#72. Gota que cae del cielo
Cosas sueltas sobre la lluvia, una canción de Charly García, un poema de Juan Gelman, algo que dijo Luis Felipe Fabre y el ejercicio de esconder.
Después de la fiesta de 60 de mi viejo soñé con la fiesta de 60 de mi viejo. Sin embargo, era más una pesadilla: todos los invitados –incluido yo– se contagiaban de Covid-19. No sé si eso sigue pasando y, si pasara, tampoco me parece tan pesadillesco. Lo raro era que la gente se contagiaba y en el mismo momento se enfermaba. Eso sí fue raro. Tenía algo de divertido la imagen: un montón de personas con mocos y tos bailando sacados en un cumpleaños en Trelew.
Una amiga me dijo la semana pasada: “Estos días hay humedad porque está por llegar Santa Rosa”. Santa Rosa es el nombre de la tormenta que ocurre cinco días antes o después del 30 de agosto. Sin embargo, cuando llegó la lluvia –el jueves– la tormenta ni existió: unas míseras gotas que cayeron un rato y listo. Nada más. Hasta Santa Rosa nos decepciona por estos días.
Resulta que la tormenta se llama así por Santa Rosa de Lima, la primera mujer latina que recibió el reconocimiento canónico por parte del Vaticano. El milagro que le reconocieron fue haber desatado una tormenta en el año 1615 que evitó que un grupo de piratas holandeses invadieran Lima. Sin embargo, después se supo que en verdad los piratas no invadieron la ciudad peruana porque el capitán se murió de la noche a la mañana y el resto de los tripulantes rajaron. De todos modos elijo creer lo otro: siempre voy a elegir la magia y la fantasía por sobre la realidad.
Cuando era chico le tenía mucho miedo a las tormentas. En Trelew no llovía nunca, pero cada tanto alguna tormenta caía y, generalmente, se cortaba la luz de mi casa. Tengo recuerdo de llamar al laburo de mi vieja, en uno de esos días de lluvia sin electricidad, para decirle que tenía miedo –yo tendría 9 o 10 años–. A contramano de lo que me pasaba a mi, a mis abuelos les encantaba que lloviera porque era bueno para el campo en el que trabajaban.
El día de la fake Santa Rosa escuché mucho una playlist que hice hace un tiempo con canciones de los Babasónicos. Se llama Cachetadas pares y son casi todas “tristes”. No entiendo bien por qué la lluvia se asocia con la tristeza o la melancolía. Imagino que por el color gris del cielo o porque no se puede salir afuera a “disfrutar” el día. Pero todo eso es un invento que nos hicimos. La lluvia es la lluvia y listo. Un poco de agua que cae del cielo y nada más.

Esta semana sacamos un episodio de Peligroso Pop con Luis Felipe Fabre, el poeta mexicano ícono de la literatura queer de ese país. La entrevista es muy divertida y él es muy elocuente al momento de pensar qué es el pop y el mundo que lo rodea.
Mi parte favorita es cuando se refiere a cómo ve él al mundo gay de hoy. Dice que hay como un corrimiento: antes uno hacía algo –coger con tipos– y después definía cuál era su identidad, pero ahora para él es al revés. Así lo explica Fabre:
La práctica sexual ha pasado a un segundo o tercer plano. Entonces creo que hay algo que se está descorporizan. Bueno, creo que todo se está descorporizando, pero me parece muy interesante que en algo que surge desde ‘disidencias sexuales’ ya lo sexual deja de importar y más bien son ‘disidencias genéricas’ o ‘de identidad’. Otra vez, la parte sexual ha pasado como muy a segundo o tercer plano. En tiempos de pandemia todo se está descorporizando: es la zoomificación del mundo. Todo me parece que obedece a un momento muy interesante que tiene que ver con un momento de la humanidad que no necesita signos.
