#7. Es imposible sacarse el frío
Unas palabras para mi abuela. Unas ideas sobre el frío. Un libro del artista David Wojnarowicz y un texto de Sara Gallardo sobre el periodismo, publicado en el 70.
Me voy a la cama pensando en algo que me dijo mi abuela esta tarde cuando la vi, después de tomar el té. Ella vive en Trelew, pero después de que mi abuelo murió empezó a pasar algunos meses en Buenos Aires. Desde que no vivimos más en la misma ciudad soy más consciente del paso del tiempo, a veces nos vemos después de meses y me doy cuenta que, durante el tiempo que no nos vimos, ella envejeció un poco más.
De chico vivía casi en lo de mis abuelos: después del colegio me iba a su casa y ahí me quedaba hasta la noche, cuando mi mamá me pasaba a buscar. Hacíamos la tarea, leíamos cuentos, comprábamos cosas para merendar. Pero, no todo era tan hermoso y de cuentos, me hacía hacer ejercicios de caligrafía en uno de esos cuadernos especiales para practicar la cursiva, los que tienen como unos renglones rarísimos, uno más anchos que otros. Para que me saliera mejor ella me compró una pluma Parker: la usé durante todo el colegio, para resolver cada examen de la facultad y la uso para escribir incluso hoy. Sin embargo, mi caligrafía sigue siendo un espanto.
A mi me tocó una buena abuela, no me quejo. Somos bien cercanos y tenemos como una especie de código de comunicación basado en hacer silencio en determinadas ocasiones, entonces, cuando alguno de los hace silencio -según el tipo de silencio que sea- el otro sabe lo que está pensando. Pero en lo que pienso ahora no fue algo que me dijo con el silencio, sino con palabras bien claras y precisas: “Yo sé que ya no me queda mucho tiempo más acá porque esas cosas se sienten”. La escuché, la miré fijo y le di la razón, pero sin decir nada, en silencio.
I. Es imposible sacarse el frío
El mayor problema que tiene Buenos Aires es la calefacción de las casas y los departamentos. Por algún motivo, nunca nadie diseñó buenos sistemas de calefacción en esta ciudad, entonces, sea un departamento divino o una tapera, todo es muy difícil de calefaccionar.
Como dice esa canción de Nathy Peluso, “Buenos Aires”, me empieza a molestar que haga frío en la ciudad. El frío -y un poco esa canción de Nathy Peluso- funciona en esta ciudad como el tango: se mete por todos lados, aunque hagas las mil y una para evitarlo. No hay estufa suficiente para sacar el frío húmedo que se instala en las paredes de las casas y los edificios de la ciudad, es esa gran melancolía tanguera que lo cubre todo, aunque nos guste el reggaeton. Y encima ahora está lloviendo, más melancólico imposible, tan cliché que parece una escena de Pol-Ka, de esas donde el amante abandona a la protagonista en medio de una tormenta sobre la 9 de Julio.
Hay un libro para chicos que me gusta mucho, se llama Cuentan en la Patagonia, lo editó Sudamericana y recopila una serie de historias populares del sur. Lo escribió Nelvy Bustamante, que es una escritora cordobesa que vive en Trelew hace mil años. Me parece un libro precioso, aunque sea para niños. Los relatos son geniales y hay de todo, desde cuentos de terror hasta algunos más históricos.
Lo curioso del libro es que, aunque los relatos sucedan en el sur, nunca aparece el frío como tema, ni en los lugares donde suceden las historias. Lo que pasa es que las casas de allá sí están preparadas para el frío y uno casi que no lo siente, salvo los pocos ratos que salís a la calle, pero una vez que estás adentro de algún lugar desaparece por completo. En la casa de mi vieja hay tres estufas que quedan prendidas todos los meses de invierno y se prenden un poco antes de la primera helada del año (que es la que marca el inicio del frío de verdad).
La gente no me entiende cuando digo que no soporto el frío en esta ciudad. Siempre me dicen: “¡Pero si vos sos del sur!”. Yo trato de explicar que no es lo mismo, que los fríos se sienten diferentes, pero tampoco me entienden. En Buenos Aires se niega el frío, las personas hacen como que no existe. La negación es tan grande que, en esta ciudad, importa más un buen aire acondicionado para el verano que una buena estufa para el invierno.
