#35. Sacarlo todo
Unas ideas sueltas sobre Dune y Distancia de rescate. Después, un libro de poemas de Gabriela Albuquerque y para terminar algo sobre el VIH.
Me senté a doblar ropa en la cama y sin darme cuenta me quedé dormido. Ya puteé contra la siesta la semana pasada y no quiero tropezar dos veces con la misma piedra. Sin embargo, disfruté mucho de ese ratito de sueño profundo y placentero.
Además, gracias a esta siesta inesperada descubrí que lo que me molesta no es dormir de día, sino ese mini infarto que te agarra cada vez que te dormís una siesta sin querer. Es como un susto, un escalofrío que te recorre todo el cuerpo y te hace pensar que dormiste como cincuenta horas, pero en verdad apenas pasaron cinco minutos. Es la culpa que no te deja descansar, esa que te dice que no podés desenchufarte un ratito y dejar de laburar. Es la máquina de billetes que tenés adentro, pero rota: nunca imprime demasiado.
I. Sacarlo todo
En Trelew y todas las ciudades de alrededor hay un movimiento antiminero bastante fuerte. Desde hace años logran frenar una y mil veces leyes bastante hostiles que, al final del día, benefician a las empresas y dejan a las personas de esas ciudades perdidas de la meseta en la lona.
Resulta que pensaba en todo esto mientras miraba Dune, la película de Denis Villeneuve basada en la novela de Frank Herbert de 1965. Me decpcionó descubrir que la película lejos está de ser algo así como la nueva Star Wars, según había dicho cierta “prensa especializada” (si es que existe). Pero lo que me importaba era eso, sino el hilito que une a esta historia de ciencia ficción con Trelew y los activistas antimineros.
En la película todo el mundo se desespera por ir a saquear un desierto en donde hay algo así como un mineral que se llama “especia”. Esta sustancia sirve para hacer viajes interestelares (es como una nafta espacial) y también tiene algunas cualidades que amplían ciertas capacidades humanas. Los locales del cierto se resisten a todos los que van a sacar la especia, pero -para variar- siempre tienen las de perder. A lo que quería llegar, después de toda esta intro innecesaria, es que la peli de alguna manera dialoga con todo este debate que hay sobre extractivismo, si es viable otro tipo de economía que no implique un costo grande para el medioambiente o para poblaciones locales
(Que serio me puse)
Después de procrastinar varias semanas finalmente vi Distancia de rescate, la película de Claudia Llosa basada en la novela de Samanta Schweblin. Demás está decir que esta otra peli nada tiene que ver con naves espaciales e imperios galácticos, pero hay un punto en el que se sí se unen (y que une a las dos pelis con los militantes de Trelew): las consecuencias del extractivismo.
En la historia que escribió Schweblin las consecuencias del uso de agrotóxicos arruinan la vida de las protagonistas de la historia: niños que se enferman, mujeres que se mueren, bebés que nacen deformes. A diferencia de la peli espacial, la tensión es constante en esta historia y la sensación de que algo malo puede pasar es permanente. Sin embargo, lo mejor de las dos historias es que, una vez más, la ficción es mucho más efectiva para pensar problemas de la realidad que la no ficción o el periodismo.
A la suma de culpas clasemedieras que tengo también está la del medio ambiente y todo eso. Me da culpa fumar, tomar alcohol, comer carne (¡ni si quiera puedo comer un bife y sentirme bien!) y no separar la basura para contaminar menos. Estoy del lado del mal. Soy los conquistadores del desierto de Dune y los empresarios agrarios de Distancia de rescate.
II. Pasajera en trance
Hace un par de año estuve obsesionado con Brasil. Estudié portugués y hasta viví en San Pablo un par de meses gracias a una beca que no me interesaba mucho, pero que me pagaba absolutamente todos los gastos para estar allá. Tuve un romance con un chico brasilero y el portugués es el único otro idioma que aprendí. Siempre fui muy malo con el inglés.
Una vez en una fiesta conocí a un chico brasilero que me gustó mucho. Dormimos juntos una sola vez. Yo esperaba que se arme el romance, pero nunca sucedió. Ahora creo que somos medio amigos. El mismo día que conocí a este chico conocí a una amiga suya: Gabriela Albuquerque, una escritora y traductora que se vino a vivir a Buenos Aires hace cuatro o cinco años.
Resulta que Gabriela publicó un libro de poemas que se llama La chica zombie. Tiene una parte en portugués y otra en español. Los dos idiomas se mezclan. Son como poemas de una chica que está atrapada entre un país y otro, sumado a que los lugares no son tan precisos como para que te des cuenta si habla alguien desde Brasil o si está en una esquina cualquiera de Buenos Aires. Es la condena del migrante: quedar atrapado entre un lugar y otro. En esa ambigüedad los textos tienen la calidez del portugués y la nostalgia del tango.
Hay una imagen que se repite varias veces y es la de una construcción. Aparece en un poema donde una chica espía una construcción y al tipo de seguridad que la cuida. Después en el título de otro poema y también como referencia en varios textos del libro. Nunca queda clara la situación de la construcción, si se terminará pronto, si está avanzada o recién empieza. Es todo un gran misterio.