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En Random, el último disco de Charly García, hay una canción que se llama “Lluvia”. Diría que es la más linda de todo el álbum y la que más suena al Charly tradicional. En una entrevista él contó que el tema es una adaptación de Singin' in the Rain, la película de 1952 dirigida por Gene Kelly y Stanley Donen –varias veces Charly dijo que era fan del cine de esa década–.
Mi parte favorita de la canción es cuando dice:
Ya ves que yo no te puedo dar
las cosas que quisiste dejar.
Ya ves, amantes otra vez
por eso es que hoy llovió.
Hay un poema de Juan Gelman que se llama igual que la canción de Charly. No, mejor dicho: hay una canción de Charly que se llama igual que un poema de Juan Gelman. Lo leí hace algunos años en una materia de la facultad y la lluvia es la excusa que usa Gelman para hablar de la relación que su vecino tiene con su esposa y sobre las palabras de amor:
Lluvia
hoy llueve mucho, mucho,
y pareciera que están lavando el mundo
mi vecino de al lado mira la lluvia
y piensa escribir una carta de amor/
una carta a la mujer que vive con él
y le cocina y le lava la ropa y hace el amor con él
y se parece a su sombra/
mi vecino nunca le dice palabras de amor a la
mujer/
entra a la casa por la ventana y no por la puerta/
por una puerta se entra a muchos sitios/
al trabajo, al cuartel, a la cárcel,
a todos los edificios del mundo/ pero no al mundo/
ni a una mujer/ ni al alma/
es decir/ a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así/
como hoy/que llueve mucho/
y me cuesta escribir la palabra amor/
porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa/
y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran/
y cuándo/ y cómo/
pero el alma qué puede explicar/
por eso mi vecino tiene tormentas en la boca/
palabras que naufragan/
palabras que no saben que hay sol porque nacen y
mueren la misma noche en que amó/
y dejan cartas en el pensamiento que él nunca
escribirá/
como el silencio que hay entre dos rosas/
o como yo/que escribo palabras para volver
a mi vecino que mira la lluvia/
a la lluvia/
a mi corazón desterrado/
A principio de año, cuando viajamos con mi amiga Natalia al litoral todo el tiempo nos hablaban de la sequía, de cómo la falta de lluvias había generado problemas en los Esteros del Iberá y cómo eso provocó los incendios que hubo en el verano. Pasamos por varios lugares y en todos lados nos decían lo mismo: que la sequía era terrible, que necesitaban que caiga agua del cielo.
Esta semana también costó llegar a tiempo y casi que vuelvo a mandar el correo el domingo. Sé que da un poco igual cuándo llega, pero a mi me importa sostener el objetivo: un texto por semana que llegue el sábado a las 9 de la mañana. El problema del mes de agosto es que a partir de ese momento todo empieza a decaer hasta que llegás a diciembre semi fallecido.
En algún momento de las últimas semanas pensé en abandonar este ejercicio de escritura. O vendérselo a algún medio. Por suerte mis amigas y amigos me dijeron dale no aflojes. Y acá estamos. Además, ya lo dije, escribir me ayuda a ordenar las ideas y ordenar las ideas me ayuda a pensar con un poco más de claridad. El cansancio a veces nubla un poco todo, pero escribir disipa un poco la nubosidad.
Volví a leer el texto que mencioné hace un tiempo de Fabián O. Iriarte y que hablaba de los escondites. Lo volví a buscar por el fragmento en donde él habla de cómo uno puede mostrar y esconder al mismo tiempo cuando escribe:
En la escritura también se esconden cosas al mismo tiempo (qué paradoja) en que se dicen, se expresan, se escriben. Me encanta el recurso de la reticencia: revelar cosas, pero hasta cierto punto.
Todo esto se trata de practicar la reticencia. No es un relato autobiográfico porque eso es lo que trato de esconder. Disfrazo con ficción mi vida para sentirme menos expuesto. Escribo (muestro) algo para tratar de darle sentido, al mismo tiempo que escondo las palabras que realmente quisiera decir.
Esto que mando cada semana, entonces, no es un ejercicio de escritura: es un ejercicio de ilusión. Un truco de magia.