#138. Revancha
El vinilo de Clics Modernos, un poema de César Vallejo, Mi amigo Invencible y la escritura.
Me sorprende la escasez de sueños que tengo este verano. Nada aparece en mi cabeza cuando me voy a la cama. A mí me gusta soñar, aunque a veces eso me despierte. Pero no hay caso. Este es un verano donde todo es escaso: el tiempo, la energía, el aire fresco, la guita y ahora también los sueños. Todo se ajusta. Todo se achica. Todo se acaba. Menos los mosquitos.
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Una cita fallida se convirtió en un banquete para mi amiga Mailén: los víveres que había comprado para una cena romántica –vino caro, queso y manjares judíos de Helueni– terminaron en un living convertido momentáneamente en estudio de grabación. Estamos en crisis, no da desperdiciar nada y si el amor no se nos presenta a la mesa, no hay que perder la oportunidad de transformarlo en una cena con las íntimas. Pero lo importante no tiene que ver con la comida que no disfruté con un chico que me gusta, sino que llevé a la casa de Mailén un vinilo de Clics Modernos que ella y otras amigas me regalaron por mi cumpleaños. Hasta ahora, nunca lo había escuchado: en mi casa no tengo una bandeja y no había logrado coincidir con nadie para reproducirlo en otro lado.
La casa de Mailén es una suerte de templo del pasado, está llena de libros antiquísimos y preciosos, hay vinilos por todos lados y de todos los géneros posibles, cosa que me encanta porque uno de nuestros planes favoritos es escuchar discos. Literalmente escuchar disco: poner un álbum y sentarnos a que suene completo. Apenas empezaron los primeros acordes de “Nos siguen pegando abajo” nos volvimos locos. Finalmente pude entender por qué es mejor el vinilo, más allá de la suciedad del sonido. Mi amiga y yo, por primera vez, escuchamos un montón de capas de sonido que no habíamos escuchado nunca. Pequeños instrumentos que Charly metió en la grabación y que el Mp3 de internet borró de nuestras orejas.
Me gusta que la música ofrezca esa posibilidad, que se pueda redescubrirla. Disfruto mucho cuando me vuelvo a entusiasmar con esas canciones que escuché mil veces, como las que están en Clics Modernos. Poder disfrutar de la repetición del pop es un lujo que no todos se dan. Volver a pasar una y mil veces por los mismos temas, sin cansarse y pensando siempre que son increíbles, es una habilidad que no todos tienen. Y eso es una pena: no hay nada más lindo que saber cuál es el tema que sigue y el que sigue y el que sigue. Cantar a los gritos. Bailar frenéticamente. Decir una y otra vez: no hay que pescar dos peces con la misma red.
La semana pasada salió una canción nueva de Mi amigo Invencible. Es un tema ultra pop. Lo comentamos con un amigo y él me dice que no le convence del todo porque suena medio Tan biónica. Lo primero que pienso es “¿Por qué sonar así tendría que ser algo malo?”, con la cantidad de temazos que nos dieron –”Obsesionario en La mayor” o “La melodía de Dios”, por ejemplo–. Y lo segundo que se me viene a la cabeza es que no me queda claro por qué la gente, al principio, le tiene tanto miedo al pop ¡con lo feliz que nos hace! Los que critican al pop son como los rancios que le dijeron a Charly que se había vendido cuando hizo Clics Modernos. Siempre se me viene esta frase de Alejandro Kuropatwa cuando pienso en esto: “Querida, no hay que burlarse del kitsch, es importante en la vida de la gente”. Tranquilamente podemos cambiar “kitsch” por “pop”. No se rían de nosotros. Sólo queremos ser felices y confiar en los actos de fe.
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Un lector de Vueltas en la cama me mandó este poema de César Vallejo, el escritor peruano, a raíz de lo que escribí la semana pasada sobre las casas museo. Como el texto me pareció buenísimo lo comparto acá también:
—No vive ya nadie en la casa —me dices—; todos se han ido. La sala, el dormitorio, el patio, yacen despoblados. Nadie ya queda, pues que todos han partido.