II. La historia de la inmunodeficiencia
Hace cuarenta años los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedad de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), alertaba de una nueva enfermedad que generaba la pérdida de la inmunidad de las personas hasta que les producía la muerte. Tiempo después se descubrió era el VIH lo que producía eso, pero antes de ese descubrimiento se llamaba a este problema gay related immunodeficiency disease (enfermedad de inmunodeficiencia relacionada a los gays)
La editorial Caja Negra publicó este mes En la sombra del sueño americano, un libro que recopila los diarios de David Wojnarowicz, un artista norteamericano que, además, fue de los primeros activistas del SIDA que hubo en aquel país.
Lo más interesante del libro es que los diarios arrancan cuando él tenía 17 años, en 1971, entonces uno puede leer, meterse en su intimidad, y ver la previa a la llegada del virus. La mayoría de material sobre el tema refiere al momento en el que apareció la epidemia, casi nunca hay referencias al estado anterior, a la ausencia de miedo y de incertidumbre. Los diarios de Wojnarowicz reflejan esa transición.
Hay algunos fragmentos del diario que son realmente fuertes, pero a la vez están tan bien escritos que el horror pasa a un segundo plano. Funcionan casi como poemas. En una de las últimas entradas escribió:
No puedo vivir como una persona “normal”. No puedo fingir eso ni olvidarme de que estoy muriendo. Soy un extraño tanto para los demás como para mí mismo. Soy un extraño y no puedo intentar parecer familiar. Estoy andando.
Las narrativas de la crisis del SIDA en los 80 son historias del miedo y la enfermedad, de cómo un cuerpo se va deteriorando hasta que deja de ser el cuerpo que era. Los años pasaron y ahora el deterioro no sucede, gracias a los tratamientos antirretrovirales, pero, ¿cómo quitar de la memoria de una comunidad un pasado de muerte, espanto y discriminación?
Mi parte favorita del diario dice así:
PETER HIZO FOTOGRAFÍAS
PETER TUVO SEXO CON HOMBRES
PETER TUVO SEXO CON MUJERES
PETER HIZO FOTOGRAFÍAS
PETER COCINÓ COMIDA
PETER COMIÓ COMIDA SANA
PETER SALIÓ A UNA PERFORMANCE
PETER SALIÓ PARA HALLOWEEN
PETER SE MOVIÓ ENTRE RICOS
PETER SE MOVIÓ ENTRE POBRES
PETER ESCUCHÓ MÚSICA
PETER EXPLORÓ LOS EMBARCADEROS
PETER SOÑÓ
PETER LLORÓ
PETER COGIÓ
PETER FOTOGRAFIÓ
PETER HIZO PELÍCULAS
PETER TUVO SIDA
PETER MURIÓDe todo esto está hecha la vida.
III. Ser periodista puede ser muy aburrido
Un amigo dibuja un retrato de Sara Gallardo y me dice en un mensaje de texto: hay que leer a Sara Gallardo. Le respondo que nunca leí nada de ella y, casi al instante, me siento mal, me da culpa. Mi biblioteca está llena de huecos y mis lecturas siempre fueron caprichosa, entonces, buena parte de “los clásicos” nunca los leí, ni los tengo.
Hago un googleo rápido. Veo que tiene unas novelas, unos libros de cuentos, otros infantiles y varios textos de no ficción que salían en la revista Confirmado, una publicación que empezó a salir en el 65 y que dirigía Jacobo Timerman. También descubro que tenía unos looks increíbles, medio drag queen, medio travestiril.
Además, encuentro un texto publicado en 1970 que se llama Cómo sufrimos los periodistas. Es una de sus columnas en Confirmado y cuenta -con mucha gracia, acidez y elegancia- la difícil y tediosa tarea de pensar ideas para presentarle a un editor, a través de la experiencia de un “postulante” que se presenta en una redacción para ser reportero. Lo más gracioso del texto es que ella se ríe de sí misma, de su oficio como periodista, y pone en evidencia que, en definitiva, ser periodista no es tan importante, ni tan interesante:
El postulante no sabe que el periodismo-verdad es de lo más aburrido que se pueda soñar. El jefe de redacción tampoco lo sabe. Ignoran que lo único verdaderamente apasionante y revelador es el periodismo-imaginación, que descubre, digamos, un problema feroz allí donde cuatro negros se rascan los piojos en estado de euforia.
Sara Gallardo da en el clavo: el supuesto periodismo “de verdad” es aburridísimo y -al final del día- a nadie le importa. El que es divertido es ese que encuentra en la historia insignificante algo que vale la pena contar, el relato mínimo que habla de todos los relatos.
Las mejores historias “de verdad” son las que te dejan imaginar un rato cómo es esa parte de la realidad sobre la que no tenés ni idea. Pero, que está ahí, a la vuelta de la esquina, esperando que alguien la encuentre, la escriba y la cuente.