Sin embargo, lo que me interesa de la repetición de la construcción es que, al igual que los poemas, son cosas que están pasando. Presente puro. Es algo que se va levantando de a poco, a veces pueden pasar meses hasta que se entienda cómo va a ser el edificio. Además, todos esos poemas parecen que tienen un diálogo con la canción del 71 “Construção”, son historias sencillas y trágicas que podrían entorpecer el tránsito.
Essa que não desaparece
A sensação de passar sozinha pela vida
De pertencer aos terminais, aos pontos de ônibus, aos aeroportos
De entrar e sair deslizar entre os espaços
Não oferecer fricção, de nenhuma maneira
Porque nada me mantém, nada me pega
Ninguém nunca sabe quando começa a ir
Ou quando de repente chega
Uma matéria gomosa e vermelha
Percorre intermináveis direções
Agora vai pelas verticais
Quebrar tetos e romper chãos
Na minha cabeça o ruído dos que se vão
As rodas, os carros e as motocicletas
Um murmúrio interminável
E meu pai, esse homem grande e triste na janela
São tantas as janelas
Que vontade penetrar
Dentro dos seus olhos
Olhar para mim mesma
E por uma única vez ser a que fica
III. Yo tengo SIDA
El miércoles fue 1° de diciembre, día internacional de respuesta al SIDA. Para celebrarlo, mi amiga Javiera (aka @labicivoladora) me invitó a leer unos fragmentos de En la sombra del sueño americano, el libro que recopila los diarios de David Wojnarowicz, un artista y escritor norteamericano que fue parte del grupo de activismo ACT UP y que falleció por causas asociadas al SIDA.
Sobre el libro ya escribí en otra edición del newsletter y sobre el VIH también hice una nota larga en la que armé un recorrido caprichoso por sus 40 años de existencia. Así que, no voy a repetir lo que ya dije.
Siempre me llama la atención la manera en la que mis amigas maricas y yo hablamos todo el tiempo del VIH. Me pregunto si mis hermanos y mis amigos pakis también lo hacen, si hacen testeos o si piensan en esto.
Apenas llegué a Buenos Aires no tenía miedo de nada salvo de infectarme: no tenía mucha información sobre el tema y lo único que había visto en la tele -en películas como Philadelphia- era que los trolos se morían solos o por culpa del SIDA. Esas imágenes crearon un fantasma en mi cabeza que se metió también en mi cama.
Hace algunos años salí con un chico al que quise (quiero) mucho. Éramos serodiscordantes. Me acuerdo que cuando le conté esto a mi vieja me dijo: “Imanol vos tenés que dejar a ese chico porque es una pulsión de muerte”. A mi me dio mucha rabia esa frase, esa idea de mi mamá. No sé si a mis amigas mujeres les dicen lo mismo de sus novios violentos, que los dejen, que son una pulsión de muerte, que podrían ser potenciales hombres femicidas.
Con Javiera leímos partes del libro usando unas remeras como las que hicieron los Fabulous Nobodies (Roberto Jacoby y Kiwi Sainz), esas remeras verdes que dicen “Yo tengo SIDA”. El objetivo de la obra era acortar la distancia que tenían las personas en el 90 con el VIH y el SIDA para dar cuenta que el problema podía afectar a cualquiera y no solo a una minoría. Un poco más de 20 años después no sé qué tanto cambió el panorama.
De todos los fragmentos que leímos del libro de Wojnarowicz el que más nos gustó fue este:
LO IMPORTANTE DE LOS FUNERALES ES QUE DAN LA POSIBILIDAD DE EXTERIORIZAR EL DUELO PRIVADO Y HACERLO UN POCO MÁS PÚBLICO, LO QUE PERMITE LA TRANSICIÓN COMUNICATIVA, DESCASCARA EL AISLAMIENTO, PERO EL FUNERAL ES EN SÍ MISMO UNA ACEPTACIÓN DE LA INMOVILIDAD, UNA INACTIVIDAD. DEMASIADAS VECES HE VISTO A LA COMUNIDAD SACAR SU ROPA CONMEMORATIVA, SU ROPA DE DUELO, Y REUNIRSE EN LOS CONFINES DE AL MENOS CUATRO PAREDES Y PRONUNCIAR PALABRAS O CANCIONES BELLAS PARA RECONOCER LA PARTIDA DE UNO DE SUS HIJOS/PADRES/AMANTES, PERO DESPUÉS DE LA CEREMONIA VUELVEN A SUS HOGARES Y ESPERAN LA SIGUIENTE PARTIDA, LA SIGUIENTE MUERTE, ES IMPORTANTE MARCAR ESE TIEMPO O MOMENTO DE LA MUERTE. ES SANO HACER PÚBLICO LO PRIVADO, PERO LAS PAREDES DE LA SALA O CAPILLA SON FINAS E INNECESARIAS. UN SIMPLE PASO PUEDE CONVERTIRLO EN UN ESPACIO MUCHO MÁS PÚBLICO. NO ME HAGAN UN FUNERAL. HAGAN UNA MANIFESTACIÓN.