Esta tarde, en el cierre de la muestra de mi amigo Cajita –quien ilustra semanalmente este newsletter–, leí esto que comparto acá abajo. Como el día está gris y los domingos son difíciles, me pareció una buena idea mandar estas ideas sueltas sobre la amistad. Espero que te guste. Y si no te gusta, todo bien.
Esta es una conferencia inaugural de cierre que surge del arrepentimiento. Sé que el arrepentimiento tiene una connotación negativa, que es de esas emociones que está mal vistas. Lo mismo pasa con la culpa, pero –paradójicamente– el arrepentimiento y la culpa son dos buenas emociones para empezar a escribir. De la culpa conozco más que del arrepentimiento: como soy bastante caprichoso y a veces mal llevado no suelo arrepentirme de muchas cosas que hago o digo. Sin embargo, tuve una educación cristiana así que vivo, casi, en estado de culpa. Cuando era chico, en el colegio me obligaban a ir a misa y semanalmente golpeaba el pecho diciendo “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran gran culpa”. Sin embargo, no quiero hablar de la culpa, ni de mi mala educación. Lo que estaba diciendo es que estas palabras aparecieron del arrepentimiento.
Mi idea original era leer algo que escribió Osvaldo Baigorria sobre la amistad, pero resulta que ese texto hablaba mucho de su relación con Néstor Perlongher así que me arrepentí de leerlo porque me parecía un poco atrevido robarle a Osvaldo las palabras sobre su amigo: eran realmente muy sentidas y nada peor que apropiarse de los sentimientos ajenos. Pero el verdadero problema que tengo es que cada vez que me invitan a leer siento el síndrome del impostor: no escribo ficción, ni poesía y siempre me invitan a leer junto a poetas, narradores y narradoras. Entonces, para no sentirme menos, agarro para leer textos de otras personas, de otras autoras y autores –de mis inseguridades ya las hablaré en terapia, tengo turno el martes–. Lo más curioso de todo es que me considero un buen narrador –soy muy bueno contando anécdotas, por ejemplo– y todo narrador tiene la necesidad de mentir un poco para poder contar su historia, es decir, aunque escriba sobre cosas “reales” siempre estoy deformando un poco todo lo que pasa, metiendo algo de ficción. Quizás no sea un escritor de ficción y solamente sea un mentiroso. Pero uno muy bueno.
Pensé que tal vez podría hacer el intento de seguir tirando del mismo hilo que Baigorria y arriesgarme a escribir algo sobre la amistad. Sin embargo, siento que es de esas cosas de las que no se puede decir mucho porque nunca se las termina de entender. A veces, las palabras no alcanzan para poder explicar algo. Hay algunas cosas cuyo significado no conocemos bien, pero podemos entender lo que generan. Por ejemplo: nadie tiene muy en claro cuál es la definición de amor, pero sabemos cómo se siente. Lo mismo con la amistad ¿cuándo una relación es una amistad? ¿Cómo saber que tenemos una gran amiga? ¿Es posible que exista una sola manera de tener amigas?
Hace un tiempo leí un texto de Camila Sosa Villada sobre este mismo tema. En un tramo ella escribió: “Es aterrador hablar sobre la amistad. No se sabe por dónde empezar a desovillar, qué clase de movimientos precisos y delicados deben hacerse para no tumbar el tótem de cristal que sostiene en su punta al sentimiento de la amistad. En algún duelo, cuando fue demasiado doloroso ver partir a los amigos, pensé que este sentimiento era de la misma índole que el amor. Que los amantes provocan esa sequía con su partida, igual que los amigos”.
Pude entender a lo que se refería la escritora. Si bien yo tampoco sé por dónde empezar, ni qué decir exactamente sobre la amistad –a pesar de que estoy diciendo “algo”–, puedo reconocer esa emoción de la que habla Camila. Hace algunos años, mi amigo Santiago Villanueva se fue a vivir a Londres por unos meses. Un rato antes de su partida nos encontramos a desayunar en su casa él, yo y nuestro amigo Cajita –el artista que nos ha reuniendo a todas y todos en este espacio el día de hoy–. El desayuno no tuvo ninguna particularidad, pero en el momento que el taxi llegó para llevar a Santiago a Ezeiza yo empecé a llorar como si el amor de mi vida me hubiera dicho: “No te quiero. No me gustas”. De la misma manera que no puedo explicar qué es o qué no es la amistad, tampoco puedo explicar por qué lloré tanto por esa partida. Me sentía realmente desesperado. El taxi avanzó mientras Cajita trataba de consolarme y me abrazaba y me decía que me tranquilice y que eran un par de meses y que todo iba a estar bien. Afuera llovía y era un día gris como fue el de hoy.
