#98. Hasta abajo
Ideas sueltas sobre una fiesta de reggaeton, un poema de Tuti Curani y algo sobre escribir.
Soñé que Pedro Pascal daba clases de filosofía antigua en la mitad de una montaña, en un aula al aire libre. El lugar parecía la Cordillera de los Andes. No hay mucho más que eso.
Por azar terminé en una fiesta llena de traperos. Todo empezó en un bar, en el cumpleaños de una amiga. Después siguió una caminata breve abajo de la lluvia –qué romántico– y ahí un mensaje de texto que nos trasladó a mis amigas y a mí a una fiesta que, como ya dije, estaba llena de traperos. Hubo un breve simposio previo a ir a este lugar. Dudas en el ambiente. No fue un sí rotundo, se barajó la posibilidad de no ir y de hecho fue la opción que se eligió, pero al final nos ganó la noche y cuando habíamos empezado la retirada pegamos media vuelta y terminamos bailando “Tu sicaria”.
Disfruto mucho de la deriva de la noche. Con el tiempo me volví más mañoso, debo confesar. Ahora me cuesta un poco más yirar de lugar en lugar, pero me gusta cuando eso pasa por azar: de repente estás en una completamente distinta a la que estabas sin que te des cuenta. La noche es el único momento del día con ese poder atmosférico, con la capacidad de ponerte delante de una situación y una pista de baile en la que nunca pensaste que ibas a moverte.
Después del pop -el pop gay: Lady Gaga, Katy Perry, Beyonce y Madonna, entre otras- el reggaeton es la música que más me gusta bailar. Con el trap me doy maña, pero prefiero un tema de Wisin y Yandel antes que uno de Duki o cualquier otro trapero.
Lo más cerca que estuve de mi generación fue esa fiesta llena de chicos y chicas flasheando pandilla centroamericana. No sé exactamente por qué, pero no curto mucho toda la movida del trap. No escucho mucho esa música. Me gusta que exista. Me gusta verla, pero no me siento parte. Aunque Trueno nos diga que el rock ya no es nuestro te quiero mostrar lo que tengo, dice Lucas Martí, pero creo que estoy un poco con Trueno en esta, a pesar de que no me sé ninguna de sus canciones -ni si quiera el nombre-. Capaz que ese lugar que ocupó el rock antes como género y fenómeno de masas que juntaba a toda la juventud, ahora tenga que ser ocupado por el trap.
En un momento de la fiesta vi en la mitad de la pista a un chico grandote, con lentes de sol, un septum, tatuajes en los brazos y la cara. Me acerqué y le pregunté si le podía sacar una foto. Me dijo que sí. Después del flashazo el pibe me hace señas para que me quede quieto y saca de su riñonera una cámara igual a la mía. Apunta y dispara. Nos acercamos y nos pasamos nuestros usuarios de Instagram para poder mandarnos la foto cuando las revelemos. Su usuario era Gordo666.
La maratón de poesía siguió. Hace unos días le comentaba esto a una amiga que es poeta. Le decía que no estaba pudiendo leer mucha narrativa, pero que sí podía leer poesía porque era más precisa, más liviana y porque sentía que estaba flotando en el aire todo el tiempo. En cambio lo otro, una novela o un libro de cuentos, no es tan sutil y, a veces, puede ser muy tirano: te chupa, te arrastra y te revuelca por un espiral del que no es tan fácil salir. Pero lo que quería decir es que mi maratón de poesía me llevó a Que salga bien aunque salga mal, un libro de Tuti Curani que compré en octubre del año pasado pasado, pero que recién fui a buscar la semana pasada. Escribe Tuti:
Proyecto de persona
Voy a vivir en los márgenes
como un fantasma, completamente liberada
cantaré susurrando
bailaré a la madrugada cuando me dé insomnio.
Seré desafectada sin volverme psicópata
la falta empatía Siempre será el límite.
También apelaré a mi capacidad
de mostrarme civilizada
cuando se me presente como necesario
(solo si es necesario).
Sacaré el registro de conducir
respetuosa con la responsabilidad que implica
manejar una máquina semejante.