Y yo te digo: cuando alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado. Las casas nuevas están más muertas que las viejas, porque sus muros son de piedra o de acero, pero no de hombres. Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando empiezan a habitarla. Una casa vive únicamente de hombres, como una tumba. De aquí esa irresistible semejanza que hay entre una casa y una tumba. Sólo que la casa se nutre de la vida del hombre, mientras que la tumba se nutre de la muerte del hombre. Por eso la primera está de pie, mientras que la segunda está tendida.
Todos han partido de la casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no es el recuerdo de ellos lo que queda, sino ellos mismos. Y no es tampoco que ellos queden en la casa, sino que continúan por la casa. Las funciones y los actos se van de la casa en tren o en avión o a caballo, a pie o arrastrándose. Lo que continúa en la casa es el órgano, el agente en gerundio y en circulo. Los pasos se han ido, los besos, los perdones, los crímenes. Lo que continúa en la casa es el pie, los labios, los ojos, el corazón. Las negaciones y las afirmaciones, el bien y el mal, se han dispersado. Lo que continua en la casa, es el sujeto del acto.
En las entrevistas que doy a raíz del libro uso mucho la expresión “los tenedores de las obras” porque me parece que da categoría. A la vez, pienso en los Fondos Buitres. Y los “tenedores de deuda”.
Mañana domingo 22 de febrero, a partir de las 19:30, voy a estar poniendo unas canciones en Quiero estar entre tus cosas, el ciclo de lecturas que comanda Ana Montes. Además, voy a leer una partecita de Golpe en el museo. Si estás en Buenos Aires, bailamos, brindamos y nos damos unos piquitos antes de que termine el verano.
Mi revancha con la lectura resultó un éxito. El hechizo del verano, el libro que me compré en Mar del Plata después de leer una novela que no me gustó, es realmente muy bueno. Los ensayos de Virginia Higa tienen esa cosa de las escrituras rotas, híbridas, que me encanta: a mitad de camino entre la ficción, la crónica, la crítica cultural. Todo el tiempo marco párrafos enteros. Este, incluido en un ensayo sobre aprender a patinar sobre hielo después de los 30, fue uno de mis favoritos:
¿Es posible enseñarle a alguien el equilibrio? En algunos momentos sentí que avanzaba más rápido y más suelta, pero cada vez que me detenía a pensar en lo que estaba haciendo, me asaltaba el miedo y tenía que frenar.
Otra actividad que disfruto mucho es escuchar las maquetas que hace Mailén de sus canciones. Nuestro chat de WhatsApp es un sinfín de audios que empiezan siendo una vocecita baja y un pianito y terminan siendo canciones poperas o dramáticas o las dos cosas a la vez. Me gusta ver cómo un boceto se transforma en un tema. La semana pasada ella y Antu sacaron una canción hermosa, creo que es de mis favoritas de Mailu y definitivamente de las más hermosas y tangueras y dramáticas y amorosas que pasó por mi Spotify en el último tiempo. La pueden escuchar en vivo el miércoles que viene, a las 21, en La Tangente. Yo no me lo voy a perder. Nos vemos en la pista, amor.
La escritura también es una revancha, pero no funciona igual que la revancha de la lectura –que básicamente se limita a leer un libro nuevo después de uno malo–. Esta otra es más rara, más compleja. Diría que es una revancha con uno mismo. No. Tampoco. No es con uno mismo. Es con eso que está alrededor de uno: las obsesiones, los traumas, los buenos chistes, el amor, el desamor, las amigas y la vida cotidiana. Se trata de volver a pasar por algunos lugares para entenderlos mejor o para darles un sentido. Para que dejen de molestar o para que brillen más: sumarle un poco de fantasía a ese rincón gris e insípido del día a dí.a Una vez mi amiga Tamara me dijo que escribir es su manera de pensar y de imaginar, que de alguna manera escribir la ayudaba a conducirse. Yo estoy adentro de esa escuela. También lo hago para que la vida sea un poco más intensa, para que tenga una capa más de sentido y otro antro al cual bajar para divertirme. Supongo que sin escribir mi vida sería más plana. En general, me cuesta pensar las cosas si no las estoy pensando como un texto, si en mi mente no estoy imaginando cómo voy a decir tal o cual cosa o cómo voy a contar una historia. Me cuesta todo. Excepto escribir.
Hola Imanol, leo cada sábado tus textos y los disfruto. Me encantaría invitarte a un café, pero la aplicación no me deja desde Chile. Espero poder comprar tu libro.