#3. Los muertos también pegan
Un sueño sobre un apocalipsis zombi. Unas cosas que hablan de la violencia. Una novela de Andrea Abreu. Un concierto de Babasónicos de hace 15 años.
El sueño fue así:
Buenos Aires está completamente destruida y todo es de color gris, como la ceniza de los cigarrillos. Las paredes, el piso, la calle, los supermercados, todo está roto y en ruinas. Calles vacías, tierra y basura por todos lados. Humo que sale de los edificio y que se pierde en el cielo que se ve casi igual: son como una misma cosa.
Camino con un amigo por la mitad de la calle, esquivando escombros y restos de autos. Silencio total. Película de ciencia ficción. Conocemos la ciudad, pero nos movemos sin una dirección clara. Es como caminar por inercia, buscando algo que no está en ningún lado.
De repente nos quedamos quietos. Hay algo lejos que hace ruido y nos ponemos en alerta. Cada vez está más cerca. Es un sonido extraño, como si fueran miles de personas gritando, pero con un grito distinto al normal. Y el grito se mezcla con el silencio que no es más silencio sino otra cosa que no escuché nunca.
Son zombis.
Están por todos lados. Corremos. Tiramos piedras, palos, todo lo que encontramos en la calle. Corremos. Avanzan y se ven más enojados. Les faltan los ojos. A algunos las piernas o los brazos. Huelen mal. Corremos. Nos caemos al piso.
Están cada vez más cerca. Están cada vez más cerca.
I. La calle nunca está tranquila
Busco cosas que se refieran explícitamente a la violencia, sin metáforas ni alegorías. Mientras más literal, mejor. Discos, pinturas, videoclips, libros, todo sirve mientras refiera a la violencia.
Quince minutos antes estaba en una esquina cualquiera. Había un embotellamiento: una ambulancia quería llegar rápido al Hospital de Clínicas y eso enloqueció el tránsito. Un colectivo quedó cruzado e impidió que otro auto pueda salir de una cochera, entonces, el conductor se bajó y empezó a insultar al colectivero. Después le empezó a pegar a la ventanilla. El chofer le trató de explicar por qué no podía avanzar, que había una ambulancia que necesitaba pasar rápido y que eso lo dejó ahí trabado. La explicación no es suficiente, el tipo del auto se enojó más todavía. La gente empezó a salir de los negociosos para mirar: el morbo de la violencia. Segundos después hay una batalla campal entre el colectivero, el que quería salir de la cochera y todos los que “trataron” de separarlos, pero que también empezaron a tirar piñas y patadas. Me puse nervioso, así que negué la situación. Subí el volumen de la música y seguí caminado, mirando para otro lado.
Lo primero que busco son pinturas de Cándido López, un artista argentino que me gusta mucho. Él, como si fuera un reportero gráfico, se encargó de pintar la Guerra de la Triple Alianza, un conflicto que duró unos seis años a mediados del siglo XIX. Él era soldado y perdió una mano en la batalla. Pero, incluso manco, pudo hacer unas obras increíbles: pinturas apaisadas llenas de cuerpos tirados entre charcos de agua negra, en la selva del Paraguay y el norte argentino. Pero, aunque la guerra es la máxima expresión de la violencia, Cándido López hizo una naturaleza muerta poco antes de fallecer que es igual de hostil que los registros de la batalla. Tiene colores oscuros, hay unas frutas sobre el suelo y un bosque negro de fondo. Pero la vedette del asunto, el toque siniestro de la imagen, son dos pájaros muertos colgados de cabeza. Es literalmente una naturaleza muerta.
De Cándido salto a El Mató a un Policía Motorizado. En 2015 sacaron un EP que se llama La violencia. Sin embargo, de violento no tiene nada, o al menos no es tan violento como otras cosas que tiene la banda, empezando por su nombre. Fue la transición entre La dinastía Scorpio y La síntesis de O’Konor. La canción que le da nombre al EP repite unas cuantas veces “en tus ojos la violencia” y de ahí, casi inmediatamente, me transporto a la tapa de Influencia, un disco de Charly García. En la imagen se ven sus ojos completamente rojos. Tienen algo repulsivo, una ira contenida, una alerta de que todo está por explotar.
Una amiga comparte un videoclip en Twitter. Es de “El diablo de tu corazón”, la canción de Fito Páez que salió hace exactamente 20 años. Una vez leí que el video fue censurado en los canales de música porque era extremadamente violento, si lo pasaban era después del horario a protección al menor. Mi amiga piensa que es el mejor video de Fito Páez y se arriesga a pensar que el mejor del rock nacional. No sé si es o no el mejor, pero captó a la perfección la época, la crisis, el principio del nuevo siglo. Mi parte favorita es cuando una secretaria se fotocopia el culo y tira las hojas en una reunión de empresarios. La única contra es que termina con un mensaje medio moraleja: gente besándose entre sí, un todos con todos en medio de la calle. El problema es que no siempre las historias tienen final feliz, una situación posviolenta llena de amor. A veces todo queda en unas piñas entre un colectivero y un montón de automovilistas. Manchas de sangre sobre el asfalto.