Con los ahorros de un grupo de amigos
que todavía no conozco
o que conozco pero no somos aún
parte de un grupo así consolidado
alquilaremos un auto y viajaremos a la costa
todas las veces que se pueda en el año.
Esta será nuestra nueva idea de fiesta
una revolución del after.
Me encanta la expresión “reggaeton oscuro”.
El año pasado uno de los newsletters que más se leyó fue este en el que escribí sobre escribir. Supongo que se leyó más por la participación de importantes figuras que por mi talento. Trato de no escribir sobre escribir porque siento que es un tema que sólo me interesa a mí y a las personas que escribimos. Sin embargo, voy a hacer una excepción porque leí esto que sigue en Viejo Smoking, el newsletter de Cecilia Absatz, y creo que explica a la perfección por qué hago lo que hago:
Pasa, con la escritura, que no se trata solo de encontrar una bella historia, una idea atractiva, una prosa elegante. Hay mucho más. Más interesante y más difícil. Es la investigación. No me refiero a investigar un hecho histórico o el funcionamiento de una molécula o la estadística de un fenómeno social. Se trata de investigar lo que pasa dentro de tu cabeza. Porque lo que pasa dentro de tu cabeza suele ser más bien una sensación, una especie de nube que se siente en el estómago o que ronda difusa en torno de tu mente. Es algo crucial para tu pensamiento pero no está del todo claro qué es. Sin embargo es preciso ponerlo en palabras. Esa es la investigación. Para ponerlo en palabras es necesario entrar en esa nube y desentrañarla, no es fácil. Porque es vaga y ambigua, porque hay algo ahí que en última instancia tiene que ver con la verdad. Es decir, encontrar la verdad. Una verdad interior, no la clave de un tratado filosófico.
A los pocos días de la fiesta de traperos revelé el rollo y le mandé la foto a Gordo666 por Instagram. Le gustó. Aunque se quejó de su papada. Para mí no era para tanto. Le dije que el gesto de las manos, los tatuajes, los anteojos y la luz roja le quedaban muy bien. Él estuvo de acuerdo. También me dijo que en el momento que le saqué la foto “taba re pateado” y que se estaba durmiendo. Después, me pidió que se la mande por mail para tenerla en alta y que él iba a hacer lo mismo cuando tenga la mía. Su casilla de mail era Gordo666 y después su nombre: Carlos.
Me encuentro con un amigo a tomar un café. Él es algunos años más grande. Comentamos la lona en la que estamos. Me dice: “Al final, el plan volvió a ser el mismo que tenía cuando era adolescente en los 90: trabajar de lo que sea y tener tiempo para lo tuyo”.
Un poco más arriba, cuando decía que seguía en la maratón de poesía, mentí. La verdad es que ahora estoy leyendo una novela, es más, me quedan pocas páginas para terminarla. Es No me importa que me ames, de Jacqui Golbert, y justo va medio en línea con ese plan de los noventa que se mantiene hasta hoy: la narradora trabaja en un restaurante del centro mientras se abre camino como escritora. Y ya que estoy en esta de hablar de no escribir sobre escribir mientras escribo sobre escribir sumo algo que dice Jacqui en su novela y que sirve para tirar de ese mismo hilo de escribir sobre escribir. Escribe Jacqui:
Una vez que conozco a alguien, aunque sea el dueño de un lugar roñoso, quiero conocerlo a fondo. Aunque no sé ni para qué. Supongo que para escribir para abrir el mundo interminable, imposible, que siempre parece estar un poco más allá de lo que se puede tocar o sospechar, para describir qué hay después de las palabras y expandir el salvajismo literario.
Entiendo a la perfección ese sentimiento del que habla la narradora de No me importa que me ames –gran título por cierto–. Por ejemplo, de Gordo666 me hubiera gustado saberlo todo. Dónde vive, qué hace con sus amigos, cómo es su familia, por qué se tatuó toda la cara. Tratar de encontrar una historia en un chico que posa para una foto. Poder escribir sobre un mundo que no conozco sólo para poder habitarlo por un rato. Aunque sea de mentira. Vivir a través de la imaginación y las palabras una vida que no me pertenece.