De Santiago y Cajita sólo puedo decir que me cambiaron la vida. Soy consciente de que repetir un lugar común como este –”me cambiaste la vida”– no tiene mucho sentido de tantas veces que se dijo. El problema es que no existen las palabras precisas –quizás todavía no se inventaron– para que explique lo que estas dos amigas hicieron conmigo y con mi vida. Tal vez nos deberíamos sentar las tres, como si fuéramos un aquelarre de brujas, a inventar esas palabras para poder explicar qué es y qué no es la amistad, nuestra amistad.
Demás está decir que estas palabras están dedicadas para ellas dos: Santiago y Cajita.
Esto ya lo escribí antes, perdón por insistir con lo mismo. Lo que pasa es que siempre escribo el mismo texto: los mismo temas, las mismas ideas y así. Cambio dos o tres cosas nada más, como para esconder el autoplagio. Si escribiera una autobiografía la titularía así: Más de lo mismo. Pero lo que quería escribir, que ya escribí antes, es que la única manera de acercamiento que tengo a las obras de mis amigas es el afecto: no puedo decir algo elocuente, inteligente o preciso sobre sus obras porque lo que veo ahí, en esas imágenes, son las huellas de nuestra amistad. Anécdotas, historias, peleas, fiestas, drogas: pedazos de una amistad que mis amigas transforman en obras. No puedo tomar distancia de esas obras porque de alguna manera también son mías. Estamos haciendo obras juntas, pero no nos damos cuenta.
Supongo que con mis textos pasa algo parecido. Cada palabra, cada oración y cada párrafo es el resultado de mi relación con otra persona. No creo que la escritura sea una práctica solitaria, más bien todo lo contrario. Cada vez que me siento a escribir, aunque esté solo en mi casa, me estoy sentando con mis libros, con mis discos, con los chicos que me gustan y con mis amigas. Todo eso teje una conversación en mi cabeza que, con un poco de suerte, después puedo traducir en algo relativamente coherente y, en el mejor de los casos, en un buen texto. La escritura, entonces, es una práctica colectiva.
En el texto de Baigorria que iba a leer, pero no leí, él dice algo sobre esto: “Siempre habrá influencias, préstamos, robos, apropiaciones conscientes o inconscientes, cálculo y conveniencia. Incluso cuando escribimos a solas y le ponemos nuestra firma a una obra estamos escribiendo en colaboración, una colaboración que pasa inadvertida, que se oculta. ¿Cuántos textos se han producido leyendo o conversando con otros textos y personas, incluso inmediatamente después de un encuentro oral? Nunca hay un yo que escribe, hay muchos yoes, y “yo” es un agenciamiento de voces precedentes y sucesivas que se encontraron en un punto, en una coma, en un párrafo”.
Todas las letras que escribí hasta ahora, todos los puntos, las comas y los párrafos que escucharon son lugares de encuentro con mis amigas. Todos estos caracteres encierran la relación que tengo con mis amigas Santiago y Cajita. Quizás no se pueda ver claro, quizás nuestra relación sea algo tan misterioso que la única manera de mostrarla sea escondiéndola atrás de una conferencia inaugural de cierre.
Para terminar quisiera volver al principio del principio. Además del arrepentimiento y la culpa, el capricho también es un buen motor para escribir. Resulta que hace varios días estoy obsesionado con la poesía de Idea Vilariño y esta mañana, mientras escribía esto, pensé en qué poema suyo podía incluir en este texto. Al final terminé haciendo lo que dije que no quería hacer: leer algo de otra persona. Pero me encapriché con querer traer algo de ella esta tarde. Por suerte encontré un poema que describe lo que pienso de la amistad con mis amigas:
Es la dicha
Es la dicha
colmada
interminable
sucediendo sin prisa
con fervor
sin memoria
sin nada más
sin trabas
irrenunciable
absorta.
Es la dicha
y es de nosotras
y es grave
y es infinita y es
sin límites
total
eterna
mientras dure.