II. Hablar es mejor que escribir
A mi casa llegan libros que no pido. La mayoría de las veces los regalo o los guardo para leer en otro momento. Pero, a veces, llegan unos rarísimos que están increíbles, como Panza de burro de Andrea Abreu, una escritora española de 25 años.
Hay varias cosas muy buenas del libro, pero las que más me interesaron fueron la forma en la que está escrito y la obsesión por el límite entre la amistad y el sexo.
La narradora es una nena que cuenta las cosas que hace con su mejor amiga, Isora. Pero, ella escribe como habla, entonces, todos los modismos de la oralidad se pasan al papel: junta palabras, quita signos de puntuación, tiene errores de ortografía. En la repetición esto puede volverse muy aburrido porque descubrís el truco y ya está, se terminó la magia. Pero Andrea Abreu se inventa su propio sistema de escritura, entonces, las mismas palabras mal escritas se escriben siempre igual. No hay truco, simplemente hay otro sistema que no es el nuestro.
Con ese otro sistema también está reivindicando su clase, la forma en la que se comunican los sectores populares de las islas Canarias: familias de descendencia latinoamericana que se dedican a limpiar casas de ricos o a la agricultura. Así se habla en esos barrios. En su barrio.
La otra cosa que es bien interesante es la relación entre estas chicas. La narradora está obsesionada con su amiga: la desea, la ama, pero también la envidia y la detesta. La novela cuenta a la perfección ese momento de la niñez -y principio de la adolescencia- donde el límite entre amistad y deseo sexual es bien difuso. Ninguna de estas dos cosas es más importante que la otra, compiten por el primer puesto del deseo.
Se arma un tipo de relación que no se puede encasillar en ninguna categoría que conozcamos y eso que ahora tenemos varias (vivimos en la época de las categorías). Es que a veces una amistad también puede ser eso: una relación de mucho amor y mucha tensión sexual que no se resuelve nunca.
III. Absurdo como un sábado a la noche frente a un kilo de helado
Los Babasónicos publican en YouTube los videos de unos conciertos que dieron hace 15 años en el Luna Park. Ya habían salido en formato DVD en aquel entonces y son la última grabación que hay con la formación original, antes de la muerte de Gabriel Manelli.
Hay un documental de Encuentro sobre la banda muy cortito y con material de archivo muy bueno. En un momento aparece Dárgelos (año 1994) y dice: “Nosotros somos Babasónicos, pero Babasónicos es un nombre nada más… No sé si hacemos rock, quizás se llame de otra forma dentro de cinco años”. Ahí la primera piña con la tradición: no hacemos lo que hacen e hicieron todos los otros. En la misma entrevista de aquel año Diego Tuñón dice: “Respetamos el pasado del rock, pero no nos sentimos muy identificados. Somos el presente.”
Si se buscan referencias en la década del 80 para pensar de dónde podrían venir los Babasónicos tenemos a Virus, sobre todo esa frase de “solo quiero sacudirte en Plaza Constitución”, porque la zona sur es el campo de batalla de los Babasónicos noventeros. Pero, es una referencia muy forzada. Además, Virus sí se presentaba como una banda de “rock” y se identificaba como tal.
Una vez me pidieron una nota que nunca entregué sobre el último disco de los Bábasonicos, Discutible. En una parte del texto quería decir algo así como que el rock nacional estaba destinado a ser decadente y poner el caso de esta banda como excepción. Lo iba a justificar de esta manera: como se separaron de la tradición y se encargaron de decir que ellos no tenían que ver con lo anterior se salvaron de esa maldición. Una boludez.
Los Babasónicos están obsesionados con el presente. Son una fábrica de presente. En el 91 se adelantaron a la discusión de los 2000: el fin de la historia. Con unas amigas fuimos al recital donde presentaron el último disco y lo tocaron entero. Después, algunos temas del disco anterior y otros de los que salieron unos pocos antes. Nada de Infame, Jessico, Miami o todos los anteriores. El público eran un montón de pibes y pibas de mi edad o más chicos, eso me impactó.
Ahora debería escribir algo genial para cerrar, pero no se me ocurre nada. Además es tarde y me quiero ir a dormir.
Vibren, bailen.
Vibren, bailen.
Desesperen.
No se calmen.
¡Ardan en el fuego astral del swing!