a leer un fragmento de su libro Destellos de bellezas, en una lectura colectiva que organizó Caja Negra por el centenario del cineasta. Este fue uno de los textos que elegí:
Marilyn Monroe y el mundo sin amor
Marilyn Monroe, la Santa del Desierto de Nevada. Luego de todo lo que se ha dicho sobre la película Los inadaptados, sobre cuán mala es y todo eso, ella permanece intacta, Marilyn, la santa. Y ella los perseguirá hasta el punto de ser imposible de olvidarla.
Ella es la película. Una mujer que ha conocido el amor, la vida, los hombres, que ha sido traicionada por esas tres cosas pero que aún mantiene sus sueños sobre los hombres, el amor y la vida.
Ella conoce a estos hombres en su búsqueda de amor y vida; halla amor en todas partes y derrama lágrimas por todas las personas. Ella es la única cosa bella en todo el horrible desierto, en todo el mundo, en todo este basurero de durezas, bombas atómicas y muerte.
Todas las personas han resignado sus sueños, todos los hombres se han vuelto cínicos, excepto Marilyn. Y ella lucha por su sueño, por la belleza, la inocencia y la libertad. Es ella quién pelea por el amor en el mundo mientras los hombres solo batallan guerras y actúan con rudeza. Los hombres se rindieron ante el mundo. Los hombres se rindieron ante el amor. Es Marilyn quien dice las cosas como son en la película, quien acusa, juzga y revela. Y es Marilyn quien corre al centro del desierto y grita con toda su impotencia “¡Ustedes están todos muertos! ¡Ustedes están todos muertos!” y no queda claro si se dirige a los hombres o a todo el mundo carente de amor.
¿Está Marilyn actuando o acaso está siendo ella misma? ¿Tal vez incluso ella esté expresando sus pensamientos, su propia vida? No no importa demasiado. Hay tanta verdad en sus pequeños detalles, en sus reacciones a la crueldad, a la falsa masculinidad, a la naturaleza, la vida y la muerte que resulta abrumadora.
Contemplemos el rostro de una persona en la pantalla, el rostro de Marilyn, mientras cambia y reacciona. Sin dramatismo ni ideas, solo un rostro en toda su desnudez y con todas sus sombras. En ese rostro, en el de Marilyn, recae el contenido y la trama y la idea de la película, que no es otra cosa que el significado del mundo.
Al principio no vi ningún partido del mundial, pero con el correr de las semanas el espíritu mundialista se apoderó de mi. En el fondo me gustan las cosas masivas y los fenómenos populares. Por eso me hice peronista cuando era adolescente. Me gustan esos rituales que hacen coincidir, por un rato, a miles de personas –en este caso, el fútbol, a millones–.
Vimos la final en la casa de una amiga y en un momento de desesperación decidimos hacer un altar con estampitas, fotos de santos, de Maradona, de Evita, flores, tabaco, mi anillo con la medalla de San Benito y cualquier cosa mística que tuviéramos a mano. Una amiga llegó a ofrecer un mechón de pelo de unos 30 centímetros –hasta el momento de cortarlo, el pelo le llegaba hasta el culo–. Estábamos desesperadas y, al final del día, todos somos parte de la religión.
Un par de días antes de la final del mundial, leí algo en el newsletter de Alexandra Kohan que tiene que ver un poco con el altar que hicimos con mis amigas y también con decidir pasar, desde hace algunos años, las fiestas lejos de mi casa:
Hay una diferencia entre no poder dejar de hacer algo, verse compelido a hacerlo, no poder no hacerlo y este otro modo: poder no hacerlo y sin embargo, querer hacerlo; poder no hacerlo y sin embargo hacerlo, aun sin saber que lo hacemos. Quizás en esa diferencia se halla la diferencia entre compulsión-superstición (si no hago X, va a pasar Y) y esa otra cosa más ligada a las ganas, a los gustos, a las preferencias, a las costumbres y, por qué no, a la angustia y al deseo. A veces se trata de que algo permanezca ahí donde hubo pérdida, para que no se pierda todo. Los rituales no siempre son eso que se nos impone, muchas veces son eso que hacemos para, como dice Barthes, producir algo de libertad.
Diría que este año que termina fue el año de los imprevistos. Esas cosas que aparecen de la nada y que cambian las reglas de todo marcaron los meses que ya quedan atrás. Por una serie de eventos desafortunados, a diferencia de los últimos diciembre, hoy sí voy a pasar la Navidad con mi familia. Y mientras nosotros vamos a tratar de “festejar”, muy tranquilos, tímidamente, en una cama de hospital mi abuela se va a estar muriendo. O tal vez no. No lo sé. Capaz que el último imprevisto de este año sea ese, que no pase lo que todos estamos pensando que va a pasar, pero que nadie quiere decir en voz alta. Por suerte eso que nadie quiere decir sí se puede escribir porque escribir es como hablar bajito.